ALBERTO ONAINDIA · El cura que intermedió para sellar el Pacto de Santoña estudió en los jesuitas de Durango
MUGA MEMORIA
Si hubo un sacerdote vasco que hizo historia durante la Guerra Civil fue Alberto Onaindia Zuloaga. Nacido en Markina-Xemein el 30 de noviembre de 1902, moriría un día curioso para el recuerdo, un 18 de julio, pero de 1988 en Donibane Lohitzune. Antes de la guerra, ya era amigo del futuro lehendakari Aguirre, del sindicalista de ELA/STV Policarpo Larrañanaga o del también sacerdote y escritor José de Ariztimuño Olaso, Aitzol, a quien los franquistas fusilaron como también hicieron con el hermano de Onaindia, Celestino, a quien ejecutaron precisamente por ser hermano de Alberto. “El tío Celestino, también era cura y estaba en Elgoibar. El frente se paró en Kalamua. Su familia vivía en Markina. Un día que volvía del cementerio, los requetés detuvieron a mi tío y lo apresaron en la cárcel donostiarra de Ondarreta. Una semana después lo fusilaron en Hernani. Estaba en un osario, fosa común”, rememoraba su sobrino, también sacerdote, Jon Onaindia, recordado párroco de Iurreta. “Del tío –agregaba- destacaría que su idea madre era la dignidad de la persona humana. La libertad, el respeto a la opinión del otro sin juzgar”.
Unos meses después de estallar la Guerra Civil, en septiembre de 1936, Alberto participó en una reunión celebrada en Lekeitio de miembros del PNV para examinar una propuesta de paz con representantes del general español Emilio Mola, que fue rechazada. Poco después fue nombrado adscrito a la presidencia del nuevo Gobierno de Euzkadi y dirigió sus esfuerzos a justificar el posicionamiento a favor de la causa republicana por parte del PNV ante el Vaticano, lo que lo enemistó con los obispos Mateo Múgica y Marcelino Olaechea. Fue entonces cuando las tropas franquistas fusilaron a su hermano Celestino, así como a su amigo ‘Aitzol’. Aquel día, en Hernani, el escritor y actor José Luis de Villalonga, marqués de Castellbell, se ofreció a tirar del gatillo. Este aristócrata publicó en el libro ‘Conversaciones con D. Juan Carlos I de España’ que fusilar a hombres «era como matar conejos».
El 23 de octubre de 1936, con ayuda del lehendakari Aguirre y de los dirigentes nacionalistas Juan Ajuriaguerra, Manuel Robles Aranguiz, Doroteo Ciárruiz y Julio Jauregi redactó un informe a la Santa Sede donde defendió la posición prorepublicana del PNV debida a la decidida actitud antinacionalista del bando franquista. También ayudó a pasar a territorio sublevado al obispo al obispo de Vitoria Javier Laucirica.
Por si todo ello fuera poco, el 26 de abril de 1937 presenció el bombardeo contra Gernika, y fue encargado por el gobierno vasco de difundirlo a nivel internacional y dirigir las negociaciones de intercambio de prisioneros. En la carta que dirigió al cardenal Isidro Gomá le escribió lo siguiente: “Llego de Bilbao con el alma destrozada después de haber presenciado personalmente el horrendo crimen que se ha perpetrado contra la pacífica villa de Guernica, símbolo de las tradiciones seculares del pueblo vasco… tres horas de espanto y escenas dantescas. Niños y madres hundidos en las cunetas, madres que rezaban en alta voz, un pueblo creyente asesinado por criminales que no sienten el menor alarde de humanidad. Señor Cardenal, por dignidad, por honor al evangelio, por las entrañas de misericordia de Cristo no se puede cometer semejante crimen horrendo, inaudito, apocalíptico, dantesco”.
Conversaciones en Lapurdi con los fascistas
Onaindia fue un referente al que se le encargó conversaciones en Lapurdi con representantes de las fuerzas militares italianas y en julio en Roma con el conde Galeazzo Ciano que tuvieron como fruto el denominado Pacto de Santoña por el que el ejército vasco se rindió a las fuerzas fascistas italianas a cambio de garantías para los prisioneros. Poco después marchó hacia París, de donde ya no retornaría. El acuerdo se incumplió por parte de los fascistas.
El sacerdote vivió en la capital francesa hasta que en junio de 1940 fue ocupada por las tropas nazis. Entonces marchó a Londres, donde hizo retransmisiones radiofónicas para la BBC de 1941 a 1956 con los seudónimos James Masterson y Doctor Olaso. También fundó la revista nacionalista vasca Anaiak, donde reproducirá la carta Imperativos de mi conciencia del obispo Múgica. Nada más llegar a su exilio británico, en agosto de 1940 el cardenal y arzobispo primado de Westminster Arthur Hinsley —ferviente franquista— le denegó ejercer como confesor y sacerdote de exiliados gibraltareños no angloparlantes. El religioso también trató de defender a los católicos vascos antifranquistas de los ataques del arzobispo primado, quien los tachaba de «comunistas», y el 22 de agosto escribió una carta a Hinsley —que no llegó a enviar por recomendación de un amigo— que terminaba así: “En el exilio, los vascos hemos venido trabajando para Francia e Inglaterra que a su vez defienden los principios del cristianismo entre las naciones. Cientos de vascos han luchado en el frente francés, miles de obreros especializados han trabajado en las fábricas de guerra, toda la propaganda vasca ha sido puesta al servicio de las potencias democráticas, y hoy colaboran de cerca desde todas sus áreas de actividad para que triunfe la causa defendida por el Imperio británico. Por contra, España vive bajo una dictadura nazi de origen alemán; la propaganda española es una derivación de la de Goebbels”, iniciaba e iba más allá: “Espero que perdone esta sincera expresión de sentimientos por parte de un humilde sacerdote que sufre el exilio debido a sus ideales, que son también los ideales de Inglaterra y los de la cristiandad”.
Alberto Onaindia había estudiado en los Jesuitas de Durango y en el Seminario de Vitoria, ordenándose sacerdote en Roma. Trabajó como maestro en el seminario de Saturraran –que años más tarde sería terrorífica cárcel de mujeres- hasta que en 1929 fue nombrado canónigo de Valladolid. Su obispado le destinó a Getxo, donde se dedica al activismo social y a la creación de escuelas nocturnas. Allí fue donde entabló amistad con José Antonio Aguirre, con Policarpo Larrañanaga o ‘Aitzol’. Fueron precisamente estos quienes le animaron a ingresar en el sindicato y participar en la creación de la Asociación Vasca de Acción Social Cristiana AVASC, que tenía la finalidad de formar cuadros sindicales para ELA y el PNV.
Durante la Segunda República Española escribió en la sección laboral y política del diario Euzkadi, órgano del PNV, con el seudónimo Egizale, atacando al socialismo y defendiendo la participación de los trabajadores en los beneficios empresariales. No obstante, apoyó la revolución de octubre de 1934 y en 1935 abandonó la AVASC, a la que acusó de estar manipulada por la patronal.
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