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Publicamos un extracto de ‘La primavera del pianista’, de Marian Díaz Gorriti y Carlos López Pardo

LECTURAS DE VERANO DURANGO

El serial Lecturas de verano de MUGA continúa hoy con Marian Díaz Gorriti y Carlos López Pardo y su libro Bartolomé de Ertzilla 1863-1898. La primavera del pianista. El libro se puede adquirir en la librería Urrike de Durango o solicitándolo al siguiente correo electrónico mariandgorriti@gmail.com .

AUTORES

Marian Díaz Gorriti licenciada en Filología Hispánica por la Universidad de Deusto, obtiene el Diploma de Documentalista Especializado tras cursar presencialmente el “Curso de documentación para postgraduados 1988-1989” de la Universidad Complutense de Madrid. Sigue su formación con un Stage de documentación en la Oficina de Representación del Parlamento Europeo en Madrid, en 1989. Cursa el Máster Universitario (presencial) en Biblioteconomía y Documentación de la UPV en el bienio 1992/1994, y trabaja como voluntaria en la Victoria Library of London durante el verano de 1994. Obtiene el Diploma Universitario de Posgrado en Documentación Digital tras cursar el segundo curso del Máster Universitario Online en Información Digital de la Universitat Pompeu Fabra en 2002. Trabaja como documentalista desde hace 35 años. Es autora del programa «Pop up Poesía» en Radio Galapagar.

Carlos López Pardo se licenció en Filología Hispánica por la Universidad de Salamanca. Con posterioridad, obtuvo la Maestría en Traducción euskera-inglés-castellano por la UPV y realizó un curso de Literatura Inglesa Contemporánea en el Birbeck College de la Universidad de Londres. También realizó y presentó durante cuatro temporadas un programa semanal dedicado a la ópera y a la poesía en Eguzki Irratia de Pamplona. Ejerce como profesor de Literatura, Lengua y Latín desde hace más de treinta años. Ha impartido cursos de escritura creativa y de introducción a la poesía orientados a fomentar el interés por la literatura entre su alumnado. En la actualidad cursa el Máster en Filosofía Contemporánea de la Universidad de Granada. Es autor del programa de radio «Tubos de ensayo» en Radio Galapagar.

COMIENZO DE BARTOLOMÉ DE ERTZILLA 1863-1898. LA PRIMAVERA DEL PIANISTA
Marian Díaz Gorriti · Carlos López Pardo
UNA POSIBLE BIOGRAFÍA

Noticiero Bilbaíno – 15 de noviembre de 1888

Falleció ayer en Durango, su pueblo natal, el joven compositor vascongado don Bartolomé Ercilla, que dirigía la banda municipal de la villa de Tavira. Ercilla ha publicado zortzicos muy inspirados, pudiendo asegurarse que era quien mejor sentía esta música genuinamente vascongada. Su “Rapsodia Euskara”, tan conocida, le ha valido muchos aplausos. También escribió la música de una revista bilbaína que se estrenó en el Teatro Gayarre, y en la actualidad tenía muy adelantada la de una zarzuela en tres actos, de carácter vascongado. Ercilla era además un excelente profesor de piano y ha tenido gran número de discípulos. Descanse en paz el artista vascongado. A su apreciable familia enviamos la expresión sincera de nuestro pésame. Bartolomé tenía 35 años. Según sabemos por el acta del 3 de agosto, las actuaciones de la Banda Municipal de aquel verano se habían visto empañadas por la enfermedad del director..

Falleció en Artekale, en la pensión de Silvestra Garamendi… A las siete de la noche, según reza la esquela publicada por su amigo Basilio Camiruaga. (Las largas noches de Noviembre. El frío ya amenazando afuera. Las cumbres de Anboto, probablemente nevadas – por Todos los Santos, nieve en los altos…). Los músicos de la Banda cuya dirección le había sido encomendada en 1897, recientemente disuelta, portaron por turnos el féretro hasta su última morada. Lo acompañaban dos coronas de flores, una de su familia y otra “de su queridísimo amigo, el señor de Arana”, jefe de la estación de teléfonos. El propio Arana y otros tres amigos llevaban los lazos de las coronas (José de Jauregi, hermano de María Jáuregi, e Ignacio Sarrionandia, hermano de Lolita Sarrionandia, ambas dedicatarias de obras de Bartolomé, bien pudieron haber sido alumnos suyos). A su entierro acudió, según la prensa, “numerosa concurrencia”. Fue enterrado en el cementerio de Santa Cruz, recién inaugurado, y figura en el registro con el número 42. En el concierto celebrado el 27 de noviembre en el salón de actos del Instituto de Bilbao, se interpretó Belengo portalian. “¡Cuánto hubiera querido Ercilla oír anoche su composición! Tal y como la concibió la inspiración del Sr. Ercilla, interpretó la Señorita Chafes zortziko tan acabado. Fue repetido.” No nos consta que recibiera otras muestras de homenaje. Quizá las cosas habían empezado ya a pasar demasiado rápido. ¿Quién fue, cómo fue la vida de este hombre que murió a los 35 años, casi en silencio, dejando una huella leve, difícil de rastrear… dejando poco más que un villancico que permanece en nuestra memoria y una estela de música que intentamos ahora devolver al aire? Vivió tiempos complejos. Tiempos de grandes transformaciones. Y estuvo ahí. Fue parte de todo eso. A veces estuvo muy cerca del centro de lo que estaba pasando Sigámosle. Dejemos que nos guíe a través de unos años en que Durango, Bilbao, nuestro entorno empezó a convertirse en algo parecido a lo que conocemos.

 

INFANCIA Y ALREDEDORES

Entre las 3154 almas que según el censo de 1864 daban vida a esta noble y leal villa de Durango, se contaría, quizás, la almita pequeña de un Bartolomé Ercilla recién nacido. De hecho, había venido al mundo el día de San Bartolomé de 1863. Fue el décimo hijo de una “buena familia”: pertenecían al grupo de los “pudientes” de la villa y sus antepasados habían ocupado cargos en la administración municipal, al menos, desde finales del siglo XVIII. Su padre, Juan Timoteo Ercilla, aparece en las actas municipales como regidor el año en que nace Bartolomé. Posteriormente será secretario y, en diversos periodos desde 1868, ocupará la alcaldía. Esa posición social, ligada sin duda a un considerable desahogo económico, no libró a los Ercilla de ver morir a varios de sus descendientes antes de cumplir siete años. La muerte se cebaba en los niños. Los Ercilla-Rementería aún tuvieron otra hija, María de los Santos, nacida cuando Bartolomé tenía dos años. Pocos días después de este alumbramiento, la madre, Josefa Rementería, falleció. No consta que Juan Timoteo, el padre, se volviera a casar. Suponemos que la mayor de las hijas, Balbina, con dieciséis años, se haría cargo de la casa y de los niños. (Años más tarde, Bernardino, hermano mayor de Bartolo, puso ese nombre a una de sus hijas, probablemente en reconocimiento a la labor de su hermana. A esa niña, a Balbinita, le dedicó Bartolomé una de sus composiciones). Tras el fallecimiento de la madre, los Ercilla, con absoluta probabilidad, se verían en la necesidad de contratar una nodriza. Es asombrosa la cantidad de mujeres que se ofrecen para tal oficio en la prensa de la época, en anuncios como este: Nodriza, hay una casada, de 28 años de edad, y de dos meses de parida, que desea criar en casa de los padres de la criatura. Informarán en achuri n 19. O como este otro: Ama de cría. Hay una vascongada, viuda de 25 años de edad, y 5 meses de parida que desea criar en casa de los padres de la criatura, informarán en… La música y los juegos Evidentemente, en el entorno durangués, la nodriza tenía muchas probabilidades de ser vascongada. Probablemente de algún caserío cercano. Y los Ercilla la querrían en su casa. Y esa mujer ayudaría a Balbina a criar también a Bartolo. Unamuno nos cuenta que las nodrizas son las sumas sacerdotisas del Coco; el coco que marcó, junto con el cuarto oscuro y la amenaza de dormir en la perrera, los terrores infantiles de la mayoría de los niños. Pero a nosotros, esa mujer, esas mujeres subalternas que seguramente pasarían por la casa de los Ercilla, nos interesan por otras razones: cantan. Y esos cantos que se cantan a los niños, esas nanas y cancioncillas que los niños aprenden, solían ser su primer contacto con la música. Fácilmente podemos imaginar a esa nodriza, o quizás a Evarista, la criada, cantando Úrsula, ¿qué estás haciendo Tanto tiempo en la cocina? Señora, le estoy quitando Las plumas a la gallina. O quizás una nana. Txalo pin txalo. O uno de esos cantos que se cantan contando los dedos:

Atzea-motxea, bestela kutsian Sirri, sarra Kolori pan Zure semea errotan Errota txikia dabilenian Kiln-klan O un romance de santos. Bartolo tuvo que escuchar estas cancioncillas desde la cuna. Esas músicas simples, esas salmodias se prenden al recuerdo. Uno cree que las ha olvidado cuando crece, pero se quedan ahí, en un pliegue de la memoria, y resurgen, nítidas y vivaces, cuando uno menos lo espera. Los niños no siempre entienden lo que cantan: es la melodía, es el ritmillo lo que retienen. Y las palabras, sobre todo aquellas que uno no había oído antes, se cargan de misteriosos significados posibles. Sin duda, esas voces serían la primera fuente de la que bebió el temperamento musical de Bartolomé. Ya un poco mayor, Bartolo jugaría en la calle. Quizás en Barrencalle, donde estaba la casa familiar. Jugaría a los juegos que juegan los niños: Una, dola, tela, catola… Jugar a pillar, a coger y a librar, jugar al cero, a txorro, … Y, quizá, le cantarían: Ambó ató Matarile, rile, rile. ¿Qué quiere usted? Yo quiero un pianista. ¿Qué nombre le pondremos? Se llamará Bartolo. Y en primavera, con sus amigos de la escuela, marearían al kotxorro. O irían a coger zapaburus. Los meterían en una lata y mirarían cada día si les habían salido las patitas. Nunca conseguían verlos llegar a esa milagrosa pubertad que los transformaba en otra cosa. Y Balbina le diría a la criada que tirara bien lejos esas aguas de charca que traen la tifoidea. Los tiempos y las distancias se agrandan cuando uno es niño. “Balbina, vamos a San Roque a jugar”. “Llévate la merienda, Bartolo. Y ándate con cuidado. Y no te manches de barro”. La escuela El año en que Bartolo nació, había dos escuelas en Durango, una para niños y otra para niñas. Al año siguiente se abrieron otras dos. Había además una cátedra de latinidad que ofrecía segunda enseñanza a los jóvenes durangueses (estaba encomendada a los Padres Agustinos). Posiblemente Bartolo acudiría a una de esas escuelas. Quizás a Kalebarria. Y tal vez fuera su maestro un joven Pedro Arrizabalaga que ejerció su profesión durante 50 años, que reclamaba que se le aumentase un poco su mezquino sueldo (“se estudiará su caso”), que reclamaba al ayuntamiento el pago del material escolar y el mobiliario que él mismo compraba y adelantaba… Ese maestro que dio nombre a las Escuelas de la Villa antes de que se transformaran en la Escuela de Música que ahora lleva el nombre de Bartolomé de Erzilla. En ocasiones, los vecinos se quejan. Cuando Bartolo tiene nueve años, un buen número de ellos protesta porque las niñas que iban a la escuela pública no adelantan nada, por lo que se han visto obligados a enviar a sus hijas a la escuela de Iurreta, que está a media hora de camino, y donde, además, tienen que pagar una peseta al mes… Otras veces son los maestros los que reclaman apoyo: la maestra de la escuela de niñas pide que se nombre una ayudante, porque el número de alumnas es ya de 174. En la escuela se aprendía en castellano. Pero los maestros poseían “la hermosa lengua vascongada”. Con una excepción que no hace sino confirmar la regla:

“Vicente del Río y Gabanes, profesor de primera enseñanza, desterrado de Bilbao por no haber jurado fidelidad a Alfonso XII, solicita el cargo de maestro de niños. Se le da la plaza a pesar de que no posee la hermosa lengua vascongada”. La política y la Historia “Bartolo, ayer en casa rezamos tres avemarías por tu padre” “¿Por mi padre? ¿Por qué?” “Porque dice el cura que va a ir al infierno…” Los vendavales de la Historia comenzaron muy temprano a zarandear la vida de Bartolomé. Acababa de cumplir seis años. Su padre había llegado a la alcaldía poco después de la Revolución de Septiembre, con la que se inicia el periodo más turbulento de la Historia del siglo XIX. La Reina, que veraneaba en Lekeitio y a la sazón se encontraba pasando unos días en San Sebastián, tuvo que salir corriendo, y acabó partiendo al exilio en Francia. En 1869 se aprobó una constitución que supuso muchos cambios en el panorama político: reconocía el sufragio universal (sólo para hombres mayores de 25 años) y, en su declaración de derechos incluyó algunos que desataron polémicas violentas. Quizás los que más polvareda levantaron, por su incidencia en la moral tradicional, fueron el derecho a la libertad de culto y el derecho al matrimonio civil. El clero se soliviantó como pocas veces antes. ¿De repente, en la muy católica España, martillo de herejes, donde la Inquisición había perdurado hasta treinta años atrás, los herejes, los protestantes, los enemigos de la Cristiandad podían hacer pública ostentación de sus creencias, celebrar sus ritos? Y, por otra parte, si el matrimonio se convertía en una unión civil, en un papel firmado en el Ayuntamiento, ¿dónde quedaba su carácter sagrado y sacramental? ¿No suponía todo esto una legalización del pecado de la carne, cuyo control y represión había sido monopolio de la Iglesia? Evidentemente, esto provocó un enfrentamiento entre el clero y las instituciones que acataban el nuevo orden En Durango, las tensiones se desataron en torno a las elecciones municipales del 71. La corporación presidida por Juan Timoteo había dado muestras de sintonía con el nuevo estado de cosas. Su candidatura fue activamente combatida por el clero local, y de esa “conducta indiscreta del clero” que toma parte activa en la campaña aparecen ecos y protestas en las actas municipales. Las tensiones llegaron a su culminación el 7 de diciembre, víspera de la Inmaculada. En el acta de ese día se recoge la decisión de la Corporación de no asistir a las celebraciones previstas para el día siguiente, puesto que, aunque estaban pagadas por el municipio, iban a ser celebradas por un clero “abiertamente hostil”. Posteriormente, la corporación dirigió una queja al obispado de Vitoria, denunciando esa injerencia del clero en la vida política. La respuesta fue un oficio del Obispo negándose a tomar parte en la disputa. En las elecciones salió victoriosa la candidatura defendida por el clero, que fue posteriormente acusada de complicidad en el primer levantamiento carlista. (Tras el fracaso inicial de éste, volvió a ocupar el Ayuntamiento una corporación de la que Juan Timoteo formaba parte). “Balbinaaaa… En la escuela dicen que aita va a ir al infierno. Que los que van con él son malos cristianos y que van a ir todos al infierno…” “No, Bartolo, aita es buen cristiano. Se ocupa de que el pueblo esté limpio y bien arreglado, y de que haya escuelas, y del hospital y de que se cuide a los pobres. Y está trabajando para que venga el tren a Durango. No llores, que no va a ir al infierno. Hala, vete a dormir. Y no te olvides de rezar.” (Bartolo se queda más tranquilo, pero tampoco convencido del todo. A él le han dicho que esas leyes nuevas son cosas del demonio… y que ese rey de ahora… que Dios no quiere ese rey.) Y en diciembre, todo vuelve a empezar. Y esta vez, para largo. En julio del 72, las tropas carlistas entran de nuevo en la villa. El Pretendiente está convencido de que no logrará vencer si no toma Bilbao, así que Durango se convierte en un punto estratégico, un gran cuartel donde establecerá su corte en diversos periodos. A Bartolo le gusta mirar a esas gentes de uniforme, las bandas, la música de los desfiles, las misas solemnes con el incienso y el órgano resonando a todo trapo… En la escuela se notan algunos cambios. No muchos. Al maestro Simón López lo echan por enseñar “doctrinas poco católicas” y “ser poco afecto a la causa de Dios, Patria, Rey”. Y a la maestra Paulina, también la expulsan… Sin embargo, la guerra, con toda su crudeza, no tiene como escenario la villa. Hay batallas y escaramuzas por los alrededores: Mendiola, Gaztelua, Anboto, Mañaria,… Pero Durango se libra de bombardeos. Los niños siguen jugando en las plazas. Es muy probable que durante este periodo, Bartolomé se convierta en alumno aventajado de Cástor Gorritxategi. Y que hacia 1874 empiece sus estudios de latinidad y segunda enseñanza… La guerra termina en 1876. Juan Timoteo vuelve a la alcaldía y la nueva corporación atiende las reclamaciones de los que habían sido retirados de sus cargos en el tiempo de los carlistas. Aita, el señor Gorritxategi dice que Bartolo tiene aptitudes y que debería seguir estudiando. Y él sólo piensa en la música… Hemos pensado que igual podía pasar algún tiempo en Bilbao con la prima. Podría seguir estudiando con Manuel (Villar Giménez). ¿Qué te parece? ¿No estaría mejor? En Bilbao siempre hay más oportunidades para un músico… En julio de 1876 se suprimen los fueros. De poco sirvió la vibrante defensa que Camilo Villabaso, elegido diputado a Cortes por Durango, hizo ante la cámara. La asociación implícita entre fueros y carlismo era demasiado fuerte. Y la guerra cantonal había fortalecido las posiciones de quienes abogaban por una única legislación para todo el territorio. Unamuno describe vívidamente el impacto de la derogación de los fueros: “Y en me dio de la agitación de espíritus que a esa medida se siguió fue formándose mi espíritu. De ahí mi exaltación patriótica de entonces. (…) Y recuerdo una puerilidad a que la exaltación fuerista nos llevó a un amigo y a mí. (…) un día escribimos una carta anónima al rey don Alfonso XII increpándole por haber firmado la ley del 21 de julio y amenazándole por ello.” De repente, las quintas, las llamadas al servicio militar, del que hasta entonces los vascos habían estado exentos excepto en situación de guerra, los estancos, las restricciones para comprar sal y tabaco, la supresión de las juntas generales,… el triunfo de la uniformización legal y de aquella concepción del liberalismo… El sentimiento de pérdida se percibe de forma intensa en la literatura de tema vascongado. Comienza a publicarse el Cancionero Vasco de Manterola, y la recuperación de la lengua y las tradiciones vascas se convierte en una prioridad en el mundo de la cultura. Y ese “espíritu de los tiempos” influirá, sin duda, en nuestro Bartolo. Los cantos, las nanas de la nodriza, la música de las romerías, que ha oído desde niño, la propia lengua que en su casa y su entorno ha convivido con el castellano de la escuela, de los documentos oficiales y de las grandes ocasiones cobran ahora un sentido diferente: ahora los escucha, probablemente, como elementos importantes de una cultura que también él debe esforzarse en conservar. Y mientras en sus clases de música descubre a Mendelsohn, a Bach (“y sus oratorios y sus fugas, y el Mesías y la Pasión, y Händel y Haydn,…”), toma nota también de los cantares que se cantan en su pueblo, las músicas pequeñas que acompañan la vida de las gentes. Mientras tanto, el progreso sigue su curso. El consistorio, con Juan Timoteo a la cabeza, sigue negociando, junto a personajes muy influyentes como el Señor de Zaldibar (a quien Bartolomé dedicará años después una brillante obra), el ferrocarril, que hará su primer viaje el 15 de abril de 1882, y negocia un nuevo contrato con el jefe de Telégrafos. Y en 1878, con José María de Gortázar entre los principales negociadores, se acuerda el primer Concierto económico…

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