Ahora sabes por qué yo no les puedo votar
Vicente Carrasco ‘Bixen’
Amets es sueco. Al menos lo es en gran parte. En este mundo en el que todos los sitios están cerca, el pequeño Amets acaba de pasar ese momento en el que las criaturas que viven en dos idiomas eligen. O les eligen, más bien. Con su madre, en la guardería, con la familia de su madre, con los otros niños todo es en sueco. Y con su padre en euskara.
La comunidad vasca de Estocolmo (que existe y crece poco a poco) da lo que da. Niños hay, pero no de todas las edades. No que sepamos.
La comunidad vasca no es una, lógicamente. Hay más de una. La gente aparece y desaparece. Llega y se va. Las familias llevan su vida y tienen sus circunstancias. Y juntar 12 niños cada uno de una edad no siempre funciona.
El padre de Amets está dándole vueltas a la situación, quiere que Amets oiga euskara de alguien más que su padre. No tiene dos años y me habla en sueco. Alucina cuando me oye hablar la lengua de su padre, que comprende bastante bien, aunque me conteste en sueco, poniéndome en un compromiso, claro. Me pregunta cosas. Todo lo que puede. Y como mi sueco es catastrófico le hablo en euskara. Por desgracia no le puedo hablar en el de su pueblo, pero nos apañamos.
La situación me resultaba familiar. El otro día caí en la cuenta de que hace muchos años, en otra vida casi, me encontré el blog de un grupo de padres y madres que habían organizado un grupo de juegos para que las criaturas pudieran jugar en euskara. En Gasteiz. Doscientos y pico mil habitantes, la capital artificial de un país singular y todo lo que queráis. Los padres que no tienen una familia cerca o una cuadrilla vascoparlante (que en Gasteiz serán más del 90%) tienen exactamente el mismo problema que quienes quieren que sus hijos jueguen en bubi, en sueco, en alemán, en afrikaans o en guaraní. Y la misma solución.
Anunciarlo y moverlo. Lo mismo que hace el grupo de catalanes que se reúne mensualmente en los alrededores de Estocolmo. Pero estos tienen dos monitoras (que pagan entre todos) para dinamizar dos grupos, los más pequeños y los más mayores. Es un mogollón de niños, muchos nacidos aquí y a los que según me cuentan no se les nota nada. Son tantos que hay dos escuelas públicas en Estocolmo que tienen unas cuantas horas de lengua y cultura catalana en horario lectivo.
Euskal Herria es un país pequeño. El euskara es una lengua pequeña. Tan pequeña que una lengua pequeña como el sueco o como el catalán (más de ocho millones de hablantes) se nos hace enorme y con una salud envidiable. Evidentemente Amets hablará y entenderá euskara como su familia lleva haciendo desde mucho antes de que el cronista que acompañaba a los conquistadores árabes relatara que, a su llegada a las faldas de Arangio, había en lo alto unos sujetos vestidos con pieles, saltando y armando mucho jaleo y que habían encendido una enorme hoguera que se extendió por todas las laderas tiñendo todo el cielo de rojo.
Además no les gustó el clima, no les gustó nada que aquellos sujetos que encendían hogueras les tiraran cosas a la cabeza y que encima no fueran ni siquiera un pueblo del libro (ni cristianos, ni judíos ni musulmanes). Debieron notar la terquedad a distancia. De ahí se fueron para Navarra, ya se sabe que a veces lo que parece una solución conduce a un problema todavía mayor, pero no nos desviemos. Esta historia, que es preciosa y muy divertida a partes iguales, me la contó Bittor Kapanaga, así que casi seguro que fue así y si no es así debería serlo.
Estábamos con Amets y la isla lingüística en la que vive. Algo parecido pero a otra escala sucede en sitios como Gasteiz, donde hay padres y madres que no lo tienen fácil para que sus hijos jueguen con otros niños en euskara y no tengan que conformarse con sus padres y la tele.
Todo esto para mí tiene sentido porque hoy he ido a recoger una carta certificada y de camino he visto este vídeo de la campaña electoral donde se promete acabar con esa supuesta injusticia que obliga a saber euskara (de esto hablamos otro día, pero nos podemos reír ahora mismo) para conseguir cualquier plaza en la administración vasca. La carta certificada son los trastos de votar en las elecciones autonómicas.
Escribo esto en castellano porque me apaño mejor, vale, pero también porque quizás hay alguien dudando si votar a esta gente. Ahora sabes por qué yo no les puedo votar.