Fallece Elisa Ibáñez de Garayo, duranguesa que fue testigo del bombardeo de Gasteiz
Texto: Familia Andrés-Ibáñez de Garayo
El viernes dejó de bailar su marchoso corazón, el de una mujer de 89 años que siendo niña fue testigo del bombardeo de Gasteiz, y que hasta su último latido ha mostrado y demostrado sus infinitas ganas de vivir. Natural del municipio alavés de Alegria-Dulantzi, Elisa Ibáñez de Garayo falleció el viernes rodeada por los suyos. El funeral por su persona se oficiará este lunes en la basílica Santa María de Uribarri a las siete de la tarde.
La semana pasada, Elisa recordaba con cariño su niñez. «Con siete años, lo recuerdo de maravilla, fui testigo del bombardeo de Vitoria. Desde Alegría, que está muy cerca de la capital, vi pasar aviones cazas pequeñitos que luego causaban explosiones muy grandes. No sabíamos quiénes eran».
Elisa fue hija de Nicolás, tratante, y Gloria, ama de casa. El matrimonio tuvo un total de ocho hijas. Todas mujeres. Ella fue la menor. «Cuando mi hermana mayor cumplió 16 años yo tenía tres meses», sonreía quien insistía en que «nunca pasamos hambre» gracias a la fecundidad de la tierra y el buen trabajo hecho sobre ella.
«Solían venir los franquistas a mirar el pajar, por si escondíamos víveres, por si teníamos algo del estraperlo. Llegaban con una vara larga e iban metiendo por diferentes partes de la paja. No encontraron nada, y sí que había escondido: azúcar -que casi no había en aquellos tiempos-, tomate… ¡Tuvimos esa suerte!», aportaba simpática aunque durante la guerra de 1936 sufrieron más de la cuenta en su familia.
· Desaparecidos · Los franquistas hicieron desaparecer a diferentes republicanos o sospechosos de serlo tanto de su pueblo como del cercano Maeztu. «Solían venir en una furgoneta grande. Una vez, fue lo peor, vinieron en ese furgón y se llevaron a varios, entre ellos un primo mío. A algunos no los volvimos a ver. A mi primo sí, pero en silla de ruedas. A otro se lo llevaron a la ermita de San Vítor y le pegaron dos tiros. Su familia no recuperó su cuerpo. Nadie supo nada de él».
Los republicanos también dejaron dolor en la familia. «A mi cuñado, secretario del ayuntamiento de Alegría, los que entonces llamaban rojos le dispararon, y una bala le pasó por la mandíbula. Uno de sus hijos apareció ahogado en el río. Eran aquellos tiempos en los que había vigías por la calle que si veían luz encendida en las casas una vez que oscurecía te llamaban, te gritaban: «¡Apague la luz!», evocaba.
Sin embargo, la generosa, altruista, hospitalaria, tolerante, agradable, alegre, bondadosa, entregada, discreta… Eli, veía lo positivo de aquellos años tristes en los que también perdió a su padre siendo él muy joven. Salieron adelante comprando una trilladora, una segadora… y «sin sábados y domingos, solo con tiempo libre para ir a lavar la ropa». Se dedicaban cada hora a sus tierras y animales, a sus patatas que les compraban hasta clientes de fuera del Estado. «Nos fue bien, pudimos comprar una casa nueva», apostillaba.
· Matrimonio con el bueno de Julián Andrés · Más adelante, conocería a Julián Andrés, natural de Castañares, La Rioja. «Yo lo veía un mozo muy guapo. A mí me gustaba que a diferencia del resto de muchachos de nuestro pueblo, a Julián no le gustaba beber alcohol. En el pueblo le conocían muchos como ‘el mejor yerno’. Se acabó colocando en la estación del ferrocarril. Estando allí, un amigo, le invitó a ir a trabajar a Durango. «¿Por qué no te vienes a Durango?», le dijo y Julián aceptó.
Unos meses después de contraer matrimonio, la alegre pareja se mudó primero a la anteiglesia de Mañaria. «Un amigo le colocó en la Papelera de Iurreta. Esto ocurrió al año exacto de que se abrió la Papelera», databa.
Julián -fallecido en 2008- es recordado en Durango como un buen trabajador al que desde Zaragoza llegaron a buscarle para ofrecerle un puesto de trabajo en la ciudad aragonesa. «Una noche vino a casa y me lo comentó cuando ya vivíamos en Durango. Y lo hablamos entre los dos. Dijimos que para qué… Si ya teníamos esta casa, colegio para nuestros tres hijos, y el dinero suficiente para vivir bien. Ni él ni yo quisimos. Nos conformamos con todo lo que teníamos entonces, ¿qué más podíamos pedir si éramos felices?», explicó días atrás emocionada.
«Ama, no sabría qué calificativo ponerte porque todo lo que me viene a la mente me parece pequeño»
POR Glori
Ama, estés donde estés, sé que nos vas a ayudar. Nos has dado una buena lección: con tus casi 90 años has vivido sola por decisión propia, has tenido una enfermedad que has llevado con mucha resignación. Eras tú quien nos dabas ánimos a nosotros para seguir adelante, y hasta los últimos tres días has hecho tú la comida.
Me gustaría decirte que como madre, amama, birramama, amiga…, no sabría qué calificativo ponerte porque todo lo que me viene a la mente me parece pequeño.
Ama, estés donde estés, sé que harás feliz y ayudarás a todo el mundo.
Te voy a pedir un favor, si te encuentras con Aita y con Txisum, daos un beso muy fuerte, de nuestra parte, y diles que les queremos mucho. Disfrutad en vuestra nueva vida.