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CONSUELO IRASUEGI: «El día de mi cumpleaños, mataron a mi tía Seve en el bombardeo de Durango»

Iban Gorriti

Cada 31 de marzo se conmemora el bombardeo fascista que a cielo abierto asoló el pueblo de Durango en 1937. Ese día no se olvida en la mente de Consuelo Irasuegi Prieto. Durante esa jornada, al tiempo que celebraba sus primeros once años de vida, perdió a su tía Severiana Prieto Aranzamendi que murió bajo una de aquellas bombas en el olmedal de Ezkurdi. Así las cosas, esta recordada raquetista, cumplió el viernes 97 años con mente aún brillante y con ojos que se emocionan y que llegan a llorar al hablar de la guerra.

Foto de boda de Consuelo Irasuegi y Francisco García. ARCHIVO FAMILIAR

Su vida ha tenido un periplo vital allá donde tenía familia. Lo que se llamó emigración interna. Nació en Eibar el 31 de marzo de 1926 y al llegar el bando golpista hacia la ciudad armera, la familia buscó refugio en casa de parientes primero en Lemoa, en Ondarroa, Gallarta y acabaría residiendo en el pueblo “en el que murió la tía Seve, en Durango”.

Habla Consuelo y da testimonio a un medio de comunicación por primera vez en su casi siglo de vida: “Al saber que una bomba había matado a la tía, mi madre, que se llamaba Carmen, se fue de Eibar a Durango a tratar de buscar su cuerpo. Cuando estaban bombardeando, la tía no quiso entrar al batzoki que estaba en Ezkurdi y allí mismo una bomba le mató. Mi madre fue al cementerio y consiguió reconocer el cuerpo de su hermana”, que aparece en listas de asesinados en el bombardeo y con el error de calificar su muerte con la categoría de “fusilada” cuando no lo fue. “Mi tía estaba allí porque había ido a llevar una cantina de leche ya que su cuñado trabajaba en el ferrocarril”, apostilla.

Consuelo conserva grabado en sus pupilas otro día de su infancia. “Salimos a la calle y había muchas banderas rojas, mucho movimiento de personas, muchísimas”. Puede hacer referencia en su testimonio a la proclamación de la Segunda República en Eibar, un día antes que el Estado, el 13 de abril de 1931, ya que se repartieron banderas socialistas y españolas republicanas a la ciudadanía.

Consuelo a día de hoy con 97 años junto al autor del reportaje.

Volviendo al periodo de guerra, evoca los bombardeos que sufrió Eibar de donde acabarían yéndose. En aquellos días, asegura, que en diferentes ocasiones les revisaron la casa porque su padre y hermanos eran de ideología comunista. “Recibían algún soplo y venían a casa, pero no encontraban nada”.

De los ataques aéreos le quedó temor hasta en tiempo de supuesta paz. “La familia nos fuimos de Eibar por el miedo a los aviones. Mi padre tenía parientes en todos los lados y nos llevó a Lemoa, que el alcalde era un primo de aitite. Pensaba que sí allí echaban bombas, era mejor salir al monte. Recuerdo que nos solíamos meter en una alcantarilla. Vi todos los aviones en Eibar y por los nervios de día estábamos escondidos. No nos movíamos”.

Foto del socavón hecho por una bomba en Eibar. INDALECIO OJANGUREN

Asegura que llegaban a la ciudad guipuzcoana aviones de tres en tres. “Yo creo que eran siempre a las diez de la mañana, venían de la parte de Vitoria. Eran nazis. Venían ya preparados para bombardear”.

Irasuegi, finalmente afincada en Durango, rememora que primero llegaba el avión que informaba al bando faccioso. “Primero venía el alcahuete, que le decíamos, y luego venían a bombardear. A mi padre le perseguían por comunista y diferentes hermanos y hermanas estuvieron en la cárcel”. Así, estima que a su padre –que había luchado también en Asturias- le detuvieron y le dispersaron a Galicia, donde se encontró con “gente buenísima, porque contaba que le llevaban cántaros llenos de caldo y alubias a la cárcel”. Acabaría trayéndole a penales de Bilbao.

Durante la guerra, la vida de la familia era un caos de información porque cada cual trataba de sobrevivir en diferentes lugares. Sus hermanas, por ejemplo, fueron prisioneras de Franco en la cárcel de Eibar, “en la escuela de armería”. Consuelo recuerda, que había “emakumes”, es decir mujeres patrióticas del PNV, que solían ir a asistirles en lo que podían a esa prisión.

“La guerra en Eibar y en Mondragón fue terrible. Fueron dos pueblos muy castigados. De hecho, tuvimos que irnos con lo puesto, dejar todo. Mi padre, recuerdo que cogió un traje solo pensando que iban a volver al de una semana y no volvimos nunca. Nos acabaríamos quedando en Durango”.

Cárcel de mujeres de Saturraran.

Pero antes, Lemoa y Ondarroa, donde ella, Consuelo, iba a llevar comida a una mujer, a una ‘emakume’ del PNV que había vivido con esta familia comunista. “Yo iba siendo una niña a la cárcel de mujeres de Saturraran. Conocía a aquellas presas”, agrega y avanza en su periplo. “Un tiempo estuvimos también en el pueblo de Pasionaria, en Gallarta. Fuimos a parar allí. Recorrimos todo en casa de primos”.

Ganada el episodio bélico por el bando contrario a la democracia, llegó la posguerra que fue “terrible”. “Había que hacer colas para comer por el racionamineto. Nosotros llegábamos a comer la carne que otros dejaban y aquel pan negro de mierda. Son cosas que no se me olvidan. Como el ruido de los bombarderos: al principio era un ‘shhhh’ –hace la onomatopeya con la boca- silencioso como una culebra, pero luego, un ruido… También recuerdo que los mayores nos decían que no habláramos nada a los guardias civiles”.

En una ocasión, uno de ellos detuvo en un bar a su padre porque “aita era un chirigotas. El guardia civil le dijo: Vas a ver las que te vamos a dar. Y mi padre le respondió: Tú dame lo que quieras, que la primera vez que te vea te voy a matar. Le tenían respeto”, se ríe quien también recuerda los toques de queda a la seis de la tarde. “No se podía tener luz y si veían luz en una ventana te disparaban”.

Casas destrozadas tras el bombardeo fascista contra Durango. ARTXIBO HISTÓRICO DE DURANGO

En verano, cuando el dictador Franco veraneaba en Euskadi, metían en la cárcel a algunas personas, en el caso de esta familia al padre y hermanas a la de Bergara. “Mis tías cantaban requetebién y en una ocasión estaban cantando aquella canción que decía Hungría de mis amores, patria querida, y fueron los de la cárcel a decir quién había cantado y habían quedado en decir que habían sido todas, porque así a todas no podían castigar… Y habían sido mis tías, que eran muy valientes. Mucho.”. Les sacaban cuando Franco acaba sus vacaciones.

Aún joven vivió su momento más dulce. Ya era hora. Debutó como raquetista profesional en Sabadell. “Sí. Jugábamos tres días a la semana porque también había que descansar. Yo tenía 16 o 17 años y comencé con la raqueta porque mi padre había jugado a pelota mano. ¡Con nosotras también se hacían apuestas! Como en Miami… Aquellos fueron muy bonitos momentos porque allí no había bombas, pero te diré una cosa: seguía con el miedo metido en el cuerpo de que los bombarderos podían volver a venir”.

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