FAMILIARES DE PRESOS DE DURANGO · «¿Dónde está la Ley de protección de los menores cuando una hija de 5 años ya acumula 102.000 kilómetros por la dispersión?»
Mugalari
· El pasado fin de semana una hija y su madre sufrieron un accidente cuando iban a visitar al durangués Gorka Lupiañez
· Un estudio realizado en Nafarroa pone de relieve el problema que viven los menores y en el que se quiere profundizar
¿La política de dispersión de los presos políticos tiene en cuenta los viajes que deben hacer algunos hijos e hijas de entre cero y 16 años para ver durante dos horas a su padre o madre? En Durango, entre otros, hay un caso de una niña que lleva acumulados 102.400 kilómetros con tan solo un lustro de vida para poder disfrutar de su aitatxo. «¿Dónde está la Ley de protección de menores?», urgen respuesta.
Un estudio realizado en Nafarroa pone de relieve el problema de estos menores. En la actualidad, hay 58 presos navarros presos. Un total de 91 niños viaja a verles, de recién nacidos a 16 años. «De esos 91, 22 son hijos o hijas, lo cual quiere decir que viajan con más asiduidad, una vez o dos al mes», matizan las personas que han hecho el trabajo. Los otros 69 son sobrinos o sobrinas que algunos de ellos se trasladan muy a menudo también.
«Si sacamos la media de distancia que viajan estos niños y niñas nos sale 700 kilómetros. ¡Ojo! 700 kilómetros de ida y 700 de vuelta. Desde recién nacidos, 2 años, 5…. Sufren viajes tan largos, pudiéndolos evitar», valoran.
Los testimonios son duros. «No sufrimos los viajes con nuestros hijos menores, con el riesgo a accidentes, el ahogo económico porque nuestros familiares hayan hecho algo, ese es otro debate, sino por la política vengativa de los Estados Español y Francés que busca un sufrimiento añadido para el preso con el fin de su arrepentimiento», valoran.
La dispersión «es una vieja técnica del Estado español» -califican- que incumple su propia legislación que dice que la personas presa debe cumplir condena lo más cerca posible de su casa. Es una política vengativa y antidemocrática de los estados español y francés. Así, el 42% del colectivo de presos políticos vascos, se encuentre a 800 kilómetros de Euskal Herria. «Es un castigo añadido para sus familias, con un enorme coste y riesgo de accidentes de trafico en desplazamientos (un accidente cada 36 días). Cada fin de semana 900 personas salen a la carretera para visitar a sus seres queridos», explican.
El pasado fin de semana, sin ir más lejos, dos amigas del preso durangués Gorka Lupiañez sufrieron un accidente. Lo vivieron una madre y su hija de Bergara. En un cruce les chocó un vehículo. «Llegaron tarde y solo pudieron estar con Gorka un cuarto de hora», informa la familia quien asegura que Gorka «estaba preocupado porque veía que no llegaban».
La política de dispersión lleva a 91 niños -tan solo en el caso navarro- a viajar para poder visitar a su aita o ama o tío o tía. 22 de ellos son hijos o hijas de esos presos. La media que realiza cada niño es de 700 kilómetros; 1.400 totales.
· Desde los 17 días de su vida · Una hija de preso viajó por primera vez a visitar a su aita con 17 días y desde entonces, hace cinco años, le ha visto a su padre una vez al mes. Desde Iruñea hasta Badajoz hay 800 kilómetros ida y 800 vuelta. Les cuesta ir en coche propio 9 horas con la parada para comer y descansar. Salen en sábado a las 7 de la mañana. Llegan hacia las 4 de la tarde. Duermen en un hotel. El vis suele ser el domingo por la mañana. Y después de encontrarse la familia regresan. «El desembolso económico suele ser brutal», informa.
A esto hay que añadir lo duro que supone para los menores viajar «continuamente preguntando a ver cuanto falta, teniendo que parar a menudo, aburriéndose, incomodidad del asiento…», valoran las personas que han hecho el estudio.
Una madre pone un ejemplo: «El primer año fue el más duro: lloros, el maxi-coxi incómodo, daba mucha pena verle en el coche tantas horas. Teníamos que parar continuamente para darle pecho y así tranquilizarle». Años después, los viajes suele hacerlos bastante bien. «Siempre tenemos que depender de familiares o amigos para que viajen con ellas para así poder entretenerla en el viaje. En el coche llevamos un DVD portable con unas 50 cintas diferentes entre películas y dibujos animados. Llevamos libros para leer, juguetes, chucherías…»
Aún así, es lógico, viajan muy contentos por ver a su padre o madre, «muy emocionados y muy nerviosos». Según explican, están deseando que llegue el día para poder estar con él o con ella. «Parece que tiene un reloj biológico que cuando pasan 4 semanas le parece que ya ha pasado demasiado tiempo sin ver a su aita y siempre pregunta a ver cuando vamos a ver a su padre», valora otra madre.
· Lo peor, las vueltas · Lo que peor llevan de los viajes son las vueltas. «Le das vueltas a la mente de cómo estará la carretera, sobre todo, en invierno, hielo, nieve… de los accidentes que hay y las 16 muertes que ha habido a causa de la dispersión…, pensando que tú puedes ser la próxima víctima de la dispersión, pero sobre todo que puede serlo tu hija. La preocupación de cómo hará el viaje tu txikitu… ¿Dónde está la ley de protección de menores?», se preguntan.
Las dependencias penitenciarias no cubren unos mínimos, según las familias. «Las habitaciones no están preparadas para niños, están muy sucias, es un foco de infecciones, no están en un ambiente infantil, no tiene juguetes, ni colorido, pero con su aita o ama se lo pasan muy bien. Se pegan las dos horas jugando. Cuando no tienes juguetes la imaginación vale mucho. Con un simple rollo de papel higiénico se lo pasan pipa», narran y van más allá: «La inocencia de un niño puede con los muros, el hormigón y los barrotes. En un sitio tan pequeño solemos jugar al escondite. El peor momento es cuando el carcelero pega a la puerta para decirnos que se ha acabado y tenemos que salir».
Y otra vez al coche. El viaje de vuelta, según cuentan, suele ser más duro, con mezcla de sentimientos. «A la ida vas con la ilusión de verle, de contarle muchas cosas, de que no se te olvide ningún beso ni saludo que te han dado para él. A la vuelta vas más triste, dejando a tu ser querido ahí dentro, te lo quieres llevar a casa, pero vas con el subidón de haberle visto, de haber disfrutado a tope, de ver a tu hija emocionada con su padre», explica una madre quien emociona al contar que aún derrengada la menor le suele preguntar: «¿Cuándo volvemos a ver a aita?».
El preso o la presa se queda con la tristeza de verle a su hija o hijo «el cambio que ha pegado durante el último mes, con el miedo de cómo harán el viaje de vuelta, cómo estará la carretera… pero se queda con el subidón de lo vivido, con el recuerdo de ese momento que lo repasará y alargará durante días, hasta el siguiente vis».
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