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HOY, 87 AÑOS · La abadiñarra Virginia Carracedo nació el 18 de julio de 1936, día del Golpe de Estado que derivó en guerra

Iban Gorriti

Hoy ha cumplido 87 años y el domingo, Virginia Carracedo, irá a votar para de forma democrática y pacífica tratar de parar el latente fascismo, franquismo que tanto daño hizo en su familia. Ella nació el 18 de julio de 1936, día que para los franquistas fue de “glorioso alzamiento nacional” y para toda la ciudadanía un golpe de Estado militar fallido contra la legítima Segunda República que derivó en guerra. Durante aquella misma jornada, Virginia veía la luz por primera vez, lloraba por primera vez al salir del cuerpo de su madre. La fecha ha viajado con ella impresa en su DNI y en su ADN, en su genética. Hoy, tanto esta alegre vecina de Traña-Matiena como la triste efeméride cumplen 87 años. Carracedo es una de las protagonistas del libro 31 vidas antifascistas vascas

VIRGINIA-CARRACEDO-Iban-Gorriti

Virginia Carracedo. Iban Gorriti

Virginia, hija del miliciano antifascista Marcos Carracedo, toma la palabra: “Toda mi vida he dicho a los míos que nací con la guerra y tengo el presentimiento de que el día que muera habrá otra guerra o pasará algo de guerra. Siempre lo he creído así y lo sigo pensando”, asiente a MUGA la abadiñarra de origen leonés y sustratos ideológicos democráticos.

Alumbramiento a casi medianoche

Hija de Emilia y de Marcos, es la mayor de siete hermanos. “Te diré una curiosidad más. Nací el 18 de julio a punto de dar las 12 de la noche, todavía el día del golpe de Estado”, levanta el dedo índice derecho. “Mi padres me dijeron que mi parto fue muy normal. Vino una comadrona a casa. No debió haber mucho jaleo en el pueblo, pero sí recordaban que pasaban camiones con militares. Muchos iban hacia Zamora y otros para La Cabrera”, recuerda.

La familia con padre albañil vivían en la casa anexa a la cural. El abuelo de Virginia tenía “mucho capital” -califica- y su abuela era también de familia pudiente. “Ellos construyeron a sus siete hijos otras tantas casas, una para cada uno de los seis chicos y otra para la única chica, todos seguidos en la calle llamada de El Caño”, evoca. Con su llegada y la de la guerra, el padre fue al frente como miliciano del bando democrático, del republicano. Marcos Carracedo fue un hombre tranquilo y callado. “No le gustaba hablar de la guerra a pesar de que volvió con un boquete en un antebrazo y con una pierna destrozada por un disparo”, explica Virginia. Su hija Idoia, a su lado, asiente: “Le podías meter la mano en el agujero del antebrazo”.

La familia desconoce qué siglas representó su padre en el frente. “Creemos que todos los hermanos eran socialistas, salvo uno, el más chulo, que era falangista. Años más tarde mi padre y el falangista no tenían roce. Mi abuelo siempre vivió disgustado por ello”, agrega Idoia.

“Besé a mi padre”

Uno de los primeros recuerdos, quizás el más emotivo que recuerda Virginia de su padre, es de cuando tenía tan solo tres años. “Sí, sí. Lo recuerdo perfectamente. Tenía tres años, había acabado la guerra, y me llevaron a visitar a mi padre. Iba vestida con un abriguito blanco de piel”, subraya una mujer que en su familia suma casualidades históricas, algunas que prefiere obviar en este reportaje. Una de ellas, sencilla, es que el hospital se llamaba San Marcos, “como mi padre. Recuerdo perfectamente, como si lo estuviera viendo ahora, que entré en su habitación y al verle todo vendado y con escayolas me asusté. Mi madre me dijo, ven con papá, pero yo no quería y me retiraba. Cogí confianza y fui y lo besé, no dejaba de tocarle las escayolas y vendajes. Luego me iba con las enfermeras que me daban caramelos”, amplifica quien al  evocar a su padre se emociona.

En aquellos días, su familia salvó la vida de al menos una persona. “Los franquistas vinieron un día a por el sobrino del cura, que vivía pegado a nosotros, y escondimos al joven en el desván. Iban dispuestos a fusilarle. Es que aunque la guerra había acabado, ellos seguían fusilando. Recuerdos nombres y apellidos que prefiero no nombrar. Solíamos ir a la plaza a comentarlo. ¡Era muy fuerte! ¡Cuánto llorábamos cuando venían con sus camiones con el brazo en alto porque sabíamos que iba a haber muerte! ¡Qué miedo pasábamos!”, detalla afligida y rememora que los franquistas solían acampar y en el fuego cocinaban “los gatos que nos quitaban en el pueblo. Por cierto, no con ellos, ni lo quisiera, pero yo también he probado la carne de gato y es más parecida en sabor a la de la liebre que a la del conejo”.

Más de 50 años en Matiena

Con 17 años siguió el camino de su padre y Virginia fue a vivir a Eibar, ciudad armera en la que trabajó haciendo muelles en Hijos de Valenciaga SA, firma extinguida. Conoció a Feliciano Luis Ayllón, natural del pueblo cántabro de Cabárceno, y contrajeron nupcias en San Andrés en 1958. “Mi marido era amigo íntimo de Alberto Ormaetxea, jugador de la Real Sociedad. Guardó la entrada del último partido que jugó siempre en su cartera. Y mira lo que son las cosas, luego ha tenido demencia senil y decía que le gustaba el Athletic, cuando siempre lo había detestado. Por cierto, hizo un taller con el Athletic, y cuando falleció el club nos invitó a nosotras a San Mamés, todo un detalle”, agradece su hija.

Virginia suma más de  medio siglo de su asentamiento en Abadiño, en el barrio Traña-Matiena. Desde allí, tiene un mensaje para la juventud: “Que se lleven lo mejor posible. Que no haya más guerras. Que lo que vivimos nosotros no se repita, que la guerra es lo último de lo último. Haya paz”.

Zorionak, Virginia!

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