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AGURTZANE SALABERRIA: “Nací el día que bombardearon Durango, el 31 de marzo de 1937”

MUGA 10 AÑOS YA CONTIGO

IBAN GORRITI

“Nací el 31 de marzo de 1937, el día que bombardearon Durango”. Es testimonio directo de Agurtzane Salaberria Amesti. Llegó al mundo en Ermua un miércoles en el que mientras bebés como ella conocían la vida, personas de todas las edades e ideologías –incluidas las de los golpistas españoles- morían bajo las bombas italianas en una villa como Durango que en su día llegó a ser Cuartel Real carlista. El 31 de marzo ha rondado su vida desde su primer aliento en el seno de una familia nacionalista vasca. “Tres parientes nacimos ese mismo día de diferentes años: mi tío jesuita, José Salaberria, mi primo José Ignacio Amesti, y yo”, abrevia quien es hermana de un recordado alcalde de Durango por el PNV, Ander Salaberria.

Agurtzane Salaberria. IBAN GORRITI

Pero rebobinemos, retornemos al 31 de marzo de 1937. Su madre, Julia, natural de Barinaga, sentía contracciones de parto en su hogar de la plaza Cardenal Orbe de Ermua. “Mi padre, Modesto, eibartarra, esperaba en la calle a un médico. Siempre me dijeron a un médico y no a una comadrona…”, diferencia.

El investigador que más ha estudiado el bombardeo fascista ejecutado contra Durango es Jon Irazabal Agirre. El iurretarra contextualiza en clave histórica aquellas primeras horas del día: “El general Mola, Franco y su Estado Mayor inician la ofensiva general en el frente de Bizkaia. A las siete de la mañana las escuadrillas 213 y 214 del grupo 24 de bombardeo pesado Savoia 21 de la Aviazione Legionaria italiana despegan del campo de aviación habilitado en Soria. Ascienden a 1.800 metros y enfilan hacia Logroño, donde hacia las 08.00 se les unen 18 cazas Cr-32. Completada la formación, toman rumbo con una altura de vuelo de 1.600 metros hacia Idiazabal, en Gipuzkoa, en cuyo cielo giran y enfilan los aviones hacia los objetivos señalados. La escuadrilla 213 se dirige a Elorrio y la 214, comandada por Gildo Mimini, enfila hacia Durango”.

«Tengo más preguntas que respuestas»

En ese momento, en Ermua, comienzan a escuchar los motores de los aviones. “Mi madre me contó que ella le dijo a su madre que abriera los grifos de casa para no oír a los aviones”, narra Agurtzane quien desearía echar el tiempo atrás y lanzar a su madre y padre tantas y tantas preguntas que trata de remendar con el cariño por bandera a modo de jirones y que en su impotencia no haya respuesta. “Tengo más preguntas que respuestas”, lamenta al tiempo que en ocasiones enmudece con los ojos emocionados en la cocina de su casa de Durango ubicada justo enfrente de donde las bombas mataron según el testimonio de Paula Azcárate a 17 monjas y a la muchacha que convivía con ellas, como ella misma también hizo durante años. “¡Yo he cambiado tanto! Antes no era tan abierta. La vida me ha cambiado, los libros me han ayudado en los malos momentos de salud. ¡La literatura y mi familia me han salvado!”, se sincera transparente.

El padre de Agurtzane, Modesto, junto a un niño. ARCHIVO FAMILIAR

Salaberria se levanta y acude a una habitación de la acogedora vivienda. Regresa a la mesa con cartas escritas a mano por su padre. Quien fue andereño en Kurutziaga Ikastola de Durango quiere compartir esas preciadas letras y fotos. Son posteriores al bombardeo en cuya planificación los sanguinarios Franco, Mola y Vigón dejaron por escrito que los italianos de Mussolini atacaran la villa «sin consideración de la población civil» (sic). “¡Eso es algo increíble! ¿Cómo se puede decir?”, reacciona ella a sus lúcidos 87 años.

«El tío León fue gudari»

“Sé –aprecia Agurtzane- que mi tío León fue gudari. Sin embargo, no sé si también lo fue mi padre. Sé que estuvo fuera de Ermua. Tengo estas cartas suyas”, muestra y lee claramente quien anualmente se inscribe en un club municipal de lecturas en euskara. De nuevo, las dudas. Más sombras que luces. “Unas cartas son de Arudy -un pueblo a 36 kilómetros de Gurs-, y me dijeron que el campo de concentración de Gurs se hizo para los refugiados vascos. ¿Quizás fue aita uno de ellos? Pero no aparece en los listados de los libros”, suspira y va más allá, la reconocida lingüista ermuarra y profesora en Seaska, “Jasone Salaberria nos dijo que oyó decir que hubo un Salaberria en Gurs que enseñaba a cantar y que podía ser mi tío gudari León, pero, si cantaba y enseñaba a cantar quizás fuera mi padre”.

Desde aquel lugar francés, pedía en sus enamoradas y creyentes misivas que su esposa fuera a visitarlo. En una, incluso, le dibuja aquel lector de publicaciones como Zeruko argia un pentagrama con la canción euskaldun Zeu zara maitia, que “quizás la letra fue suya”. Asimismo, le anima a buscar progreso en Argentina, donde residía su cuñado, pastor, del que perdieron su pista al dejar de recibir correspondencia suya. Julia, que se había mudado a casa de su madre en Palazio Zahar, en el mismo Ermua, le respondía que prefería quedarse.

Carta enviada por Modesto a la familia. ARCHIVO FAMILIAR

Y de pronto, en el buzón, cartas de su padre con remite desde Miranda de Ebro. ¿Serían desde el campo de concentración del municipio burgalés? Más enigmas. “Escríbeme al restaurante Achuri” –hoy aún existe un Hotel Achuri en la ciudad castellana-, solicitaba su padre, quien en ocasiones firmaba como si fuera mujer para sortear la censura franquista: “Como Modesta”. Y, a continuación, desde Erandio. “Mi primer recuerdo de aita fue que me regaló una cosa con pelos y yo exclamé ‘katua’, pensando que era aquella que las mujeres se ponían alrededor del cuello llamado gato y –silencia- eran unas zapatillas”, se ríe. “No sé ni dónde fue ni qué años tenía yo. Tampoco si le había visto antes. Solo sé que el día que nací estaba abajo esperando al médico, fuera de la tienda de comestibles de mis abuelos”.

“Me costó mucho, sufrí, pero conseguí ser andereño»

Las fechas de las cartas coinciden con los años que se llevaba Agurtzane con sus hermanos gemelos. Es decir, la ausencia en el hogar fue de años. Y nacieron entonces Javier y Miguel Mari; Ander, Iñaki, Jon y Kepa. “Fuimos siete”, recuenta. “Lo que son las cosas. Mi madre se había ido a casa de su madre justo pared con pared con el cuartel de la Guardia Civil y como eres niña no sabes de las cosas y jugamos alguna vez a la cuerda incluso con ellos, con los guardias”, apostilla.

Cuando ella contaba con 25 años, la familia se mudó a Durango, aquel pueblo bombardeado segundos después de que se abrieran los grifos de su casa en Ermua. Con 16 años había ido a hacer prueba de acceso a Bachiller en Bilbao. “No se me olvida. Me preguntaron qué era una ola. Y respondí que el agua que viene para adelante, cuando el diccionario decía movimientos ondulatorios producidos por el viento”, se ríe con ilusión. No obstante, y aunque “me costó mucho, sufrí y conseguí ser andereño, acabar Magisterio. Estuve solo dos años en Kurutziaga Ikastola y lo dejé, porque luego siendo madre y con la casa… Hice sustituciones después, cuando los niños eran más grandes”.

Julene Azpeitia.

En aquel tiempo conoció a la histórica maestra de educación clandestina y garante del euskara Julene Azpeitia. “Recuerdo que cuando se puso la ikurriña en el Ayuntamiento de Durango, pasamos por allí y me dijo que cómo iba a pensar ella que llegaría a verla en el balcón. Me encantaba estar con ella. Una vez di plantón sin darme cuenta a una amiga que yo le dije para ir al cine por hablar con Julene”, sonríe aún avergonzada quien cada año tratar de participar en los actos de conmemoración del bombardeo contra Durango al tiempo que celebra su cumpleaños. “Mi madre decía que en Ermua vio pasar nueve aviones en grupos de tres. No sé fijo si ya me había dado a luz a mí o fue después. Nunca he sabido la hora. Hoy tendría muchas preguntas para ellos, pero es que he vivido la vida siempre corriendo”, justifica con pena y continúa: “En casa y en la calle siempre se habló de los bombardeos de Durango y Gernika. Que Franco decía que habían sido los rojos cuando era mentira: Habían sido ellos”.

Bombardeo contra Durango. M. FUSTER

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