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‘Recordando a Raimundo Larramendi, Txatxalia’, por Jesús Iturralde

Jesús Iturralde Garai

Una de las anécdotas más “chuscas” y sabrosas la protagonizó Raimundo Larramendi, Txatxalia, mote acentuado en la letra i.

Existió en Durango un chaval, ya pimpollo, de alrededor de los 18 años por aquel entonces que, la verdad, no tenía demasiadas luces, y con su mentalidad infantil, igual que Aníbal ante el altar de Hércules juró odio eterno a los romanos, creo que el chaval en cuestión, al menos por su manera de proceder, había jurado odio eterno a la figura de Judas Iscariote, que no Tadeo, que en el paso de la Sagrada Cena que se guardaba en la Vera Cruz, ocupaba el último lugar a la izquierda de la figura de Cristo por lo que estaba situada justo en el extremo de la mesa.

Es mi obligación comentar que las figuras, lógicamente trece en total, que componían aquel paso eran tan sumamente feas, tiesas como postes, que más que devoción infundían miedo o risa dependiendo del ánimo de quien las contemplaba. Ciertamente no eran ningún prodigio en cuanto a belleza artística, sino más bien resultaban tétricas.

Volviendo al personaje que nos ocupa, resulta que sin faltar ningún año y ya por costumbre, cuando los prebostes abrían la puerta de la Vera Cruz las tardes del Domingo de Ramos para proceder a la subasta, ya estaba el chaval en primera fila y en cuanto se abría la puerta acudía, cual centella galopante, junto a la figura de Judas. Y tirando de la bolsa de monedas que siempre le representaban por vender a Cristo, comenzó a insultarle:

Judas, asto zikiñe, saskel hori, txarrie! (¡Judas, burro inmundo, sucio, cochino!).

Raimundo Larramendi, Txatxalía.

Acompañaba los insultos con fuertes tirones de la bolsa de monedas que hacían temblar a la figura y ponía en peligro la integridad de la misma, hasta que, cumplido su objetivo salía de la ermita con el loable sentimiento del deber cumplido.

Un Domingo de Ramos por la mañana estaban reunidos los prebostes acompañados de un durangués, chirene por demás, a la sazón alguacil, y que muchos años más tarde ocupó el cargo de bedel de la academia situada en el chalet hoy transformado en el Hotel Kurutziaga.

Este aguacil, delgado en extremo, “casta” ocurrente y mala uva pero con esa mentalidad de las gentes de los pueblos pequeños que hace que todo lo tomen a txirigota, se llamaba Raimundo Larramendi, más conocido con el sobrenombre Txatxalia.

El comentario entre los prebostes y el amigo Txatxalia salió a colación lo del chaval antijudas y el peligro que suponían los tirones a que sometía la bolsa, haciendo peligrar el brazo de la figura.

Txatxalia, genio y figura hasta la sepultura les dijo:

-¡Tranquilos, este va a ser el último año que se va a arrimar a Judas! Lo único que tenéis que hacer es abrirme la puerta media hora antes de la subasta; lo demás corre de mi cuenta.

 Dicho y hecho. Media hora antes de abrir oficialmente la ermita se presentó Raimundo con un paquete y sin mediar palabra alguna- los prebostes ni se imaginaban lo que pretendía el alguacil- le abrieron la puerta.

Una vez dentro no se le ocurrió otra cosa que quitar a Judas de su sitio, se puso una sobrecama amarilla a modo de túnica del mismo color que lucía la figura. Y colocándose la bolsa de las monedas se sentó en el lugar de Judas. Entre su extrema delgadez y su inmovilidad absoluta, realmente parecía una figura más.

Como se imaginaban, a la hora de abrir la Vera Cruz ya estaba el chaval de todos los años dispuesto a darle un meneo a Judas y en cuanto la puerta fue abierta se lanzó sobre la figura y como siempre comenzó a tirarle de la bolsa y a lanzar su letanía de insultos.

Txarrie, madarikatua!

No llegó al tercer insulto:

¡¡ZAS!! El sopapo que le sacudió Judas (Txatxalia) restalló como un chapligo. El susto fue de infarto. El chaval salió huyendo como alma que lleva el diablo y chillando:

-“Judasek jo nau, Judasek jo nau! (¡Judas me ha pegado!)

 Se encerró en su casa y cuentan –vox pópuli– que no salió a la calle en dos meses. Por supuesto que fue la última vez que atacó a Judas.

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