A Baiona, y que se joda Espartero
Jose Mari Esparza
· Jose Mari Esparza Zabalegi es editor de Txalaparta
En 1839 acababa la primera guerra carlista con el Abrazo de Bergara. Tras años de guerra, los jóvenes vascos volvían a sus casas, tan ufanos y altivos que la autoridad militar ordenó recoger “cuantas boinas existan en los pueblos de cualesquiera procedencia, pues ha llegado la noticia del Virrey que los mozos presentados del extinguido Ejército Vasco-Navarro hacen alarde de presentarse con ese distintivo que no debe usarse toda vez que ya cesaron de seguir la causa carlista y se acogieron al loable convenio de Vergara”. Espartero firmó el bando anti txapeldun.
Primero perseguían los símbolos y luego vaciaban la casa del padre: los fueros abolidos, las quintas impuestas, las fronteras del Ebro al Bidasoa y fin de nuestras principales instituciones. A la par, comenzaba un nuevo ciclo de lucha para la recuperación de nuestros viejos derechos, ciclo que, de algún modo, dura hasta nuestros días. Pocos años más tarde, en 1846 ya estaba todo el país regado de panfletos que rezaban: “Vascos-navarros: el Gobierno que cien veces cuando estabais con las armas en la mano os ha prometido la conservación de vuestro Fueros, da ahora que os ve desarmados el golpe de gracia a vuestros más caros intereses”.
No he podido evitar acordarme estos días de aquel momento, que se ha repetido más veces en nuestra historia. Entonces, como ahora, no se trataba solo de sujetar a un pueblo al yugo del constitucionalismo español, sino de humillarlo, negar su derecho a expresarse, borrarle sus referencia atávicas. Ayer fue la txapela, hoy puede ser cualquier twitter sobre Carrero, artículo de opinión o brindis por un preso o presa.
Después de casi 60 años de política armada, ETA ha tomado una decisión unilateral, voluntaria y valiente, que, una vez más, va a cambiar la historia este país. Bienvenida sea. Sin embargo, lejos de dar facilidades, otrora prometidas, algunos se dedican a obstaculizar, a sacar de la manga nuevas exigencias y a sanguijuelar con romas, parciales e interesadas lecturas de lo acontecido. ¿Cuántas veces, desde el Pacto de Ajuria Enea, hemos escuchado a nuestra clase política, el axioma “paz por presos”? ¿Cuántos gobiernos españoles no hubieran firmado eso cien veces cuando ETA estaba activa? ¿A qué viene ahora tanto requilindorio? Incluso –lo leemos en editoriales cercanos- exigiendo que entreguen las armas “sin manipular”, para que la policía pueda detener a quienes las entregan. ¿Cabe mayor absurdo?
Columnistas y tertulianos que callaban en los tiempos plomizos, muestran ahora una beligerancia servil, que jamás emplearán contra los torturadores y criminales del Estado. Saben además que otros no pueden replicar en igualdad de condiciones, lo que muestra una vez más que no hay nadie más cruel que un gallina con ventaja.
Este sábado, por supuesto, estaremos en Baiona. Fundidos con la ciudadanía vasca que respalda la entrega ordenada de las armas, escenificaremos el final de una etapa y el comienzo de otra, que ya lleva tiempo en marcha porque, como en las carreras de relevos, para coger el testigo tienes que estar corriendo de antemano. No vamos a ningún entierro, como quisieran algunos. Ni a escenificar una derrota que no se ha dado. Si algo se aprende de los libros de doña Historia es que esta señora tiene unos ciclos muuuuy largos; que las batallas no siempre deciden las guerras y que desde Orreaga el volcán vasco tiene veta directa con el magma terráqueo: somos incombustibles.
En Baiona llevaremos orgullosos la mochila de nuestro pasado. Recordaremos a quienes no están; brindaremos por los grandes aciertos de una parte de este pueblo que nunca se arrodilló. Sin la izquierda revolucionaria vasca, el franquismo hubiera tenido un final feliz; el mapa autonómico sería distinto; la autonomía otra; tendríamos varias centrales nucleares; un espacio sindical, político y social diferente; otra conciencia nacional; más derechismo; más españolización; muchos no sabríamos euskara y la Korrika ni existiría.
Con todos los claroscuros que queramos, Euskal Herria no sería la misma de haber seguido la senda de los “Tío Tom” vascos, los recogedores de nueces del árbol que antes sacudía ETA y ahora, cobardes, esperan que sacudan los catalanes. Ellos siempre medrando con el esfuerzo de otros.
Ignoro la liturgia que se ha preparado para el acto de Baiona y nos someteremos gustosos a lo que indiquen los oficiantes, pero puestos a elegir, como canta Serrat, preferiría un bautizo a un entierro, un gloria a un réquiem y un irrintzi a una letanía. Y cantar con Telesforo el “Lepoan hartu”; con Txiki el “Itziarren semea”, y con Jokin e Itziar el “Eusko gudariak” hasta quedarme ronco. Y cómo no, entonar con Etxamendi y Larralde, el “Yup! la-la!” y cubrir el cielo de prendas esperanzadas. Y el domingo a Iruñea a la Korrika. Y el lunes al tajo de la patria, aún por liberar. Feliz, con la txapela puesta, y que se joda Espartero.