‘Nureyev, In memoriam (y Rock Hudson y Freddie Mercury…)’, por Anisia Serendipia
ANISIA SERENDIPIA
MIS OJOS, QUE CODICIAN COSAS BELLAS_ Este domingo se representa en San Agustin Kultur Gunea de Durango El lago de la compañía LaMov, una versión revisitada del clásico El lago de los cisnes que fue un encargo del Teatro Bolshoi y se estrenó en 1877 con música compuesta por Chaikovski. El lago de los cisnes clásico se ve abocado a la tragedia de un amor imposible, pero en el lago imaginado por LaMov cía de Danza se abunda en la superficie y en las capas más profundas que todos portamos, en la dualidad de la apariencia y del yo auténtico, en la sociedad como un supuesto remanso de cisnes blancos en el que el cisne negro se rebela desnudándose de apariencias para llegar a la verdad, y a la libertad. El Cisne antes cantaba sólo para morir. Cuando se oyó el acento del Cisne wagneriano fue en medio de una aurora, fue para revivir. Son versos de Rubén Dario en referencia a la ópera Lohengrin de Richard Wagner que se había estrenado en 1850 bajo la dirección de Franz Liszt. El cisne es un símbolo modernista, hablar de cisnes es hacerlo de la belleza y de la luz, el cisne blanco ha sido considerado desde la antigüedad símbolo de nobleza y belleza, un cambio positivo [hoy en cambio, está más en boga hablar del cisne negro, metáfora de algo impredecible y muy extraño, de impacto a gran escala pero a lo que a posteriori se le puede dar una explicacion].
El lago de los cisnes, imposible no rememorar al prodigio de la danza que fue el bailarín clásico Rudolf Nureyev, máxime conmemorándose ahora 1 de diciembre.
_Fue una hora divina para el género humano_ Desde 1988 el mundo conmemora el 1 de diciembre el Día Mundial del Sida. El mundo se une para apoyar a las personas que conviven con el VIH y para recordar a las que han fallecido por enfermedades relacionadas con este virus. Una de esas personas fue un legendario bailarín nacido en un vagón del transiberiano en marcha en la URSS. Considerado por muchos críticos como uno de los mejores bailarines del siglo XX, el irrepetible y carismático Rudolf Nureyev (1938-1993).
El lago de los cisnes, obra subestimada en un principio, comenzó a cobrar prestigio a mediados de los años 40 del siglo XX hasta terminar por ser reconocida como paradigma del BALLET bailado por bailarines tan geniales como la «mítica» pareja formada por La Pavlova y Nureyev. El 15 de octubre de 1964, el telón de la Ópera de Viena subió y bajó 89 veces en una interminable ovación a la versión de «El Lago de los Cisnes» que Nurerey acababa de estrenar.
Existen diferentes finales, desde lo romántico a lo trágico, el domingo conoceremos la apuesta de LaMov pero, en el montaje de Nureyev para el Ballet de la Ópera de Parìs de 1984, en ella fue director de danza desde 1983 a 1989, el genio ruso optó por darle una dimensión freudiana, iluminando el sueño poético de Tchaikovsky a través de un sentido de profunda desesperanza. Voces expertas dicen que entonces revolucionó buena parte de los principios clásicos de la danza y del reparto de papeles entre hombre y mujer; que como coreógrafo puso al hombre en su sitio, no como un acompañante, sino como un artista. Dicen esas voces expertas que hasta ese momento en todas las versiones de El Lago de los Cisnes el bailarín estaba para que la bailarina deslumbrara.
_El dueño fui de mi jardín de sueño, lleno de rosas y cisnes vagos _ A partir de 1961 residió alternativamente en varios países de Europa Occidental pero sus salidas nocturnas y su rebeldía con continuos desplantes a los agentes de la KGB, que incluyeron en sus informes detalles «inaceptables» sobre el bailarín como que era homosexual terminaron con su deserción de la URSS: «quiero ser libre», gritó en un aeropuerto de París.
De prodigiosa técnica, esta le permitió abordar un amplio repertorio; coreógrafo de sorprendente originalidad, entre sus trabajos se distinguen por lo espectacular de su concepción la obra que nos ocupa, El lago de los cisnes.
Murió de Sida el 6 de enero de 1993, a los cincuenta y cuatro años. JAMÁS admitió ser portador del virus, negandose también a seguir los primeros tratamientos de la época. Su enfermedad lo avergonzó porque era vergonzante el trato que la sociedad dió a la «epidemia de Sida», “la peste rosa” que asociaba a los enfermos con la homosexualidad y los discriminaba, culpándolos de su padecimiento. El día de su muerte se dijo, a voluntad del bailarín, que había fallecido tras una larga y penosa enfermedad ¡sí que es importante que exista esta conmemoración!
En 1992, le entregaron la distinción de Caballero de la Orden de las Artes y las Letras en la Ópera Garnier de París. Muy afectado físicamente por la enfermedad, quien otrora volara por los escenarios caminaba ahora valiéndose del apoyo de dos bailarines. Con su gorrito elegante hasta morir, fue enterrado en el cementerio ruso cercano a París. Sobre su tumba un mosaico de colores reproduciendo una alfombra kilim, que dicen se utilizaban para cubrir los féretros de los errantes, le cobija del frío en su eternidad.
Y a otro le parecerá otra cosa