Las ‘Memorias de la mar ciega’ de Josu Arteaga
JORGE JIMÉNEZ
Título: Memorias de la mar ciega
Autor: Josu Arteaga
Género: narrativa, novela
Formato: libro
ISBN: 978-84-125635-9-7
N.ª pág.: 200
PVP: 16,95 €
Fecha de salida: 15-12-202
Editorial: Desacorde Ediciones
Dicen los de Olariz que en el llano no tenemos entendederas, y razón no les falta. Pero, por más que tengamos la cabeza llena de pájaros y los intereses puestos en asuntos que tampoco llevan a nada, lo que no nos pueden negar es que tenemos paladar fino y sabemos apreciar lo bueno. Por eso llevamos más de una década esperando noticias suyas, confiando en que, más tarde que temprano, su bertsolari Arteaga se arrancaría a cantar.
Así pues, persona lectora, ya seas del llano, la mar o la montaña, siéntete afortunado si en tus manos han caído estas memorias. Zambúllete hasta lo más profundo, sumérgete hasta quedarte sin aire, porque cuando emerjas para llenar de nuevo tus pulmones y te tumbes a la orilla, aunque con cierto regusto a cieno, tendrás los ojos abiertos para mejor ver. Estas historias que vas a conocer acontecieron en Olariz, pero lo mismo podían haber sucedido aquí o acullá, porque la vida igual de puta es en cualquier lado. Sólo es cuestión de saberlo ver.
«He aquí el marco de esta guerra, de treinta años de antigüedad, narrada no por supervivientes sino por muertos que no están del todo muertos y que, como en todo buen cuento, deben regresar para vengar la derrota y recuperar la posesión de sus tierras, como los guerreros de Toro Sentado o Caballo Loco haciendo reaparecer al bisonte tras un buen baile de espíritus. Incluso si Little Big Horn siempre termina en Wounded Knee.
Y como bien sabemos que las regiones costeras atraen a los ricos y a los mafiosos, el lugar es también el escenario de algunos asesinatos particularmente atroces donde poderosos y narcotraficantes engañan al aburrimiento aprovechándose de su impunidad, como en las regiones más calientes de México o Colombia. Como hemos leído, las regiones no tienen el monopolio de la corrupción ni de los abusos diversos. No más que políticos corruptos, dueños de pubs descarados, prostitutas callejeras astutas, viejos lascivos u obstinadas ranas almeja.
Pero hay montañas donde los difuntos con las cuencas de los ojos vacías guardan rencores tenaces y una visión de largo plazo. Para el deleite de los cangrejos». (fragmento del epílogo de Pierre-Jean Bourgeat).
«En casa de mi abuelo nunca se comía pan tierno. Se compraba a diario, pero nadie lo probaba. Como se había de aprovechar el del día anterior, el recién hecho se comía al día siguiente. Correoso. Era como esos remolinos de la mar de los que uno no puede salir por muchas brazadas que dé. Lo del pan siempre había sido así. Si no se ha nacido aquí, no se tienen entendederas para lo nuestro.
Aunque una vez, no se sabe si porque hubo un eclipse que cayó en un día impar de un año bisiesto o por qué, las aguas torcas se hicieron mansas, orillándose el pan viejo, para hacer aprecio al tierno. Lo hicimos todos menos mi abuelo. Nunca se habló de ello en casa. Aquí pensamos que con no hablar se hace la componenda. En el llano es más pior. Allí creen que las cosas se enderezan hablando.»
(fragmento del libro)
«Los lodos de debajo del mar son la alfombra de un mundo vedado para los vivos. En las profundidades —abisales les llaman los que entienden—, la oscuridad es toda y la vida es mucho diferente. Ahí abajo los peces paicen cualquier cosa de la traza que tienen. Lo que la mar se traga acaba en su fondo de ciénaga, fría, oscura y profunda donde la vida es otra y desde donde suben burbujas como recuerdos de algo. Allá abajo sólo pueden vivir peces raros como demonios de los infiernos, que no se pueden asar a la parrilla de lo mucho duros que son. En el nuestro, los fondos se van llenando de barrillo y basura y dicen que hay mucho gas, que es el que luego aflora arriba en burbujas y que coincide cuando aparecemos y desaparecemos los que perdimos los ojos en las pinzas de los cangrejos.
Puede que seamos peces varados al orillo de una mar, esperando el final. Que la vida solo sea eso. Retorcer el espinazo y saltar sobre el barrillo para buscar la última bocanada que el aire nos regatea. O que ya estemos muertos de hace tiempo. O que estemos a medio camino entre una cosa y la otra, sin ser ni lo uno ni lo otro. Debajo de las aguas o encima de ellas. Aquí o allá. Pal caso es igual. Un día se deja de vivir para lo que queda y se queda uno en lo que fue. Y ya».
(fragmento del libro)