‘¿Qué es Elorrio?’, por Iñigo Agirre
IÑIGO AGIRRE
Elorrio es piedra. Por todas partes, piedra. Piedra tosca o pulida. Piedra gris o amarillenta. Piedra, piedra que, en Elorrio, obsesiona y se convierte en pesadilla: piedra que se pisa en el casco histórico, en sus calles y aceras. Piedra labrada pacientemente, con ritmo monótono, golpe a golpe, para levantar recias paredes eclesiásticas, humildes ermitas, residencias palaciegas, escudos heráldicos, perpetuar gestas, honras y fortunas, o servir de ultimo lecho. E incluso de cuna.
Porque la piedra de Elorrio pisaron, con sus primeros pasos, quienes luego alcanzaron nombre propio en siglos pasados: Arespakotxaga, Berriozabalbeitia, Zabala, Ossa, Arauna, Icuza, Belarroa, Ibarguengoitia, los hermanos Urkizu en los ámbitos político o militar; o en el religioso, como Esteibarlanda, Iturri y San Valentín de Berrio-Otxoa. O en las artes y ciencias aplicadas: Arriola, Alkorta, los Amezua, el pintor Francisco de Mendieta, Kapelastegi y Casto Zabala, por no alargar la cita.
Y a lo largo del siglo XX, trabajaron en sus piedras otros no menos interesantes por una u otra razón: los campeones de pelota Izagirre, Azcarate, Lejarazu y Álvarez; ingenieros como Casto Zabala o el inventor del TALGO, Goicoechea, diseñador del Cinturón de Hierro durante la guerra incivil de 1936. Se dedicaron con celo en el ámbito religioso, como D. Claudio Gallastegi; y a la restauración de ermitas el pionero impulsor de actividades de tercera edad, su sobrino, también sacerdote, D. Felix Gallastegi; o D. Jaime de Kerexeta, prolífico escritor en euskera. O en el mundo político, como Julián Ariño o el lehendakari recientemente fallecido José Antonio Ardanza. Y en el industrial, como el citado Ariño; o Andoni Esparza, creador e impulsor del moderno cooperativismo industrial, quien tuvo la idea de crear Caja Laboral, diseñó el sistema de Seguridad Social de las cooperativas industriales -germen de Lagun Aro- puso en marcha la primera ikastola y, en cierto modo, está también en la raíz de Eroski a través de la Cooperativa de Consumo San Luis Gonzaga.
Elorrio es piedra: y la piedra sale de la cantera. Elorrio ha sido también cantera, cuna de ideas. Elorrio, en lugar de llamarse Elorrio, debiera denominarse Arrieta; o mejor aún, Argiñeta, en homenaje a quienes la labraron durante más de 600 años.
¿Por qué conocer Elorrio?
Pisando sus losas, contemplando las fachadas pétreas, rebosantes del hierro de sus ferrerías, de heráldica –otra vez la piedra- con reminiscencias indianas; penetrando en la mole pétrea de su Basílica de la Inmaculada Concepción, para quedar anodadado ante el refulgir dorado de su retablo monumental: ahí está la idea original de Alkorta. O ante el mosaico, de nuevo pétreo, del altar de San Valentín de Berrio-Otxoa.
Recordando que fuimos emigrantes a América y Andalucia, podrá ver y fotografiar los caseríos de los mercaderes e indianos de los siglos XVI y XVII, remozados-naturalmente-con sus remesas de reales y ducados. Y como símbolo de su éxito en tierras andaluzas y/o ultraoceánicas, el escudo del apellido, labrado, cómo no, en piedra: como el portalón o la sillería de sus muros. Y aunque piense que son muchos los caseríos que subsisten, otros han desaparecido ante el empuje de la industria y la incuria de quienes debieran haberles protegido: como ha sucedido con los molinos o la ferrería y tejera de San Agustín. ¡Claro! Tenemos tanto que podemos permitirnos destruirlos, abandonarlos a su deterioro natural o amontonar sus restos desordenadamente! El ecologismo patrimonial no ha llegado aún a este rincón de Bizkaia, limítrofe con Araba y Gipuzkoa. De todos modos, acérquese a Berriozabaleta, Argiñeta, Miota y Gazeta: merecen visita y reflexión.
Desde los barrios podrá divisar e identificar perfectamente el casco medieval y los sucesivos ensanches: singularmente los más recientes, edificados al ritmo de la industrialización y la consiguiente inmigración: áreas industriales y urbanas, nítidamente separadas y ejemplarmente ubicadas, aunque no siempre tipológicamente adaptadas a su entorno. Y las cruces de término, emplazadas todas ellas hace ya siglos pero marcando la dirección del posterior crecimiento urbano. Deténgase frente las de Kurutzebarri, Kurutziaga y Santa Ana, antes de que su exposición a la intemperie acabe por erosionar sus filigranas.
Y pateando sus calles descubrirá, a derecha e izquierda, edificios palaciegos, pétreos y de raíces indianas o de elorrianos residentes en Sevilla o Cádiz: con sus escudos, sus solanas; incluso dos de las puertas del antiguo recinto amurallado. Y si es viernes, a mediodía, conocerá la animación de sus calles y el trasiego de bolsas procedentes del mercadillo. Pero si lo hace a la tarde, la plaza se convierte en lugar de cita de docenas de niños que corretean, suben, bajan, juegan con el agua y diseñan mil travesuras bajo la mirada embelesada de sus padres, en constante conversación de terraza de bar, y vigilados por el Errebonbillo.
Y no se sorprenda si al deambular por sus calles encuentra muestras de notable impacto visual que responden a solicitudes, reivindicativas por lo general, y reiterativas; emplazadas, en demasiadas ocasiones, en lugares que restan importancia a sus soportes, ninguneándolos: es una muestra de que el Elorrio de los balnearios ya no existe y ha dado paso a otro Elorrio, que aunque de carácter monumental, hay quienes creen perfectamente compatible con el grafiti o la encartelada. Y que permanecen semana tras semana, aunque el objeto de los mismos haya ya caducado en el tiempo, sin que sus promotores ni nadie parezca haber caído en la cuenta. O si al atardecer se encuentra con alguna manifestación, algo habitual en nuestras latitudes: puede deberse a reclamaciones de carácter político; o contra el trazado del Tren de Alta Velocidad que, paradojas de la evolución del pensamiento, lleva un trazado equivalente al proyecto de unión ferroviaria entre Durango y Arrasate, de Ferrocarriles Vascongados con el Vasco-Navarro, que allá por los años veinte del siglo pasado, pretendía acercar el hierro vizcaíno al carbón inglés para los Altos Hornos de Unión Cerrajera de Bergara, y acercar Bilbao al valle del Deba gipuzkoano y a las ya industriosas Eibar, Bergara y Arrasate. Es la paradoja elorriana: primer conjunto monumental bizkaíno y, posiblemente, primer casco histórico en el ranking de las pintadas y encarteladas. Y sin embargo, la piedra permanece; la pintura se disuelve y el papel se diluye. La calidad, en cambio, perdura.
Y puede preguntar a cualquiera por el camino que conduce a Besaide: le responderá que en una hora, andando a buen ritmo, pero que merece la pena acudir al lugar de encuentro de Bizkaia, Araba y Gipuzkoa; que también podrá hacerlo en coche desde la vecina Marzana (Martzaa), en Atxondo, disfrutando del paisaje “suizo” de Anboto y el valle. Y si dispone de tiempo, que aproveche para subir a Kanpazar y desde allí, en dirección a Elgeta, detenerse junto al monumento que recuerda la resistencia de los gudaris en los Intxortas ante el avance de los sublevados en 1937.
Después de todo lo anterior, tal vez vuelva a preguntarse: ¿qué es Elorrio? Porque lo leído es casi todo pasado. Con todo, no viene mal descubrir de dónde venimos, aunque creo más procedente vislumbrar hacia dónde vamos y cómo vamos. Debería preocuparnos más el futuro de nuestros nietos que el pasado de nuestros abuelos: siquiera porque no tuvimos arte ni parte en ello y, por tanto, carecemos de responsabilidad. Sabemos lo que hemos sido; pero, ¿sabemos lo que somos? Y, sobre todo, ¿pensamos
en lo que queremos ser?