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Nuestra Bandera

Miguel Usabiaga

Miguel Usabiaga

La revista “Nuestra Bandera” reemprende de nuevo el camino, tras un paréntesis en el que las dificultades económicas la tuvieron silenciada. La prestigiosa revista, editada por el partido comunista, es la más antigua de las revistas culturales del país, de aquellas dedicadas al pensamiento, el debate político y teórico, a la cultura. Su primer número veía la luz en las difíciles condiciones de la guerra civil, el 15 de julio de 1937.

Me piden que escriba sobre esta nueva etapa de la revista, para animar, dar a conocer su renacimiento. Probablemente lo hacen sabedores de mi doble condición: por mi compromiso político, comunista; y por mi inserción en el mundo de la cultura desde mi condición de escritor. Pero lo que seguramente desconocen es mi profundo vínculo con esta revista, porque Nuestra Bandera se funde con mi propia biografía política, cultural, formativa, y hasta sentimental; desde que en 1977 me afilié a la juventud comunista. Y por eso, para mí, escribir estas líneas sobre el renacimiento de la revista, es motivo de una gran ilusión, y no puedo evitar relatar mi propio viaje personal junto a Nuestra Bandera.

Provengo de una familia de alta concienciación política, republicanos, derrotados, represaliados por la dictadura, en la que siempre se habló sin miedo, abiertamente, de todo; un ámbito de gran influencia ideológica, sin duda. Pero fue el paso a la militancia política el que supuso el encuentro, el descubrimiento, de mi propio camino de construcción personal, y en él siempre me acompañó Nuestra Bandera. Y parte de lo que hoy soy, como escritor, como persona interesada en la cultura, como persona comprometida, como comunista, se debe en parte a esta revista de ideas. En Nuestra Bandera, en ese tiempo juvenil, encontré los materiales más elaborados y teóricos, las reflexiones filosóficas, y a su lado los debates que se mantenían entonces en el campo de la izquierda, en el seno del partido comunista. Debates muy abiertos, frescos, nada sectarios, en el que siempre había hueco para la línea oficial, y también para la discrepancia, la crítica. Debates que me hacían pensar, crecer. Con esa riqueza de ideas, Nuestra Bandera también me mostraba, en esa etapa iniciática, que me encontraba en una organización que tenía las mejores cabezas, los mejores intelectuales, los mejores capitanes, como dijera Gramsci, para explicar toda la complejidad del mundo desde una perspectiva de transformación socialista, desde una perspectiva comunista. Algo que yo sólo podía alcanzar entonces de una manera intuitiva, psicológica.  Y eso, para el alma de un incipiente revolucionario era muy reconfortante, te hacía sentirte muy acompañado, bien protegido.

De esa manera, tejiendo su red con las palabras, con las ideas, Nuestra Bandera se enredó, se soldó a mi vida con mucha intensidad, tanto que esperaba con ansia la aparición de cada nuevo número, entonces mensuales, para devorarlo con avidez. Hasta que a mis dieciocho años dejé Euskadi para ir a estudiar arquitectura a Barcelona. Eso supuso perder la inmediatez del contacto con la revista en caliente, según salía editada, porque las estrecheces económicas de la vida de estudiante me impedían mantener la suscripción. Pero no rompió el vínculo, el deseo; al contrario, lo reforzó. Porque entonces lo que ocurrió es que anhelaba cada regreso por vacaciones a casa de mis padres, donde podía encontrar los ejemplares atrasados, porque allí sí mantenían la suscripción, que yo recibía con mucha emoción, y leía con impaciencia.

Y esta soldadura de Nuestra Bandera con mi ADN cultural, fue posible no sólo por esas razones propias de la iniciación política, del descubrimiento juvenil, lo fue también por su elevada calidad como contenedor de ideas.

Como dije, en la revista encontraba los materiales más filosóficos, y también todos las discusiones sostenidas en el campo de la izquierda transformadora, allí estaban tanto las ideas de la línea oficial del partido comunista, como también las críticas. Me viene a la memoria un número en el que transcribieron con integridad las intervenciones de gran calado y muy encendidas que se tuvieron respecto a la supresión o no del término leninismo en la definición del partido. Y Nuestra Bandera recogió los postulados favorables de Simón Sánchez Montero, y los contrarios, defendidos por Francisco Frutos. Es un ejemplo para ilustrar el clima abierto e intenso de debate. La calidad de contenidos de la revista siempre ha sido muy alta. Todos los asuntos pasaban por ella; la construcción de los nuevos poderes municipales democráticos; el sindicalismo; junto a los elementos más teóricos, que en aquellos años eran el eurocomunismo, el leninismo que he contado, el bloque histórico para la transformación, que tomaba el nombre de Alianza de las Fuerzas del Trabajo y de la Cultura; la escena internacional. Los temas internacionales cobraban mucha importancia, y en los ojos de un joven como yo, que estaban descubriendo el mundo se teñían también de un tinte exótico. Nuestra Bandera miraba al mundo con una óptica y una penetración singulares, guiada por un sincero internacionalismo, y uno podía aprender sobre un sinfín de realidades lejanas, territorios remotos y sus movimientos emancipatorios, en Asia, o África; lugares que entonces no salían en los periódicos.

En sus contenidos tampoco faltaba el espacio para los movimientos revolucionarios, o partidos, hermanados, con analogía de idearios. Eran artículos amables, fraternales que a uno le envolvían como un cuento, le hacían sentirse cercano de otros tan lejanos, y trascendía la mera información política para proveer de algo mágico, próximo a la curiosidad; pero importante en la conformación de la conciencia en un sentido vasto; como lo es cualquier ingrediente en la elaboración de un cocktail, también los más pequeños. Y así, recuerdo, uno podía descubrir que los comunistas japoneses, entonces se tenía muy buena relación con el partido comunista de japón, editaban un diario que se llamaba “Akahata”, y uno aprendía que “Akahata” en japonés significa “Bandera Roja”, y que sus militantes eran capaces de vender un millón de ejemplares al día, en los kioscos, pero también en las calles, voceándolo, las puertas de las fábricas.

Y esta calidad de contenidos que he apuntado, iba acompañada por las mejores firmas. Los mejores capitanes, las mejores mentes. La mayoría de los cuadros del partido comunista, y también de la periferia, siempre en la esfera del pensamiento crítico; nacionales y extranjeros, teóricos del marxismo, y especialistas en ramas diversas de la cultura, de ese “todo social” que se iba desgarrando con la modernidad; ecologistas, urbanistas, politólogos, obreros sindicalistas, la revolución con todos sus aspectos, o la libertad de costumbres de la vida cotidiana; teorías en un mosaico siempre muy rico. Recuerdo firmas de Nuestra Bandera: Manuel Sacristán, Adolfo Sánchez Vázquez, Paco Fernández Buey, Chomsky, Medvedev, Berlinguer, Pietro Ingrao, James Petras, Poulantzas. Algunas entre tanta pluma certera e ilustre, que ubicaban, a mi entender, a Nuestra Bandera en cabeza de las revistas culturales que competían en su espacio de revistas de ideas en el campo de la izquierda real; por encima de “El viejo Topo”, “Mientras Tanto”, o “Viento Sur”.

Otro elemento de calidad de contenidos en la revista ha sido siempre el de la cultura. Nuestra Bandera ha cuidado mucho la presencia de un bloque de cultura en cada número, tocando todas sus manifestaciones: arquitectura, literatura, cine, arte. Tratando dichos contenidos no con superficialidad, no con un afán meramente divulgador, sino con la misma profundidad de análisis crítico que caracteriza a toda Nuestra Bandera.

Esta calidad de contenidos descrita, ha sido acompañada en cada etapa de la revista por una elevada calidad de su diseño gráfico y compositivo. En cada etapa fue cambiando su formato, tipografía, pero manteniendo como criterio perenne el hacer de Nuestra Bandera, junto a una revista de alto nivel teórico, un bello y atractivo objeto. Su diseño e ilustración, porque ha sido siempre una revista ilustrada, ha corrido a cargo de grandes artistas. En los años de la transición era Alberto Corazón el responsable, que también estaba en el Consejo de Redacción; y contó con ilustradores, junto a él, de la talla del Equipo Crónica, Ibarrola, Juan Genovés, o Josep Renau. Si el número de la revista en su bloque de cultura llevaba un reportaje sobre algún destacado artista, era su obra, pictórica, gráfica, escultórica, la que ilustraba todo el ejemplar. Si el número de la revista era un monográfico, era sobre éste tema sobre el que versaban las ilustraciones; recuerdo un número sobre la revolución de octubre, y era la espléndida obra gráfica de la vanguardia soviética, con El Lissitzky, Malevich, Tatlin, la que florecía en sus páginas. Esa calidad del diseño y composición de la revista, además de hacerla un objeto bello y deseable, tiene un papel en complejo ejercicio que es la lectura, la absorción de conocimientos desde las letras de una revista, haciendo más sugerente y rico el proceso, ayudándolo. Compruebo con satisfacción que en el ejemplar que da lugar al renacimiento de Nuestra Bandera en su nueva época, se mantienen estos criterios y compromisos de línea editorial. En él hay un estupendo y extenso reportaje sobre Josep Renau, el gran cartelista de nuestra República en la guerra civil; y es aprovechado este contenido para utilizar su obra, su obra muralista gestada en sus años de exilio en Berlín oriental, para ilustrar el número, y también para diseñar la portada.

Esta radiografía de Nuestra Bandera que hago, permite extraer una conclusión, que ya ha quedado explícita, pero que repito: estamos ante una revista de mucha calidad, en contenidos y forma. Y, por tanto, estamos ante una herramienta cultural muy importante, y con potencial enorme para hacer de cada lector, de cada militante, un intelectual y un intelectual orgánico. Alguien que piense en profundidad con criterio propio, crítico; y al mismo tiempo alguien que sepa llevar a cada lugar las ideas de la transformación social, para confrontarlas al adversario, y para seducir, sumar, arrimar más gente al campo del socialismo.

Y a esta importancia militante que en modo potencial está encerrada en Nuestra Bandera, se le añade otra importancia que atesora como revista de ideas, que es la de proponer la serenidad, la de construir un espacio para la reflexión. Esto, en unos tiempos en los que vivimos asediados por el incesante bombardeo de estímulos efímeros, perennes, que mueren casi al tocarnos; tiempos en los todos estamos conectados, hiperconectados, pero al mismo tiempo aislados; alienados como nunca, convertidos exclusivamente en consumidores, sin tiempo para la conciencia crítica; es importante la presencia de revistas como Nuestra Bandera, un antídoto contra ese estado de cosas, un revulsivo, un oasis para el pensar, para pensar en profundidad.

Bandera

Presentación de Nuestra bandera entre el autor del artículo de opinión, Miguel Usabiaga, y Jon Hernández.

Hace unos días se celebró en Pikoketa, Oiartzun, Gipuzkoa, un acto que se repite cada año en recuerdo de un grupo de jóvenes milicianos republicanos fusilados por los franquistas. Allí, Jon Hernández, secretario general del PCE-EPK, tomando el ejemplo del luchador Marcelo Usabiaga, animaba a los jóvenes a vivir su vida en el compromiso, y les decía que si lo hacían no se iban a arrepentir, que valía la pena. Nuestra Bandera es una revista que divulga ideas para cambiar el mundo, ideas revolucionarias, y, al hacerlo, forja a los militantes para ello. Conquista gente para ese otro mundo, los gana, y les da en sus lecturas y teoría, las herramientas para imaginar por sí solos ese mundo; “para sí” que decía Marx, para imaginar ese otro mundo más justo, más libre. Y de eso no se van a arrepentir. Aunque en su vida no alcancen a realizarlo, a verlo construido, aunque no disfruten sus ideas de la victoria en la realidad, ellos ya lo han conquistado, tenido, visto, disfrutado, al imaginarlo; gracias a sus lecturas, a la cultura, a Nuestra Bandera.

Recuerdo una anécdota sobre la importancia de las herramientas culturales, revistas, periódicos, para la transformación social. Stefan Zweig, en su libro “Momentos estelares de la humanidad”, elige 14 momentos que él considera trascendentes. Uno de ellos es el conocido viaje de Lenin desde su exilio en Suiza, a través de Finlandia, hasta Rusia en 1917. Pero lo que subraya Zweig como momento estelar o trascendente de ese viaje de Lenin, no es alguno de los lugares más conocidos, míticos, comunes, como el del mitin desde el coche blindado. No. Zweig elige otro hecho como decisivo. Dice que cuando Lenin llega a Rusia tras muchos años de exilio, sin verla, sentirla, pisarla, en lugar de afectarse por la nostalgia o la emoción paralizantes, se interesa, en el primer momento, por cómo es “su periódico”, del que no tenía noticias durante su largo viaje en tren, Es lo primero, en esa fase turbulenta, prerrevolucionaria. Cuando le alcanzan un ejemplar del Pravda, lo lee con rapidez y lo arruga enfadado. Todavía tiene, a su parecer, demasiado patrioterismo y poca revolución pura. Ésa es la importancia que le daba Lenin al periódico, y la que Zweig le da como conformadora de la personalidad del gran líder soviético.

Saludo, con el claro entusiasmo este artículo, la reaparición de Nuestra Bandera. Espero para ella larga vida, y que ayude a las generaciones presentes y futuras de revolucionarios, pensadores, libertarios, comunistas,  a tener más luz en el difícil proceso para desentrañar todas las trampas, leyes, realidades, fronteras, que nos hacen menos libres, que nos oprimen; que les ayude, les alumbre, y que, como fue mi caso, los cobije con el calor de los compañeros y capitanes, y les dé alas para sus sueños libres.

Ayúdanos a crecer en cultura difundiendo esta idea.

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