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VIAJAR CON… | ALBERTO RUEDA | El archipiélago Svalbard, al Norte del Norte

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Alberto Rueda

El archipiélago de Svalbard está situado en el océano glaciar Ártico, y forma parte del país escandinavo de Noruega. Consiste en un grupo de de islas que abarcan desde los 74º Norte a los 81º Norte. El pueblo más grande de este enclave es Longyearbyen, en la isla de Spitsbergen, considerado la localidad más al norte del planeta. En Svalbard hay tres veces más osos polares que personas.

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PHOTOS | Cedidas por Alberto Rueda

Tras un largo viaje aterrizamos en Longyearbyen, por primera vez en mi vida aterrizo sobre nieve. Es tarde, hace frío, unos 14 bajo cero y nos vamos seguido al hostel a descansar. Mañana nos espera un largo y duro día. Despertamos y nos dirigimos al supermercado del pueblo a comprar la gasolina, comida, palas y detalles de última hora.

El siguiente destino es un hangar, un lugar dónde todas las expediciones y empresas polares guardan el material. Allí conozco y tengo una agradable charla con la australiana Kate Leemming, que está entrenando y probando un prototipo de mountain bike con el objetivo personal de llegar a ser la primera mujer en llegar al Polo Sur en bici.

Organizamos la comida, hacemos paquetitos de todo, y empezamos a preparar las pulkas. Entrenamos en montaje/desmontaje de la tienda, y ciertos movimientos y pautas a seguir. Con todo detallado, aunque, con un sinfín de dudas, miedos y nervios comenzamos la etapa más corta de unos 12 kilómetros.  El objetivo global es una travesía de Oeste a Este de unos 150 kilómetros aproximadamente entre los 79 y 80 grados norte.

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Las sensaciones son buenas, la pulka es fácil de llevar, desliza bien, ofrece poca resistencia. Transporta unos 55 kilogramos. Ahora solo queda acostumbrarse a los esquís de blackcountry con botas blandas. El segundo y tercer día fueron sin viento, con sol, y una luz preciosa, pero también los más fríos.

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Por la noche la temperatura rondaba los 40 bajo cero, y dentro de la tienda al amanecer hacía unos 28 bajo cero. Fueron temperaturas y sensaciones nuevas para mí, curiosas de experimentar, y con muchos trucos por aprender, ya que se congela todo en segundos: el agua, los termos, el whisky, el aceite, y tú mismo si no tomas unas pautas y precauciones.

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Las siguientes jornadas fueron de incertidumbre. Estaba anunciada una fuerte tormenta, corta, pero en esas condiciones era algo totalmente nuevo para quien escribe. Durante 36 horas estuvimos sin poder salir de la tienda con vientos de más de 90 kilómetros por hora y unos 25 grados bajo cero.

Una ráfaga de viento nos rajó la tienda y tuvimos que repararla ‘in situ’ en mitad de la tormenta. La tienda no era una tienda cualquiera, era la que llevó Ramon Larramendi al Polo Sur el año anterior, lo que me hizo entender lo violenta de esta tormenta. Los días siguientes transcurrieron entre glaciares, mar helado, morrenas y días nublados, pero sin tanto frío ni viento, unos 23 bajo cero.

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Según nos acercábamos a la costa, las medidas de seguridad anti osos se ponían  más severas, el gobernador de Svalbard para darte permiso de expedición estás obligado a llevar rifle, pistola de bengalas, y a realizar un cerco de seguridad por movimiento todas las noches alrededor de la tienda.

El último día fue largo, más de 25 kilómetros, los más monótonos también. Todo hacia adelante, llano, recto, siempre hacia la raya del horizonte. En principio un día tranquilo, charlábamos sobre qué hacer al terminar la última etapa: si un paseo sin la pulka por el mar helado, ver algún oso polar, relax, …

Al día siguiente, como estaba pactado y estipulado nos venían a buscar en motonieves para llevarnos de vuelta al pueblo. La etapa se empezó a complicar, el viento comenzaba a ser muy fuerte, el ‘white out’ era total y no se veía ni a 5 metros, la cosa se empezaba a poner fea. Las últimas tres horas las hicimos con vientos de más de 100 kilómetros por hora, con unos 28 bajo cero, y una sensación térmica de más de 75 grados bajo cero. Estás condiciones causaron en minutos varias congelaciones de segundo grado en dedos, nariz y cara a un par de compañeros.

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Montar una tienda de campaña en esas condiciones es entre patético, dramático y gracioso. Una vez dentro, encendimos los fuegos, entramos en calor, comimos algo y tuvimos pensamientos negativos rondando la cabeza. Con estas condiciones no nos vendrían a buscar al día siguiente, y con ello, perderíamos todos  los vuelos de vuelta a casa entre otras cosas.

Al día siguiente mejoró un poco, pero de repente entre la tormenta cuan héroes de película aparecieron 6 guías noruegos, en motonieve. Nos sacaron de allí llevándonos de vuelta a la civilización.  Unas 8 horas de motonieve que dejaron mis articulaciones, huesos y músculos totalmente entumecidos.

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Ya de vuelta a la civilización, ducha caliente, ropa limpia, colonia, y cena en el restaurante del pueblo como los señoritos, después curiosamente, gaupasa a 79 grados norte y 16 bajo cero. Y hasta ahí puedo leer…

* Alberto Rueda (Durango, 1973) es Técnico de Márketing y gestor comercial

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