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11ª SEMANA · Diario de un gato en el (des)confinamiento de su humano

 

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Tiramisu

Hogar, dulce hogar. Ya sé que os he tenido olvidados estas últimas dos semanas, pero es que he estado tan ocupado disfrutando de mi hábitat para mí sólo que no tenía ni tiempo.

tiramisu repanchingado

Aquí yo repanchingado.

Qué sensación de libertad es ver cómo mi humano sale por la puerta y tarda en regresar. Eso significa poder repanchingarme en el sofá sin que me moleste porque se quiera sentar él, poder tumbarme en mitad del suelo de la cocina para refrescarme sin miedo a que venga el torpe del bípedo a pisarme el rabo, acicalarme sin tener que repasar zonas ya pulidas porque sus sucias manos quieran acariciar mi suave pelaje, no tener ningún ruido que entorpezcan mis sueños, meterme en la bañera para refrescar mis zarpas tras haberse duchado antes de salir y así divertirme dejando las huellas de mis patas por toda la casa, subirme al mueble de la tele sin tener que oír esa palabra tan odiosa como es “no”…

Todo esto está muy bien, pero he de confesar que al principio, cuando empezó a hacer sus primeras salidas, desconfiaba. Me quedaba junto a la puerta esperando a que no tardara en regresar, con miedo a que fuera una trampa preparada por su perversa mente para que me pillara in fraganti dando rienda suelta a mi libertad. Pero al ver que cada vez eran más normales esas ausencias me fui relajando.

Aunque no os voy a engañar, en alguna ocasión me he tenido que poner a disimular por temor a que me sorprendiera, por ejemplo chupando el bizcocho de limón que había en la cocina o tumbándome sobre la ropa limpia y recién planchada a la que misteriosamente le aparecen pelos… Pero soy un gato, nunca me cazan en el lugar donde se ha cometido la fechoría. Y además, luego cuando regreso al lugar del crimen como lo hago con mi cara de sorprendido nunca saben que he sido yo. Bueno, la verdad es que sí que lo saben, ahí hay alguna laguna, si no ha sido mi humano he tenido que ser yo, no hay más opciones.

Os preguntaréis cómo hago para que no sepa qué estaba llevando a cabo segundos antes de que mi humano meta la llave en la cerradura. Es muy sencillo, en cuanto la oigo dejo lo que estaba haciendo y raudo acudo junto al umbral de la puerta. De esta forma, el muy ignorante  se cree que voy para darle la bienvenida cuando en realidad vengo de restregarme entre las toallas limpias.

Cómo deseaba esto, que todo fuera poco a poco a la normalidad… Y así pasa un día más contemplando la luna desde mi ventana. ¿Cómo? ¡Pero si ya es de noche! Y mi humano ya se está retrasando otra vez, ¡¿dónde está mi cena?!

¡Miau!

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