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Marcelo, comunista de la libertad que con su vida mostró el mejor modelo

Miguel Usabiaga

 

Miguel Usabiaga

No es fácil para mí hablar en estos momentos de Marcelo, paralizado aún por la emoción, conmocionado también por tantas muestras de cariño que ha recibido. “Era un hombre tan bueno”, decía llorando desconsolada su mujer, Bittori, al enterarse de la noticia. Y lloraba yo con ella.

Esa frase parecía resumirlo todo, la esencia para una vida tan azarosa y compleja. Su dimensión de hombre bueno le condujo a no admitir ninguna injusticia contra el ser humano, a rebelarse contra un mundo en cuya matriz estaba y está la injusticia, le condujo a la conciencia, a la lucha, a convertirse en el joven comunista que nunca dejó de ser.

El hombre como centro, y no otros valores, y saber que todo, toda organización social es cambiable si se tienen las fuerzas suficientes, la claridad y las ideas.

Marcelo hablaba con el ejemplo de su vida, y a los agoreros de lo imposible, a los que predicaban que no es posible cambiar el mundo, él les recordaba cómo 1.500 presos políticos vivieron en la cárcel de Burgos durante 15 años en un régimen de reparto igualitario. Se organizaban en comunas de cuatro apresados, de manera que fueran similares los recursos para los cuatro y entre las comunas, teniendo en cuenta que cada uno recibía distintas ayudas familiares, y obtenía distinta retribución por su trabajo en la prisión. Era la manera solidaria de que todos vivieran con similares posibilidades y no muriera nadie de hambre.

Marcelo decía que si en la cárcel podían, por qué no se iba a poder fuera. Se trataba de organizar, redistribuir, trabajar en común, trabajar para sí mismo. Y su bondad insobornable probablemente le convirtió en un hombre valiente, un hombre, como dicen todos los que le conocieron, que nunca se acobardó ante nada ni nadie para defender una verdad.

Yo recuerdo ahora un pasaje de su vida que me impresionó. Eran los últimos momentos en la defensa de Bilbao, por una serie de circunstancias Marcelo había pasado de miliciano del Batallón Rosa Luxemburgo, en el frente de Markina, a la dirección de la JSU, y a representar a ésta en la Comisión Militar del Frente Popular.

Marcelo estaba en esas horas finales en el local de la JSU en la calle Arenal, se oían muy cerca los disparos, los cañonazos, los obuses. Acompañado de un gallego, Texeira, Marcelo sale del local y se dirige al monte Artxanda, donde resisten las tropas republicanas.

Mientras ascienden por Begoña bajan numerosos soldados, gudaris, en retirada, con ellos algunos jefes. Marcelo intenta convencerlos de rehacerse, de formar una línea de resistencia; nadie le hace caso, y Marcelo sigue monte Artxanda arriba intentando lo mismo: convencer a esas unidades que resistan, que no se retiren.

Esa imagen se me quedó marcada como símbolo de la valentía: él solo monte arriba, entre balas y proyectiles de mortero, sin perder el pulso del deber, intentando reorganizar a las tropas que huyen.

Un hombre bueno, un hombre de una pieza, leal, fiel a sus principios, un hombre que nunca traicionó, que nunca entregó a un compañero, a quien nunca, ni con la tortura física y brutal, doblegaron.

Un hombre valiente, un hombre comprometido, y siempre joven de ideas. En toda su vida de compromiso jamás le oí un descalificativo sectario; comunista entre republicanos, anarquistas, socialistas, nacionalistas, con amigos entre todos ellos; y defendiendo siempre la libertad.

Comunista de instinto, comunista de la verdad esencial del hombre, bebida en las injusticias de su Irun juvenil, en las trincheras de la República, en las comunas de las cárceles, en las sombras de la dictadura, y en las calles de la democracia; comunista de la libertad que con su vida mostró el mejor modelo.

* Miguel Usabiaga es hijo y biógrafo de Marcelo Usabiaga

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