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A. ARRIOLA: «‘El ruido de entonces’ recuerda a Ryan, inocente atrapado en una encrucijada en Lemoiz»

Anton Arriola (Durango, 1967) publica El ruido de entonces, libro que llega en el 40 aniversario de una muerte que quedó en la memoria de todos, la del ingenerio Ryan a bala de ETA. Mediante una poderosa combinación de ficción alegórica y crónica autobiográfica, se adentra en los trágicos hechos que acontecieron alrededor de la central nuclear de Lemoiz.

e94cdd45-f482-4623-8f2f-49376fb1efc5Anton Arriola posa con el libro en sus manos.

Ryan, vecino y amigo de la familia del autor, constituye su elemento central. Junto a la pretensión inicial de contar la historia de un hombre inocente atrapado en una encrucijada, del relato irá aflorando una convicción: la necesidad de recuperar los recuerdos dolorosos de entonces, para que entre todos convirtamos a la memoria en guardiana de nuestro futuro.

¿De dónde surge, cuál es la motivación de esta novela?

Desde hacía años tenía estos recuerdos guardados, ya que mi familia y yo mismo vivimos de muy cerca aquella tragedia. Mi primer impulso fue escribir la historia de un hombre inocente atrapado en una encrucijada. También quería reflexionar sobre cómo en nuestras sociedades las posiciones se van extremando hasta hacer imposible la concordia, cuando lo contrario, la razonabilidad y el acuerdo, hubieran sido posibles.

Una novela sobre ETA.

No me interesaba tanto la idea de tratar el tema de ETA, en el que es difícil salirse de un esquema de culpables y víctimas, porque es lo que es. Pero en el caso de Lemóniz había más ángulos, la sociedad se involucró por la fuerte oposición a la central y había también más culpables. Se contrapuso economía y salud física, como ahora con la pandemia.

Entre los «culpables» señala a la compañía eléctrica Iberduero.

No tenía sentido construir una central nuclear a 15 kilómetros de Bilbao. Quizás en el 72, cuando se diseñó, por pura falta de miras, pero la evolución del movimiento ecologista y antinuclear en la siguiente década y el accidente de Harrisburg en el 79 la convirtieron en una temeridad.

Háblenos de la estructura formal de la novela.

Se intercalan pasajes de crónica autobiográfica e histórica con la ficción. Esta proviene de una alegoría que escribí hace unos años. En un primer momento pretendí escribir una novela muy pegada a la realidad, entrevistando a la viuda de Ryan y a otras personas que lo vivieron de cerca. Empecé por mis padres y me encontré con tal muralla de dolor que decidí cambiar de formato. Acabé escribiendo una ficción alegórica, en la que no se mencionaba a los personajes reales. Estaba basada en el diario del ingeniero Expósito, trasunto de Ryan. Pero la novela, titulada El hombre sin importancia, quedaba coja, le faltaban los hechos reales, quizás fuese demasiado pronto para una alegoría. Durante el confinamiento por la covid, decidí incorporar a esta ficción la crónica de los hechos históricos y mi propia crónica autobiográfica. Esta vez sí conseguí que mi madre se involucrara con sus recuerdos, mientras mi padre mantenía su silencio, su muralla de dolor. Creo que salió una estructura de novela original, en la que la ficción complementa a la realidad aportándole un plus de emociones.

¿Cómo se documentó?

Tenía mucha documentación emocional por lo cerca que viví los hechos y las conversaciones con mi padre a lo largo de los años, siendo él también ingeniero de Iberduero y compañero de Ryan. Por ejemplo, mi padre estuvo allí aquella noche, en el monte de Zaratamo donde lo mataron. Además he tirado de hemeroteca y de algunos libros interesantes. Mencionaría un par: La Controversia Nuclear, recopilación de los comunicados de la Comisión de Defensa de una Costa Vasca No Nuclear a lo largo de aquellos años, y Regresar a Sara, escrito por Alfonso Etxegarai, uno de los etarras que presuntamente estuvieron involucrados en el secuestro y asesinato de Ryan, de acuerdo con la Guardia Civil.

En la contraportada del libro dice “recuperar los recuerdos dolorosos de entonces, para que entre todos convirtamos a la memoria en guardiana de nuestro futuro”.

Esta es una reflexión crítica, probablemente la más importante, que fue emergiendo de la redacción de la novela. Comprendí que no había que tirar para delante cerrando los ojos a lo ocurrido, digamos, “en aras de la reconciliación”. Tenemos que recuperar estos relatos, y en especial transmitírselos a los jóvenes, para que algo así, la utilización de la violencia política, no vuelva a suceder. Y creo que los relatos han de ser bienvenidos, todos, pero con un elemento de autocrítica y de búsqueda de un ideal de ecuanimidad. En este caso realizo mi propio mea culpa, por no haberme involucrado más, en los años duros, en el rechazo de la violencia y en la defensa de aquellos que estaban en el punto de mira. Muchos vivíamos demasiado ajenos a las tragedias.

Rechazaban el uso de la violencia.

Rechazábamos el uso de la violencia, pero estábamos inmersos en una realidad a la que nos adaptábamos y que aceptábamos como un factor exógeno e inamovible. Tuvimos que reaccionar más fieramente, entender de forma más cabal lo que estaba ocurriendo. De ahí también las referencias en el libro a la conocida conceptualización de Hannah Arendt de la banalidad del mal. Tristemente, a todo nos acostumbramos. Hay que luchar contra ello, porque hemos visto que pilares como la democracia, la civilización o la paz son más frágiles de lo que pensamos.

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