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Publicamos el comienzo de ‘Labastida’, libro de Igor Basterretxea, Alfonso de Otazu y Juan Vidal-Abarca

LECTURAS DE VERANO MUGA

El serial Lecturas de verano de MUGA continúa hoy con el comienzo del libro histórico Labastida, esplendor de una villa alavesa y de sus principales familias cosecheras durante los siglos XVII y XVIII (Araba Foru Aldundia, Bastidako Udala). Lo puedes adquirir clicando aquí. 

EL AUTOR

Igor Basterretxea Kerexeta (Elorrio, 18 de octubre de 1970) es licenciado y doctorando en Geografía e Historia por la Facultad de Filosofía y Letras de la  Universidad de Deusto. Se dedica a la docencia desde hace 28 años y ha sido director del Centro Ntra. Sra. de Lourdes en Elorrio los últimos 6.

Es autor de varios libros: “Basílica de la Purísima Concepción de Elorrio” (1997); “1924-1999. 75 años de historia del Club Deportivo Elorrio” (1999); “Hierro y palacios, Elorrio-Sevilla. Mercaderes elorrianos en Sevilla durante los siglos XVI y XVII” (2004); “Artículos históricos sobre Elorrio. Programas de fiestas (1924-2005)” (2005); “Elorrio, punto de encuentro. 650 años” (2006); y “La sociedad elorriana en el siglo XVII. Ejemplos de vida cotidiana en una villa moderna” (2009). Y, de más de una veintena de artículos, publicados en revistas especializadas (Harria eta Taladrina; Astola y Muga Kultura) del Duranguesado.

También es editor de la obra: “Los Ampuero. Historia de una familia vizcaína. Siglo XV-hoy día” (2020), cuyo autor es Alfonso de Otazu Llana. Y su última investigación es la aquí presentada, escrita junto a Alfonso de Otazu Llana y Juan Vidal-Abarca López: “Labastida. Esplendor de una villa alavesa y de sus familias cosecheras en los siglos XVII y XVIII” (2024).

SIPNOSIS

La investigación que aquí se presenta, en esencia, pretende ser un recorrido lo más completo posible por la historia de una villa alavesa, tan prestigiosa como Labastida, durante la Edad Moderna -aquella que recopila lo sucedido entre los siglos XVI, XVII y XVIII-, centrándose, más si cabe, en esta última centuria, por ser ésta, sin duda, la etapa histórica más importante de la villa desde un punto de vista socioeconómico.

La obra analiza, detalladamente, los elementos y factores principales que llevaron -de una manera pausada pero firme- consigo el cambio desde una sociedad feudal a una más moderna y, en consecuencia, desde una agricultura autosuficiente, pobre y basada en el cereal, a una agricultura de viñedo, mucho más rica y unida a un espléndido comercio. Para ello, el ensayo comienza con un primer punto introductorio que retrocede hasta la Baja Edad Media, única forma de comprender todos los posteriores acontecimientos mucho mejor.

De la misma manera, se examina el contexto social, económico, político y religioso bastidense en el que se produce esta magna realidad. Una sociedad, diferenciada en dos estamentos -la de los hombres buenos y la de los hijosdalgo o nobles-, que, curiosamente, conforme pasa el tiempo irá haciéndose más y más igualitaria. Un poder político, basado -cómo no- en los gobiernos municipales y en los intereses de unas y otras familias por obtener sus cargos principales y defender “lo suyo”, que, sin embargo, se entremezcla con los intereses económicos siempre como fin último. Una economía que gira, siempre y en todos los aspectos, alrededor de las viñas y de su producto final: el vino; y que aumenta, siglo tras siglo, sin descanso, dando múltiples oportunidades a todos los oficios que, de una u otra manera, se encuentran relacionados con el sector. Y un poder religioso, centrado en la parroquial y en sus beneficiados, que funciona casi como motor de todo y en el que la máxima entre las familias, en cada generación, es colocar algún miembro suyo dentro. Y todo ello, además, aderezado con enlaces entre familias afines o matrimonios de conveniencia y confianza, entendidos, eso sí, como parte del negocio, aunque condujeran a una endogamia feroz.

Pero para que todo ello fuera posible, detrás, existieron unos hombres y unas mujeres que, a pesar de su orígenes bien diferentes -sociales o territoriales-, no dudaron en llevarlo adelante; un grupo de emprendedores, o una serie de familias pioneras, a los que también se les dedica una gran parte del estudio. Algunas de esas familias, entre otras muchas, son los Quintano, los Albiz, los Tosantos, los Paternina, los Ábalos, los Ocio, los Ramírez de la Piscina o los Mauleón. Todas ellas, de una u otra manera, origen y ancestro de los actuales cosecheros de la villa y de sus bodegas; no en vano, los descendientes de aquellas familias, dejando a un lado los mayorazgos, han pervivido con los mismos apellidos, en algunos casos, y con otros, en mayor medida, hasta nuestros días.

Por si todo lo anterior fuera poco, la obra continúa con un exhaustivo recorrido por el patrimonio civil y religioso bastidense de aquel tiempo: sus múltiples casonas y palacios, la iglesia, el Cristo, el convento de Muga y el monasterio de Ntra. Sra. del Toloño, pero, en todo momento, recurriendo a fuentes hasta ahora no conocidas y, por lo tanto, inéditas o nunca mencionadas. Además, a cada ficha actualizada de casonas o palacios, le acompañan completísimos árboles genealógicos y la actualización de sus escudos, nuevamente con detalles hasta hoy desconocidos, principalmente en lo que se refiere a los apellidos que estos nos ilustran en origen y a los propietarios posteriores.

Y finaliza, con un largo listado de pleitos ocurridos en la villa. Algo normal, teniendo en cuenta su importancia en este tiempo. Al fin y al cabo, un pueblo en el que se movía tanto dinero, atraía a gentes de todo tipo y condición, cuando no a las disputas entre las propias familias oriundas, como consecuencia de viejos rencores, envidias y demostraciones de poder.

PRÓLOGO
 El amor al país, razón historiográfica

Creo que fue hacia 2008. Estaba recopilando datos sobre los obispos de la Monarquía Hispánica a finales del Antiguo Régimen. Era una investigación que no despertaba el interés de las masas, ciertamente, pero que terminó siendo una tesis doctoral algunos años después. En mis manos, no sé cómo, cayó un libro colectivo sobre el que tampoco (supongo) la gente se lanzaría frenética. Se titulaba La Rioja, el vino y el Camino de Santiago. Contenía, entre otros trabajos, consagrados a cuestiones tan populares como la vitivinicultura medieval en el Camino de Santiago, el vino entre los Astures o la revolución enológica riojana a finales del siglo XX, uno titulado “Los Quintano de Burdeos”, firmado por un tal Alfonso de Otazu (1949-2022). En una treintena de páginas, se exponía con todo detalle la evolución de una familia de la Rioja Alavesa estrechamente relacionada con Manuel Quintano Bonifaz, confesor de Fernando VI e Inquisidor General. La información que proporcionaba era importante para mi investigación, porque me daba además algunas indicaciones sobre la familia de Bonifacio Tosantos, personaje nacido en Labastida en 1750, uno de los firmantes del Manifiesto de los Persas que casi llegó a obispo en el reinado de Fernando VII. Sorprendido por la profusión de datos, y preguntándome cómo había sido capaz de recopilarlos, anoté la información que me resultaba útil y, aunque con cierta curiosidad por la trayectoria de aquellas familias, las dejé básicamente de lado.

Conocía al autor de lecturas. En la etapa final de la licenciatura de Historia leí El igualitarismo vasco: mito y realidad, que había publicado con 22 años, porque historiadores cuyo trabajo admiraba la citaban como obra imprescindible. Pero no sabía nada personal sobre Alfonso de Otazu, el autor huidizo que no estaba en la universidad, ni aparecía por coloquios, seminarios o congresos, que publicaba algo de vez en cuando, y que acababa de sacar a la luz la obra El espíritu emprendedor de los vascos junto con José Ramón Díaz de Durana. ¡Quién me diría entonces que, muchos años después, el hilo que me iba a unir a los autores del estudio que el lector tiene en sus manos sería precisamente él! Y, en buena medida, esto se produjo gracias a nuestro interés común por una familia de Labastida que enlazaría con los Arrátabe de Arechavaleta, en la que me interesé durante una investigación sobre las primeras parentelas liberales del País Vasco -objeto de estudio, por cierto, en el que Alfonso había cooperado, muchos años antes, con Juan Vidal-Abarca-.

El estudio del pasado teje relaciones en el presente. Quienes conocieron a Alfonso sabrán que hablaba de sus amigos a terceros como si su interlocutor los conociera de siempre, aunque éste nunca los hubiera visto. De hecho, supe por él de Igor Basterretxea, a quien consideraba amigo y discípulo. Hablaba de él con gran cariño, aunque no le he podido conocer personalmente hasta el fallecimiento de Alfonso. Me habló también, en varias ocasiones, de Juan Vidal-Abarca, a quien describía como trabajador incansable, pero a quien solamente he podido presentarme en una ocasión, en un club de Vitoria. José Ramón Díaz de Durana es mi compañero de Departamento en la UPV/EHU. Fue él quien me presentó a Alfonso. Eran muchas las cosas que nos diferenciaban, pero compartíamos un interés por el pasado, por las familias del país, la admiración por la cultura francesa y, en otro orden de cosas, el rechazo de la intolerancia ideológica. Coincidíamos en algo esencial: nos costaba entender que alguien pudiera perder el tiempo complicándose la vida inútilmente, con nimiedades propias de adolescentes. Estas cosas unen mucho.

Con la espléndida obra que tengo el honor de prologar, mi curiosidad sobre el devenir de aquellas familias cosecheras de Labastida queda sobradamente colmada. Esta investigación se fundamenta en un exhaustivo trabajo documental. Ciertamente, lleva la impronta de Alfonso de Otazu tanto en la forma como en el fondo, pero también son evidentes las aportaciones de Igor Basterretxea y Juan Vidal-Abarca. De hecho, los tres se han acercado a procesos históricos complejos de una manera que a algunos podría parecer meramente erudita, pero que no lo es: exponiendo, sin ninguna ostentación teórica, las historias de la gente concreta y, como no podía ser de otra manera en la Edad Moderna, de las familias que formaron aquellas comunidades humanas.

El libro tiene diversos niveles de lectura. En primer lugar, en el plano local, el bastidense podrá conocer con riguroso detalle cuáles han sido las actividades, las personas, los grupos, las parentelas o los conflictos que han configurado la villa en la que reside. Obtendrá un conocimiento preciso de su patrimonio, de sus casas, de los condicionantes que han moldeado el carácter de su municipio, y podrá saber quiénes han regido sus destinos en las sucesivas generaciones que en el mismo se han sucedido. En segundo lugar, es evidente que la investigación tiene una dimensión regional: siendo en principio un estudio de historia local, centrado (como los autores explican) en una zona desprovista de los caracteres tópicos de lo vasco, dónde, sin embargo, sus familias más notables enlazaron con las de las otras provincias vascas, hasta formar en el siglo XVIII parte de un entramado de parentelas reunidas en empresas económicas (el viñedo, el comercio), culturales (la Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País) y políticas. Por último, en un tercer nivel, el libro explica desde abajo, desde lo local, el desarrollo de la Monarquía Hispánica, de su imperio y de las relaciones económicas que se desarrollaron en sus estructuras. No en vano, este contexto más amplio permitió a algunos grupos enriquecerse, prosperar e insertarse en círculos de poder imperiales, sin desatender sus orígenes locales o comarcales.

No quisiera dejar de mencionar una cuestión que estimo relevante. Creo no equivocarme al decir que en los últimos años se ha dado una evolución inesperada en nuestra historiografía. Hace algunas semanas realicé una estancia en el Archivo de la Real Chancillería de Valladolid. No vi a ningún colega. Lo mismo suele ocurrir frecuentemente en el resto de los archivos que tengo por costumbre visitar. Puede que muchos historiadores locales, los expertos de cada pueblo, los eruditos tan denostados, los detestados genealogistas, se hayan erigido en depositarios de la vocación de una historia total, de un análisis exhaustivo y riguroso de las fuentes, mientras los investigadores de la academia se han ido retirando, poco a poco, del trabajo de campo. Esto supone una pérdida en la formación de los historiadores profesionales. Como no se cansaron de repetir grandes figuras como E.P. Thompson o Arlette Farge, el archivo es una parte fundamental de nuestro aprendizaje continuo. Alfonso de Otazu, Igor Basterretxea o Juan Vidal-Abarca han entendido esto. Se han dedicado a la investigación histórica a cambio de nada y, muchas veces, aprontando sus propios recursos. Han hecho de su pasión por la Historia un servicio ciudadano, han logrado mantener e incluso intensificar la relación con los poderes públicos locales e indirectamente con los mismos ciudadanos. No cabe quejarse, sino tomar ejemplo. Como decía al comienzo, quizás las masas no se lancen sobre nuestros trabajos de investigación, pero, al menos, los tres autores de este libro han hecho del amor al país, a su terruño, a su gente, una razón historiográfica que es momento de justipreciar.

 

Andoni Artola

Facultad de Letras de la Universidad del País Vasco

(Vitoria-Gasteiz, 19 de mayo de 2023)

 

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