CUENTO · 3/6 · ‘Señales’, por Alicia Noland
III.
«Con el calor las flores se corrompen antes de marchitarse y cambiando el agua a las flores estaba cuando les vi llegar a la iglesia y entonces, me escondí en el confesionario. No pude entender mucho porque ya se sabe que cuando más interés tienes, las palabras se adelgazan y se convierte en balbuceos ininteligibles. Me llegaban frases aisladas: una bola de fuego maullando enloquecida de dolor que había recorrido el pueblo, del que venían huidos, hasta asolarlo; una niña dentro de un moisés dejada a la corriente de un río, pero no hubo juncos que la orillasen, ni reinas salvadoras… Debieron de contarle cosas terribles sobre el niño porque mi hermano, el cura, anduvo desasosegado muchos días y murmuraba o deliraba, ¿Qué puedo hacer?, les prometí ayuda y sólo encuentro palabras vacías. ¡Dios, tu silencio es insufrible! Cerraba la iglesia con el gesto de quien encierra a un niño en un cuarto oscuro y salía a caminar y regresaba de madrugada extenuado. Mi hermano decía que Dios hacía mucho que se había cansado de los hombres y que nos había abandonado, pero que él guardaba el rebaño, por si decidía regresar. Mientras tanto, buscaba señales; algunos días llegaba ilusionado, con la sensación de que algo estaba a punto de serle revelado… Y me decía, Los troncos de las palmeras parecen obeliscos que contasen una y otra vez la misma historia obsesiva, eso quiere decir algo… pero ¿qué?, es como intentar descifrar un sueño: nunca vas a estar más cerca de entenderlo como antes de olvidarlo.»
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