98 CUMPLEAÑOS DEL MILICIANO BALTASAR DELGADO: «Me cayó una bomba ‘fachi’ al lado y me quitó la parte delantera de la dentadura que me falta»
Texto y foto · Iban Gorriti
El sábado cumplió 98 años y a modo de regalo de cumpleaños, desde Mugalari queremos reconocer su trayectoria con este reportaje de la última vez que nos sentamos ante una grabadora. El compañero de batallas y fotógrafo Mauro Saravia tuvo el gesto de ir a visitarle a la residencia en la que el vizcaino vive el día a día.
«Los fachis, nosotros les llamábamos así, los fachis», insiste el antifascista Baltasar Delgado, quizás el último -decir desde primeras «el último» es quizás faltar a la verdad- miliciano del Eusko Gudarostea vivo del tercer batallón socialista de la UGT llamado González Peña, en honor del diputado socialista asturiano y cuyos componentes eran en su mayoría de Sestao y Barakaldo. Es natural de Ugao-Miraballes y vive en la residencia Arbildu de Zeberio. Suma desde el sábado 98 años y de los gudaris y milicianos que aún insisten en contar su verdad, de todos ellos, quizás es el más expresivo en gestos. Habrá quien a este mecánico de profesión aún le recuerde en su memoria por ser el batería de la histórica Orquesta Nervión.
Su testimonio es interesante, su actuación a la hora de transmitirlo es dinamita, metralla. No hace falta preguntarle mucho, encendida la mecha, no defrauda en ir explotando, en ocasiones, le sale el lloro, desborda tanto de alegría como va más allá de la emoción.
Como hizo en julio de 1936, pronto se suma a aportar retentiva. «En cuanto supimos que iba a haber guerra, me fui a Garellano, a Bilbao. Y me alisté. En una habitación nos mandaban ir cogiendo una chamarra, un jersey… y lo último: un fusil. Fuimos de los primeros», enfatiza. Tenía casi 18 años.
Con el UGT3, cuenta que les enviaron a Lekeitio. Que coincidieron con el batallón Facundo Perezagua. Sumaron fuerzas. «Hicimos frente a los fachis que venían de ocupar San Sebastián», comienza a relatar quien entonces «me sentía socialista, aunque esa edad ni sabíamos lo que era ser de tal o ser de tal idea».
· «Nos dieron una buena» · Su siguiente destino fue Baranbio, hasta donde fueron con su comandante, el belga Juul Christiaens. «Nos llevaron a en autobuses a Orduña y recuerdo los túneles que había», matiza y valora: «¡Nos dieron una buena!». Tuvieron muchas bajas en el batallón, cifra que él detalla como de «72 muertos».
En el libro Memorias de un miliciano de la UGT, editado por Sancho de Beurko, Eduardo Uribe, un camarada de Baltasar escribió sus memorias. «El día 7 de diciembre nos llevaron en autobuses hasta Barambio. Llegamos a los túneles que hay en las vías del ferrocarril del Norte. Posiciones a tomar Chibiarte y Sobrehayas».
El testimonio coincide con el que aún narraba Baltasar el año pasado. Estaba muy nublado y caía algo de nieve. Cuando se despejó la niebla, les inmovilizaron bajo el intenso fuego de sus armas. «Quedamos al descubierto tuvimos muchas bajas y gracias a que otra de nuestras compañías atacó el enemigo por un costado, les obligamos a retirarse, abandonando incluso algunos fusiles y pertrechos. Nuestro comandante belga fue el primero en llegar a la cima del monte. En Chibiarte cogimos un requeté prisionero que llevaba un escapulario con una inscripción que decía ‘detente bala’. No sé a dónde iría a para», relata Uribe en el libro. El UGT3 tuvo el apoyo del Amaiur.
Al amanecer del día 8 todos estaban helados. No podían hacer fuego porque la leña estaba mojada. Los fusiles cubiertos de barro los usaban como bastones. «Si aquella noche se les ocurre atacar nos cogen de las orejas y nos llevan hasta Burgos. Desorientados como estábamos, nadie se había preocupado de colocar centinelas», valoraba Uribe.
· «Menos mal que no explotó» · Un grupo consiguió encender una hoguera y fueron todos a calentarnos y a secar la ropa. De pronto, alguien que no tenía sitio cerca del fuego se dio cuenta de que a lo lejos por la parte de Uzkiano se veían grupos de soldados con mulos que parecían transportar ametralladoras y morteros. No había trinchera y nadie había pensado fortificar la posición. Tumbados en el barro, cada uno buscó un sitio donde esconder la cabeza y empezó el tiroteo, pero, al poco tiempo, algunos del UGT3 quedamos sin munición, ya que la habían gastado en el ataque. «Nuestras ametralladoras casi no funcionaban por el agua, el barro y la falta de prácticas de los servidores. Las cintas de munición estaban empapadas. En algún sitio llegaron tan cerca que una granada Lafitte le pegó a uno en el casco. ¡Menos mal que no explotó! Lo que yo me pregunto es de dónde sacaría aquel casco igual era de bombero. En cambio a una docena de metros de donde yo estaba un mortero casi le llevó el pie a un cabo», agregaba Uribe.
El miliciano Baltasar Delgado también recuerda ese horror. «Yo de fusilero pasé a ametralladoras. Teníamos una para dos y a mi compañero le mataron. Lo de ¡Orduña fue terrible!». Allí tuvieron el apoyo de batallón nacionalista Amaiur y del anarquista Bakunin, «a cuyo capitán le mataron de un tiro en la cabeza», agregaba Uribe. «Hacía tanto frío que a varios que no se preocuparon de secarse los calcetines se les helaron algunos dedos de los pies», escribía Uribe.
El UGT 3 tuvo cerca de una veintena de muertos a consecuencia de aquellos combates, aunque solo se han podido confirmar los nombre de quince de ellos: el teniente Deogracias Galache; el cabo Toribio Larrea y los milicianos José Gómez, Eusebio Gutiérrez, José Magalet, Demetrio Peña, Jesús Carballo, Antonio Fernández, David Fernández, Eugenio Sáez del Solar, José Suárez, Ciriaco Estévez, Ángel Orúe y Manuel Abejón». «¡Terrible! Tanto amigo muerto», se echa a llorar Delgado y justifica las lágirmas y sollozos: «¡Tiene uno tantas cosas!».
El hijo de Baltasar y Eugenia, continuó en la línea del frente. Se reorganizó el batallón en Balmaseda. «Me cayó una bomba fachi al lado y me dejó medio sordo y me quitó la parte delantera de la dentadura, esta que me falta», señala. Tomaron Castro Alen. En Astilleros «nos cazaron. Ahí caímos el Peña. Nos apresaron los ‘fachis’: españoles y alemanes. Nos llevaron andando hasta la plaza de toros de Santander».
· Miranda de Ebro · Le enviaron a Miranda de Ebro, al campo de concentración. Le destinaron a ‘batallón de trabajadores’ -esclavos- del bando franquistas a Madrid. «Nos mandaron a limpiar las barricadas de Madrid para que anduvieran los fachis».
De allí a Extremadura, a Navalmoral de la Mata. «Tuvimos muchas refriegas. Según pasábamos veíamos muertos de los dos bandos». Allí acabó la guerra. «No pisé cárcel solo en el campo de concentración de Miranda unos días». Le hicieron cocinero de oficiales. «Me pagaban 13 duros, diez mandaba a mi madre».
Por Villaverde de Trucíos volvió a Miraballes. «Un mando que le apreciaba le preguntó: ¿Usted no será tonto? Lleve una maleta pero con la ropa de aquí. Llévela con comida. ¿Y si me cogen al salir? Yo estaré en la puerta con el comandante. Mandó fuera a todos y a mí. Pesaba mucho, pero yo venía tieso. Lo vio mi madre: un cerdo partido por la mitad. Garbanzos, lentejas».
A su regreso siguió «un tiempo con la UGT, pero me aburrió la política», relata el batería de la Orquesta Nervión, quien en los últimos años ha agradecido dos homenajes que le han hecho. «En la Orquesta Nervión estuvimos 30 años triunfando. Éramos cuatro: saxo, trompeta, acordeón y batería. Yo era el que metía ruido, como en la guerra», acababa riendo.