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La tortura explicada a un lector de La Razón (y por qué debería preocuparle)

BIXEN

Vicente Carrasco Bixen

Lo normal es escribir para la parroquia de uno, los que sabes que te van a entender la gracia o la falta de ella porque la mayoría escribimos para que nos quieran más, digamos lo que digamos cuando nos lo preguntan.

Voy a escribirle ahora a ese que no se cree “lo de las torturas”. A ese que se cree que eso viene en el “manual de ETA” ese que aunque se les hayan metido hasta la cocina mil veces nunca aparece. Y ni siquiera estoy hablando de los que le dijeron a la cara a Martxelo Otamendi cuando habló en el parlamento vasco que aquello era un teatro. Conozco gente, y no poca, que está realmente convencida de que la policía no tortura nunca. Que la policía española, cualquiera de ellas, podría, se lo pide el cuerpo muchas veces, y si pudieran hacerlo lo harían en el nombre de un bien mayor. Pero no lo hacen porque no pueden, porque se les caería el pelo. Por torturar. Ya ves tú. En fin, que me despisto.

Hablo de gente que seguramente no se enteró siquiera de que acaban de juzgar a cuatro guardias civiles acusados de torturar a Sandra Barrenetxea. A ellos les pedían más años de cárcel (19) de los que le hubieran caído a Sandra si hubiera firmado lo que querían que firmara.

Pero ni ella firmó nada (y no fue porque no fueran persuasivos, los muy canallas) ni les van a caer 19 años, porque los guardias civiles fueron absueltos. Ojos que no ven corazón que no siente, dicen.

Dicen.

Dicen los que no saben que hay mazmorras donde suceden cosas mucho peores que morir.

Los casi cinco mil testimonios documentados de torturas en Euskal Herria desde finales de los 60 (a saber por qué número hay que multiplicar ese número si se cuenta todo el Estado ¿Por 10? ¿Por 20?)  son propaganda, fantasías alunadas, lamiquejos generados acaso por un bofetón que se escapó, dos manotazos en la mesa y cuatro voces. Y cuatro amenazas.

“Habla o te vas a cagar” y se ven solos, con hambre, con sueño y eso hacen. Se cagan. Normal.

Yo le escribo a quien se cree estas cosas. Le escribo esto también al que cree que si se tortura bien hecho está y poco se hace para todo lo que se tenía que hacer. No sé si tengo alcance como para que me lea alguno de estos, pero por intentarlo que no quede. Yo le escribo al que mira para otro lado porque todo eso le pilla de lejos.

Sé que no te vas a creer el miedo que pasa quien sufre la tortura, da igual que sea quien teme que le saquen lo que no quiere decir como si es un infeliz, una infeliz que no tiene nada que decir y lo va a pasar igual. No te vas a creer el miedo de quienes conocen y quieren a esas víctimas de la tortura. Del miedo que transmite el saber que un ser querido, un conocido siquiera, está ahora mismo en una mazmorra y tú no.

Y tú no de momento. No te vas a creer el miedo de los que detuvieron con Mikel Zabalza y salieron vivos, que no de una pieza. La tortura es la violación del alma de un pueblo. De más de uno. Del que la sufre y también del que la aplica. Hay un antes y un después. Unos lo llevan mejor y otros peor, pero la huella está ahí. La tortura destruye a muchísimas más personas de las que toca directamente. Hay cosas peores que morir. No muchas pero hay.

En los mundos de Yupi tienen que demostrar que el acusado es culpable.

En la cruda realidad a veces vas a ser tú quien firme lo que haya que firmar. Hay quien les pide la muerte para que paren. No vas a firmar.

Firmas la muerte de Manolete, el crimen de Cuenca y el desembarco de Normandía. Y el de Alhucemas, para que haya un triunfo y un desastre. Lo que sea. Pero que paren. Luego ya en el juicio ya veremos. Y en el juicio es tu declaración y la opinión de los peritos, que son los que no vieron nada o los mismos que te lo hicieron todo.

¿Y por qué te escribo y te cuento todo esto que no te vas a creer? Pues porque cuando lo dejan, cuando ascienden, cuando se jubilan, esos tipos dejan las tierras bárbaras donde tenían impunidad, malos horarios, mala vida pero podían con todo (su miserable versión del “uno recuerda donde fue pobre pero feliz”) y los mandan a donde vives tú.

A llevar la vida que soñaban cuando todo iba tan rápido que no soñaban. Son los que te paran en la carretera, te identifican en el aeropuerto, es tu vecino, es el padre de la mejor amiga de mi sobrina, es tu compañero de gimnasio, el yerno de tu hija, el novio de tu hermana, tu hermano cofrade, el borracho ese que no habla hasta que no está bien pedo y se le ve su cara de verdad, es ese otro borracho que sacó la pistola en el bar ni se sabe cuántas veces (y la chorra al menos una vez) porque volvió roto de “la Guerra del Norte” y porque además está casado y con dos hijas pero cuando se emborracha sólo a medias es gay entero pero no puede serlo y aquí está su pistola y aquí sus cojones.

Si crees que haber hecho todas esas cosas no les pasa factura estás muy equivocado. Y es mejor que tengas todos los hechos porque así entenderás estas cosas que pasan algunas veces. Y más que van a pasar. Menudo ganado os llegó de vuelta a los mundos de Yupi. No te lo puedes ni imaginar.

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