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Fallece Paula Azcárate a los 97 años, superviviente del bombardeo contra Durango que inspiró el libro ’31 VIDAS’

 

Iban Gorriti

 

· El funeral por su persona se oficiará mañana viernes a las 12.00 horas en la basílica de Santa María de Uribarri

Durango pierde hoy una pieza histórica, humanamente inmensa. Se llama, se llamaba y se llamará siempre Paula Azcárate Vizcargüegana y ha fallecido a los 97 años de edad. El pasado julio, ella y su familia impulsaron de alguna forma el libro ’31 Vidas, el bombardeo contra Durango’, de biografías. Ella, a pesar de una de las protagonistas, también inspiró de alguna forma la publicación ya que pidió al autor que retomara el proyecto que un ayuntamiento detuvo en su día. 

Retrato a Paula Azcárate. Iban Gorriti

Gracias a ello, sin instituciones de por medio, el libro voló libre y volvió a palpitar en julio. Fue una petición suya, ánimo de su familia, que, por suerte, germinó positiva el 26 de noviembre. «Ella lo ha tenido en sus manos orgullosa de su aportación, a pesar de que estaba muy pochita», narra su nieto Asier.

El funeral por su persona se oficiará mañana viernes al mediodía, a las 12.00 horas en la basílica de Santa María de Uribarri, templo que fue bombardeado hace casi 85 años, capítulo que Paula ha recordado con mente prodigiosa hasta su último día. Su testimonio queda para próximas generaciones, para futuras personas investigadoras en el libro ’31 vidas’ y también en testimonio de vídeo en el cortometraje estrenado este mismo año en el Cine Zugaza titulado ‘Durango · 1937’. De hecho, su testimonio inspiró, además, la canción titulada ‘Martiaren 37’.

El título de su capítulo, el número 7 del libro editado por Desacorde Ediciones, encoge a quien lo lee: «Por la noche, con velas, unos buscaban sus cosas; otros sus cadáveres». A continuación, y a modo de homenaje a su persona, a su familia, a las monjas asesinadas por los fascistas con las que convivió durante décadas, a todas y cada una de las víctimas de aquel genocidio, publicamos íntegro el capítulo que ella misma aprobó publicar.

Eskerrik asko bihotzez, Paula, zure eskuzabaltasunagatik!

Capítulo de Paula Azcárate en el libro 31 VIDAS. Foto: Asier Astorkia, nieto de Paula

Paula Azcárate Vizcargüenaga

Abadiño, 1924 – 2021

«Tras el bombardeo, por la noche, con velas, unos buscaban sus cosas; otros sus cadáveres»

POR Iban Gorriti

El pueblo de Durango trató años atrás de que la Audiencia Nacional tramitara un «perdón» de los estados italiano y español por los bombardeos fascistas que sufrió la villa el 31 de marzo de 1937 y días posteriores de abril. Los crímenes de lesa humanidad no prescriben. En el caso de Gernika, el Parlamento alemán ya pidió disculpas a la villa en 1998.

Una de las mujeres que aún se duele del ataque indiscriminado contra Durango es Paula Azcárate Bizcarguenaga, quien tiene 97 años cuando escribo este libro que usted tiene entre manos. Ella sobrevivió al genocidio impulsado por el militar golpista español nacido en Cuba, Emilio Mola.

El testimonio de esta afable birramama fue desconocido hasta que le entrevisté en 2017 y ella ha pasado desapercibida. Su historia atesora todos los elementos de una película: su padre fue denunciado por quienes le alquilaban la casa por ser del PNV y condenado a muerte; su tío –en el otro polo ideológico- fue el famoso abad Carlos Azcárate amigo personal de Franco; ella vivió medio siglo en la casa vicarial de las monjas de Santa Susana de Durango, aquellas religiosas que sufrieron muerte, también víctimas del bombardeo por manos de quienes se autodenominaban cristianos…

Paula nació en Gaztelua, barrio rural de Abadiño, el 29 de septiembre de 1924. Es la segunda de cuatro hermanos. Primera curiosidad: «Mi padre era Francisco, pero murió cuando yo tenía dos meses, y mi madre se casó con el hermano de Francisco, Felipe, que tras cuatro años preso de Franco, volvió a casa mal de la guerra», asiente quien se casó con Ciriaco Astorkia, de Iurreta.

Con ocho años, Azcárate –como ella firma su apellido- fue enviada a servir a un caserío de Durango, de unos nacionalistas vascos de Aliendalde. Seis meses antes de los terribles bombardeos, el 25 de septiembre de 1936, el bando sublevado contra la Segunda República ya arrojó unas bombas sobre el frontón de Durango causando 12 muertos y heridos entre los milicianos que descansaban allí. Otro artefacto cayó en una huerta y dos más en el ferrocarril. Los fallecidos tenían entre 18 y 32 años.

Como venganza, los republicanos sacaron a supuestos afines a la derecha de la cárcel y los fusilaron en el camposanto. «Yo los vi pasar. Iban rezando: Santo Dios, Santo fuerte, Santo inmortal, líbranos Señor de todo mal». Paula aporta datos que ningún investigador ha citado. Su versión es la siguiente: «La primera en pegarles un tiro fue una miliciana, una de la CNT. Iban con un buzo azul y a las que íbamos a misa nos tiraban zapatos viejos desde las ventanas. ¡Insultaban! ¡Eran malas!», valora y agrega que un joven, «Zavala, salió vivo del paredón, pero acabó muriendo».

Medio año después continuaba la Guerra Civil y volvió la muerte al municipio. Se sufrió el bombardeo planificado contra Durango, tras amenaza y aviso de Mola –incluso en octavillas en euskara- de que iba a arrasar Bizkaia. Aquel 31 de marzo, fue «horroroso, no se puede explicar». Ella, como su madre, acudió al día de mercado. La niña –nuestra protagonista- tenía el cometido de suministrar leche a una familia del pueblo y se coincidió con su madre en Kurutziaga. Oyeron la sirena que anunciaba peligro. La madre le dijo de forma cariñosa: «Ume (niña), vete a casa, no pares. Cojo el burro y voy». Paula se topó con un amigo y juntos vieron que «de Anboto, venían aviones de tres en tres y con cazas», evoca.

Al llegar al palacio Garai de Kurutziaga, miró al cielo: «Le dije: Faustino, están tirando papeles. Él me tiró al portal de Loizate. De pronto, todo era humo, ruido, piedras por encima. Fuera no se veía nada, parecía de noche. Árboles caídos, todo roto».

Paula pensó que los fascistas habían matado a su madre que se dirigía a por el burro a la «tienda de Eguen». «Vi a una mujer con una criatura sin pies debajo, muertas ambas. Los burros muertos se hincharon, como un milagro y estaban patas arriba». En cuanto pudo, echó a correr hacia San Fausto y se encontró con una vecina ensangrentada. Una cantina de leche se le había incrustado en la cintura. «Me dijo: Polita (bonita), vete a casa y diles que estoy muriendo».

Azcárate se reencontró con la mujer con la que vivía. «Me besó y le dije que mi madre y mi tía que vivía con las monjas habrían muerto». Pero no. Al mediodía vio su madre encima del burro. Llegaba con una pierna curada por metralla. Les contó que «se había refugiado donde Eguen. De cuatro, murieron la hermana de María Eguen, la tía de Mancisidor y otra. Ella quedó viva».

Por la tarde, segundo raid terrorífico. «Volaban tan bajo que les veíamos las caras y se reían. ¿Cómo les podía hacer gracia matar?». Paula y los suyos se refugiaron en una zanja de San Fausto con riachuelo al lado. «De todo lo que apretamos contra el suelo yo creo que hicimos agujero. Caían casquetes de ametralladora. ¡Pánico!».

Y llegó la noche. Acompañó a una amiga a su casa de la Txantonesa, en Goienkalea.  «Fuimos  con una vela. Solo se oían llantos y lamentos. Uno buscaban sus cosas, otros sus cadáveres».

Basilisa se llevó a su hija a Gaztelua. «Si morimos, lo hacemos todos juntos», le enfatizó la madre de Paula a dos monjas supervivientes de Santa Susana, y a otros parientes de Durango. Su padre, ferroviario, emigró con vacas a Amorebieta y acabó en Laredo.

Ellas se quedaron entre dos fuegos. «Los pobres gudaris, muy buenas personas, escapaban como podían». El abuelo hizo amago de irse todos juntos, pero optaron por quedarse. El 28 de abril, dos días después del bombardeo contra Gernika, los de Mola y Franco ocupaban Durango al asalto: «¡Qué música! Con banderas. Recuerdo que los primeros en entrar fueron moros con pantalones blancos y capa». Los dueños de la casa despacharon a la familia de Paula del inmueble. «Les decían a los moros que éramos rojos, que nos fuéramos como los de Rusia». Esos días, vieron a su tío, republicano, muerto en el cementerio de Abadiño. «¡Las pasamos canutas!».

Más aún cuando la guardia civil les requisó su casa y preguntaron por el padre de la familia. Lo detuvieron por nacionalista vasco en Astola. «Le dieron tres penas de muerte, tres denuncias falsas». Lo encarcelaron en Larrinaga, en un barco-cárcel, en Burgos y Astorga. Según la familia, no era gudari.

Felipe consiguió librarse de las penas de muerte porque su hermano era Carlos Azcárate, histórico fraile trapense de San Pedro de Cardeña. «Él era carlista, muy amigo de Franco, y tan dictador como él», se ríe Paula mostrando una foto del archivo familia en la que el cura y el dictador departen juntos. Tras la detención de Felipe, al abuelo, «del disgusto», le salió un bulto en la cabeza y murió.

Partieron a vivir a Durango. «Yo, recién casada, fui a vivir al convento de Santa Susana. Los historiadores dicen que en el bombardeo murieron 13 monjas -con la muchacha, Mari Bergara, pero no, fueron un total de 17, que yo las conocía a todas. De hecho aún pongo nombre a las que se salvaron en las fotos que hay. Algunas fueron asesinadas por la tarde cuando escapaban. Las bombas cayeron en el convento sobre la zona de las monjas. Es curioso que quienes se decían cristianos mataran a curas y monjas. ¡Un cristiano no mata! Yo no lo haría en la vida ni por nada».

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