¡La madre que nos parió!
María Oñate
Intento pensar quién soy, qué me define. Desde que soy madre parece que solo soy madre. Soy «la madre de», en todas partes. Mis familiares me saludan después de saludar a “niño gato” y a “cacho bestia”. Primero las cucadas y luego, ya si eso, un hola rápido para seguir con las cucadas. Lo asumo, lo acepto e incluso me agrada.
¿Por qué ser madre? ¿Por qué no serlo? Odio los argumentos en los que se intenta dilapidar la opción contraria a la de una. Ah! No quiere ser madre, quiere viajar… que egoísta! O… solo quiere ser madre para no estar sola! es una opción tan personal, tan intima que nadie esgrime sus verdaderos argumentos, muchas veces porque ni siquiera se tienen.
En mi caso, llegó un momento en el que supe que estaba preparada, que quería ser madre. ¿Egoistamente? Puede ser, quería sentir ese amor, quería dar ese amor, necesitaba no perderme ese sentimiento de unión. No podía explicarlo, había llegado el momento. Cuando llegó para los dos el momento adecuado, no hubo más que hablar. Les quise antes de hacerlos ya.
Pero… ¿y si tienes 35 y no tienes ganas de ser madre? ¿Si en ningún momento se te pasa por la cabeza cambiar tu estilo de vida para adaptarlo a otra persona? ¿Si no lo sientes? ¿Si sabes que no estás preparada para sufrir, tener esa responsabilidad, o simplemente no te da la gana? Pues ahí tienes que aguantar caras de pena, pensando que no puedes tenerlos o caras de fingida comprensión, que también las hay. Y, ¿por qué hay que tener hijos? ¿Es una obligación para tener una vida plena? ¿Se puede hacer feliz a un hijo si lo tienes por que toca?
Soy madre y sé lo que es el AMOR de mis hijos y el que yo siento hacia ellos. Pero también sé lo que es sufrir por ellos y con ellos. Las noches en vela, los cabreos constantes por el cansancio, el cambio de relación con tu compañero, la pérdida o modificación de tu identidad, tener que volver a conocerte, porque no te reconoces en esa persona que ni se pinta la raya del ojo porque quiere dormir 2 minutos más, en esa persona que se esconde en el wáter diciendo que tiene un apretón por no tener a ningún niño colgando de la pierna un rato, esa persona que quita mocos con la manga del pijama, se da cuenta y dobla la manga, porque esta tan cansada que no va a ir a por un kleenex, esa mujer que de repente llega del trabajo y empieza otra jornada en casa, que se ha convertido en una experta quitamanchas (bolígrafo o rotu con leche), que ha aprendido a poner parches en los vaqueros, maneja el botiquín como una diplomada en enfermería, que va a comprarse unas tristes bragas y llega con dos bolsas de ropa para niños y nada para ella.
Esa mujer que nunca consigue salir de casa con la ropa limpia, que en un supermercado tarda bastante más tiempo en la sección de pañales, toallitas y artículos de bebe que en cualquier otro lugar. Esa mujer que ahora con dos zuritos le brillan los ojos. Ahora eres otra, diferente, en mi caso más feliz. Pero hay que estar preparado para el cambio, aceptar la normalidad de todo esto.
Y entonces pienso… ¿Volverías a tenerlos? Y no puedo evitar pensar que sí, porque no me imaginaria mi vida ya sin haberlos tenido a mi lado pero al mismo tiempo entiendo que haya gente que no quiera vivir esa vida. Que quieran dedicarse a otras cosas, a vivir su vida. Porque reconozcámoslo: Mientras tus hijos son pequeños, tu vida sigue y la vives pero no de la misma manera, la vives por ellos, priorizando sus necesidades y agendas, como es lógico, y aparcando tus eventos o citas si no son compatibles. Dejando de estudiar, viajar o cambiar de trabajo por no tener dinero para todo o tiempo o ganas o todo a la vez.
Y vuelvo a preguntarme, ¿y es egoísta? Y entonces pienso, NO. El egoísmo es pensar solo en uno pero quien decide no ser madre no piensa solo en sí mismo, piensa en que si lo hiciera por qué es lo que toca, no lo haría como cree que debería y ahí está pensando en el otro.
Las madres, los padres, intentamos hacerlo lo mejor posible pero somos personas, con miedos, inseguridades, frustraciones… y tenemos que lidiar con eso. No tenemos varitas mágicas ni soluciones rápidas. O al menos las madres de a pie, luego están las súper madres, que daría para otro artículo. (Súper madre: dícese de esa súper mujer que saca tiritas en microsegundos, organiza fiestas de cumpleaños para 50 con 10 euros, customiza la ropa para alargar su vida, hace postres caseros, lo mismo te enseña a hacer una ecuación como arregla un grifo, todos los martes recuerda que hay que llevar la ropa para gimnasia, los jueves la flauta y los sábados mochila de piscina…o lo que toque y lo más importante… con dar la mano o un beso hace que una llorera se pase, que por suerte hasta las madres más desastrosas conseguimos ese efecto).
Y conste, hablo de madres, porque es mi experiencia, sin rechazar o menos preciar a los padres. Porque ellos en la mayor parte de las ocasiones, quiero creer, son compañeros de lucha, de camino, de peleas y de ternura. Compañeros que recuerdan lo que tu olvidas y compañeros a quien tu también complementas. También daría para otra reflexión las diferencias de roles y las diferentes habilidades de estos respecto a las madres (qué ropa poner a los hijos un misterio al alcance de pocos…)