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Patrias de 900 euros

Oscar Gomez

Óscar Gómez Mera

Se acaba de celebrar otro 12 de octubre, Fiesta Nacional de España. Este año la celebración de la Hispanidad ha venido precedida de un acuerdo entre el PSOE y Podemos para aprobar los Presupuestos Generales del Estado de 2019. Una de las medidas “estrella” de dicho acuerdo es la subida del Salario Mínimo Interprofesional a 900 euros.

No ha tardado la derecha política y mediática del Reino de España en clamar contra el acuerdo en general, y la subida del SMI en particular. 900 euros como salario mínimo es un despropósito. Por lo elevado de la cuantía. Según los liberales no debería haber un salario mínimo. Cada persona debería cobrar por lo que vale. Y es el Mercado, así, con mayúscula, quien regula si usted vale un potosí o una mierda pinchada en un palo. Y, qué casualidad, el Mercado siempre viene a decir que un diputado, un rey, un exministro, un consejero delegado o un alcalde cortijero debe cobrar un sueldo L`Oréal, porque ellos lo valen, mientras que una auxiliar de enfermería, la cajera del super, el mensajero, el oficinista y la señora que limpia portales se deben conformar con un salario de hambre por no habérselo currado. Nada nuevo bajo el sol. Lo de siempre.

No puedo estar más que de acuerdo con quienes consideran que el SMI es un despropósito. Pero porque se trata de un salario de miseria, de hambre. Decía Pablo Iglesias tras la firma del acuerdo, que la gente iba a llegar mejor a final de mes. No sé a qué gente se refería. Está claro que los que cobran el SMI, no. Porque, qué duda cabe, es mejor cobrar un sueldo de 900 euros que uno de 735,9. Se va a elevar la cuantía del SMI más en un año que en los últimos diez. Pero un sueldo bruto de 900 euros al mes en 14 pagas, tras descontar la cotización a la seguridad social, el desempleo y la formación y el IRPF, se queda en 814,8 euros. A esos 815 euros netos quítele usted hipoteca o alquiler, luz, agua, gas, comunidad, teléfono, gastos de transporte público o vehículo y le quedará lo justo, si se tercia, para comer arroz blanco los días pares y macarrones sin tomate los impares. Olvídese de renovar el fondo de armario o de tomarse un cortado. No le digo más si se da la circunstancia de que tenga usted un hijo o hija. O dos.

Tengo la ligera impresión que alcanzar el acuerdo la víspera del día de la Fiesta Nacional de España no fue fruto de una simple casualidad. Llegar a un acuerdo para subir el SMI, entre otras medidas, en vísperas del día en el que los buenos y buenas españolas cuelgan banderas en sus balcones y ventanas para demostrar su adhesión a la patria fue toda una operación de marketing por parte de los firmantes. La izquierda del sistema nos quiso vender que frente a la patria del balcón y la bandera está la patria de quien sube el SMI un 22% de golpe y porrazo. Bendita sea la subida. Pero el 50% de las personas que reciben un sueldo en España ingresan 1.200 euros brutos o menos al mes. O sea, que quien venía percibiendo 900, 950 o 1.000 euros al mes seguirá cobrando esa cuantía. Ya me explicará alguien cómo se va a poder llegar mejor a fin de mes, como decía el señor Iglesias, con 900 o, incluso, 1.000 euros mensuales. Bueno, no hace falta que me lo explique nadie. Sé perfectamente que no se llega a fin de mes. Ni de quincena.

El desfile del pasado día 12 de octubre, que costó más de 600.000 euros, conmemora que un día Colón se perdió surcando los océanos y apareció en un continente del que el mundo “civilizado” no tenía idea de su existencia. El resto de la película no hace falta que la cuente. Ello debiera ser motivo más que suficiente para sentirnos orgullosos de ser españoles. La patria no es un fusil ni una bandera. Si me apuran, ni siquiera es una lengua, una cultura determinada o ciertas tradiciones. La patria son esos trabajadores y trabajadoras que cobran menos de 1.000 euros al mes. La patria son las mujeres a las que despiden de su trabajo por quedarse embarazadas. La patria son todos y todas las jóvenes que buscan su primer empleo y no lo encuentran. La patria son todas aquellas estudiantes que tiene que dejar de ir a la universidad por no poder costeársela. La patria son los que vienen de lejos a buscar una vida mejor como hicieron tantos de nuestros padres, madres, abuelos y abuelas en un pasado no tan lejano. La patria son todos los niños y niñas que no ingieren la cantidad necesaria de alimento cada día. La patria son todas esas parejas que se aventuran a traer hijas e hijos a este mundo. La patria son los mayores que tras una vida de trabajo cobran una pensión de mierda. La patria son quienes se mueren esperando una operación o los que no reciben ayuda alguna a su situación de dependencia. La patria son las personas a las que golpean por el simple hecho de querer decidir. La patria siempre es el otro. La otra.

Por eso, la derecha española no debiera sorprenderse que haya cada vez más personas que quieran independizarse de su patria. Que quieran construir una patria nueva. También debería tomar nota la vieja y la nueva socialdemocracia. Sus parches de todo a cien cada vez cuelan menos. Si no que se lo digan a la marea de pensionistas vascas que todos los lunes toman las calles de Bilbao. Repartir alguna migaja más del pastel ya no funciona. Pero sobre todo, que tomen nota quienes, hartos de imposiciones y patrias que huelen a alcanfor y cerrado de sacristía, quieren construir patrias nuevas. Construir un Estado es relativamente fácil. No hay más que seguir el manual de instrucciones. Lo complicado es construir un país donde sus habitantes se sientan orgullosos de pertenecer a una comunidad política solidaria. El reto está en construir una patria cuya bandera merezca ser agitada el día de la Fiesta Nacional.

 

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