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BIZKAIKO BIRA DEL ALPINO TABIRA (3) · Soñando Ondarroa, Ispaster, Lekeitio y Otoio

JAVI RAYA

Continuamos con la Bizkaiko Bira organizada por el club de montaña Alpino Tabira de Durango. Hemos dejado la tierra del interior y ya hemos llegado al mar de la costa vizcaína. Salimos de Ondarroa y llegamos a Ispaster.

Nos despedimos de Ondarroa perdiéndonos por su casco viejo, por sus casas y por sus callejuelas propias de un pueblo costero, que siempre ha mirado al mar. Sin darnos un respiro comenzamos una subida que no tiene fin, buscamos una pala, que quiere acercarnos a la montaña.

Subimos nuestra primera cima, Kalamendi (315 m), y nos encontramos que vamos dejando atrás a Ondarroa, que se va escondiendo entre montes y nos encontramos cómo el río Artibai juega a encontrarla.

Por momentos seguimos las indicaciones de la GR-123, que nos lleva por pistas forestales rodeados de grandes pinos, y por momentos dejamos la seguridad de las pistas y nos encontramos caminos que recorremos, caminos con senderos estrechos y perdidos entre eucaliptus y helechos, caminos propios de la costa, que nos lleva a una cima humilde, sin buzón, la cima de Siñoitz (294 m).

Llegamos al barrio Iturreta, y mis ojos ya no son suficientes. Este recorrido está lleno de olores. Nos encontramos con un sendero con hierba cortada, con hierba alta, con olor a hierba seca y a tierra, y con unas nubes que parece que nos quieren acompañar. Pasamos por Mendexa y su Torre Leagi (s. XVII) y bajamos por pistas forestales hasta alcanzar el cauce del río Lea, que nos regala y nos anticipa una luz muy propia.

Ahora nos toca recorrer el río Lea, que nos va a acompañar en la entrada a Lekeitio. Seguimos su cauce y seguimos a este río, que huele a río y que se va haciendo grande. Seguimos su cauce que nos acompaña con la sombra de un arbolado continuo y con el fresco del agua del río. Seguimos a este río en su itinerario que ha ganado a la tierra y nos encontramos txalupas alejadas del río, alejadas del mar, txalupas sobre la hierba que nos cuentan historias sobre la mar. Seguimos este sendero que no decepciona, que por momentos no deja ver el sol. Miramos el cielo, miramos un islote en el centro del cauce del río, y olemos a salitre y a mar, y es como si el mar hubiera ganado la batalla al río hacía dentro, y no hubiera dejado llegar al río a la mar. Miramos antiguos astilleros, miramos el antiguo molino de mar, miramos el puente de Isuntza, y ya estamos en Lekeitio.

Pero queremos entrar en Lekeitio a través de una de sus cimas vigías, la cima del monte Lumentza (115 m), toda ella rodeada de encinares, y con rocas para tocarlas y el musgo que nos regala un fresco en la ascensión. Y ahora sí, ya entramos en esta bonita villa marinera, y ahora sí, se nos cuela esa luz en nuestros ojos, que se ve reflejada en la mar y parece que explosiona, llegando a todos los rincones de Lekeitio.

Otra vez nos acercamos a un pueblo desde la montaña; y nos encontramos la majestuosa Basílica de la Asunción. Nos encontramos los arenales que nos invitan a bañarnos, nos encontramos con bonito puerto, nos encontramos un camino cubierto por el agua que hace inexpugnable la Isla de San Nicolás, nos encontramos con unos acantilados que nos llevan al Faro de Santa Catalina.

El descanso en el faro se junta a unas vistas privilegiadas del mar y del Macizo de Otoio, que esconde tesoros; el Mirador de la Talaia, antiguo punto de avistamiento de ballenas, es una mirada hacia el pasado; el buzón de la cima de Talaia (242 m), es un buzón de paso, que se encuentra a pie de camino, es un rincón del perfil del litoral arrancado por el mar a la tierra; y la cima de Kurutzebaltza (325 m) es un saliente de este macizo hacía el mar buscando los acantilados, saliente que se hace difícil de encontrar, saliente que envidia la cima del Otoio (396 m), que nos sorprende con senderos escondidos entre encinares y rocas. Kurutzebaltza (325 m), son de estas cimas, donde escuchas el romper de las olas y el olor a salitre, donde se junta el mar y el cielo, donde nos maravilla la presencia de agrestes acantilados y donde la caída provoca vértigo, donde el caudal de información de colores y olores no puedes guardar pero si puedes sentir, y desde donde quisiéramos recorrer con la vista y con el corazón el perfil de esta costa dibujada caprichosamente en la mar y desde donde la sensación de libertad se hace latente.

La subida al Otoio (396 m) se hace a través de un sendero, que es una pala rodeada de encinares, con la cercanía del mar por sus acantilados, con la cercanía del cielo en cada saliente, y que tiene su magia, recorriendo el litoral y los perfiles de la costa. Ahora ya solo nos queda bajar hacia el pueblo de Ispaster y disfrutar de las vistas que nos regala el mirador de la playa de Ogeia, que es una despedida, antes de entrar en el acogedor pueblo de Ispaster por sus gentes.

 

Hemos finalizado la etapa 3 en Ispaster…, y ahora rodeados de montes nos toca imaginarnos la siguiente etapa que finaliza en Laida, y es que nosotros somos caminantes, que buscamos senderos pegados a la mar, senderos colgados en el cielo, senderos que nos llevan a la mar; que buscamos cimas que culminan un acantilado calcáreo que desafía a la fuerza del mar y que es la cima de Ogoño (305 m); que buscamos las vistas del estuario de Urdaibai desde la ermita de San Pedro de Atxarre; que buscamos bajar por un sendero rodeado de encinares que huele a arena y a salitre, porque queremos recorrer las dunas formadas en la desembocadura del río Oka, que forma una playa cambiante, que juega con la arena, que juega con las mareas, y que es la playa de Laida.

Ayúdanos a crecer en cultura difundiendo esta idea.

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