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¿Delenda est Carthago?

Jose MAri Esparza

Jose Mari Esparza Zabalegi

· Editor 

A momentos históricos, mirada larga. En los últimos 150 años, han sido tres los conflictos armados que han tenido los vascos: la última carlistada, la guerra del 36 y la revuelta del 58, que acaba de finalizar. Groso modo, 40.000 voluntarios en la primera, 70.000 en la segunda y 20.000 en la tercera. Algunos podrán decir que nada tienen que ver entre sí, pero a otros nos sorprenden sus semejanzas y vemos cómo polvos de antaño trajeron los lodos de hogaño.

En las tres guerras, las libertades de los vascos estaban sobre la mesa de operaciones: los Fueros en la primera, el Estatuto republicano en la segunda y el derecho a decidir en la tercera. Enfrente, la Monarquía, Guardia Civil, Ejército, Oligarquía y Constitución Española. Lo mismo, los mismos, que diría Antoñana. En ninguna de las tres hubo transación final y sí declaraciones triunfalistas del Estado. “Soldados: fundada por vuestro heroísmo la unidad constitucional de España, hasta las más remotas generaciones llegará el fruto y las bendiciones de vuestras victorias”, dijo Alfonso XII en su proclama final de Somorrostro. Similar fue el discurso de Areilza en Bilbao, en 1937: “Vizcaya, a partir de ahora, es española por pura y simple conquista militar”. “ETA ha sido derrotada por las Fuerzas de Seguridad del Estado”, dicen ahora.

Tras los tiroteos, las víctimas de un bando pasan a primer plano: los partidarios del Gobierno liberal obtuvieron sinecuras, exenciones de quintas y el general Concha su obelisco en Abarzuza. De los Gloriosos Caídos por Dios y por España que hemos conocido, todavía siguen en pie sus monumentos. Ahora son las Asociaciones de Víctimas las que cobran, mandan y colocan sus placas y pebeteros. A las otras víctimas, humillación y castigo. Deportados a Cuba en 1876; exilio, cárcel y ostracismo en 1939 y en 2018. En los tres casos el Estado impuso una férrea censura de prensa, cerró periódicos, usó leyes mordaza. En la primera prohibió el Gernikako Arbola y en la segunda el Eusko Gudariak. En la tercera casi todo es apología del terrorismo.

Quienes se creían vencedores siempre despreciaron el discurso político de los vascos alzados: en 1872 eran bandidos y carcas, que no luchaban por los Fueros como les hicieron creer los carlistas. Los de 1936 eran rojo-separatistas, que no luchaban por Euskadi sino para imponer una dictadura judeo-masónica. Los de 1958 eran terroristas, que no querían una Euskal Herria socialista, sino matar por matar. Bandidos, bandidaje, bandas. El discurso español.

En todas las guerras siempre hay indígenas que apoyan a sus conquistadores. Son nuestros Condes de Lerín. También los hay que, simplemente, se oponen a sus paisanos sublevados. Unos, sinceros y bienintencionados, porque creen que ese no es el camino o el momento. Otros porque esperan medrar como sumisos Tíos Tom. No faltan, sobre todo entre intelectuales y periodistas, los que estuvieron callados, al pairo, y al final se deciden a atacar al más débil con la crueldad que muestran los gallinas con ventaja. A moro herido, gran lanzada. En la prensa de estos días están todos retratados.

Una vez los alzados entregaron las armas, el Estado siempre olvidó las promesas para que lo hicieran. Pese a prometer respetar los Fueros, Cánovas los abolió en las tres provincias y anunció su derecho a legislar sobre Navarra como en el resto de la monarquía. Y para demostrarlo, actualizó el cupo, congelado por prudencia desde 1841. Castelar propuso además controlar a los maestros, para extirpar las ideas disolventes de los vasconavarros. Franco tampoco respetó el pacto de Santoña y miles de gudaris fueron presos o fusilados. Los Fueros, otra vez cercenados. Hoy día, todo lo que se les decía a los vascos (“presos por armas”, “de todo se podrá hablar”, etc.) se ha trocado por una mayor crueldad represiva. La autonomía, de nuevo en cuestión.

Y es que con el fin de las guerras no cesa la violencia, sino que se monopoliza. “Para controlar a los navarros” se acantonó para siempre en Anzoain el Regimiento América 66, y se construyó “a costa del país” el Fuerte Alfonso XII o de San Cristóbal, llamado por ellos mismos “bastión del Ejército de Ocupación”. En la guerra siguiente el Fuerte siguió usándose contra los navarros. Y el mismo ejército de ocupación puso un cuartel en cada pueblo, con gente ajena al país. Esta ocupación aumentó en el conflicto del 58 y ahora, a su final, nos anuncian que no piensan retirarse y que seguirán incordiando a los vasconavarros. Lo de Alsasua es solo un aviso. Lo de la Manada, un detalle.

Cada conflicto ha sido estribo del siguiente. La abolición foral del XIX y los podridos gobiernos de la Restauración trajeron la reacción nacional y social del País. Surgió el nacionalismo moderno y el proyecto de una república vasca. Luego, la abolición de la República y el podrido franquismo germinaron a ETA. Con ella, surgió la izquierda independentista. Ahora, ETA se diluye, pero queda un Reino de España tan podrido como el de Alfonso XII. ¿Alguien cree que el conflicto vasco ha acabado?

Desde Madrid siempre nos han mirado como territorio hostil. Delenda est Carthago escribió la prensa española en el siglo XIX. Había que destruir la Cartago vasca. Ya lo dijo el general Moriones: “Más que los carlistas, es el país el que nos hace la guerra”. Respetaron los cupos y los Fueros mientras hubo vascos armados. Desarmados estos, los colaboracionistas y liberales vascos se vieron incapaces de evitar la abolición foral. ¿Qué arma disuasoria tenían? Hasta el triunfo de Navarra en la Gamazada de 1893 no se puede desligar de la sublevación del “comando” de Antero Señorena.

Autodesarmada ETA, todo indica que Madrid se dispone a aumentar las medidas represivas, recortar la libertad de expresión y cuestionar cupos, convenios y toda la autonomía vasconavarra, que cedió en 1978, mal de su grado, para apaciguar el país y buscar apoyos. ¿Por qué van a permitir ahora al PNV o a UPN seguir disfrutando de nueces autonómicas que menoscaben la unidad de la patria española?

Euskal Herria entra en una nueva fase de confrontación. ETA se ha diluido como un azucarillo en la sociedad (genial, el dibujo de Tasio) y eso debe facilitar nuevas mayorías en el país, que impidan los pasos atrás y sigan sacudiendo el nogal. Con otras armas, la guerra sigue igual. Algo surgirá. Madrid no destruirá Cartago.

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