Una semana al año
Vicente Carrasco ‘Bixen’
Un amigo lleva más de 20 años trabajando en hoteles. Tantos que ahora dirige uno. En uno en el que estuvo, uno de esos que se construyeron en los sesenta y se ha reinventado, reformado y ha cambiado de manos al menos una vez por década desde su apertura, había una pareja de clientes ya bien entrados en años que cada año más o menos por las mismas fechas visitaban el hotel, siempre la misma habitación, durante una semana completa. Siempre a la entrada del otoño, que en uno de esos sitios del Levante donde no hay invierno el fin del verano significa que dejas de cocerte al sol como una fuente de barro. Como aves migratorias allí estaba la pareja sin faltar un año.
Los empleados del hotel no reparaban en atenciones para con ellos. Les reservaban una buena mesa para el desayuno (cerca de todo pero lejos del trajín, cerca de la ventana pero sin el sol en los ojos de ninguno de los dos, cerca de una puerta de salida que no es por la que entran y salen todos los clientes del hotel que no conocen aún el edificio) en la que siempre había un detalle, una flor natural, unos bombones, las servilletas dobladas de una forma discreta pero elegantemente diferente a todos los cientos de servilletas dobladas en el resto de las mesas.
Era evidente que llevaban yendo tantos años y siendo tan buena gente que podían dirigirse a muchos empleados, los más veteranos, por sus nombres además de ir añadiendo a su lista a otros más recientes. Todo el mundo les conocía allí. Salvo mi amigo, que no sabía quiénes eran porque acababa de llegar al lugar, pero se quedó con la copla en cuanto aparecieron. Y no tardando le pusieron al corriente.
Esta pareja no estaban casados. Bueno, sí que lo estaban, pero no entre ellos. Cada uno de ellos tenía su propia familia allá donde viviera cada uno y una vez al año por las mismas fechas se juntaban en el lugar de costumbre, su lugar de costumbre, y mantenían viva una relación que habían hecho discurrir durante décadas con la complicidad de todo el edificio en el que se alojaban.
Esta pareja, con su Brokeback Mountain heterosexual, estaba viviendo algo que para la mayoría de los mortales se antoja imposible, mantener en el tiempo no ya una sino dos relaciones sentimentales estables. Yo creo que el personal del hotel, consciente del milagro que eso supone, y viéndoles como dos tórtolos década tras década, aprovechando cada minuto de esa semana que tenían juntos, no podían sino ayudar en lo posible.
A veces vivimos en otros los sueños que no hemos cumplido o rozado siquiera. Por eso hay gente que sabe un montón de Kardasiología, de Futbología, o de Blackmetalogía, que sabe mucho de algo sin haberlo tocado ni con un palo muy largo (y no, haber jugado al fútbol hace 38 años no cuenta, el título de jugador caduca). Para evitar sumirnos en la parte más miserable de la existencia, porque a veces lo es y de ahí no se escapa nadie, nos permitimos vivir un poco, rascar unas lascas de ese sueño por mediación de otros, “por proxy” que se dice ahora.
Cómo le irá a esta pareja ahora que todo se paga con tarjeta, todo el mundo tiene Facebook y siempre hay un pesao haciendo fotos con el móvil a alguien que está pasándoselo muy bien sin tener en cuenta quién sale al fondo. Cómo le irá ahora a los que necesitan discreción, complicidad y anonimato porque están haciendo algo que requiere un poco de tranquilidad y de sombras.