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8ª SEMANA · Diario de un gato en el confinamiento de su humano

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Tiramisu

Bueno, bueno, bueno, lo que escuché el otro día en Radio Gato… ¡Ya sé por qué los humanos están recluidos en nuestras casas! Resulta que hay una enfermedad muy contagiosa pululando por el ambiente, pero lo peor de todo es que se ha dado algún caso de que su bípedo ha contagiado al felino con el que convive. Y ahora me pregunto, ¿qué hago yo con mi humano?

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Aquí yo escuchando la radio…

Imagina que mi genética superior tiene un descuido, que por lo que sea un día mis defensas no están tan altas como acostumbran, me acerco a mi humano a que me dé mi premio diario por haberme portado bien y ¡zas! Me da una recompensa inesperada. Una que yo ni mucho menos he solicitado ni deseo.

Pero lo extraño no acaba ahí, es que además le veo saliendo de mi casa cubriéndose el hocico con una tela. Eso me recuerda a mis tiempos callejeros en los que me cruzaba con algún ser inferior (perro) que iba con la boca tapada para que no fuera mordiendo a diestro y siniestro. ¿Acaso esta enfermedad le va a convertir en un canino? ¿Los humanos se convierten en perros como los gusanos que se convierten en mariposas? Pues que lástima, metamorfosearse en un ser que está muy por debajo en la escala de mamíferos…

Yo puedo soportar convivir con un humano, pero con un perro ni de broma. Es que no quiero ni imaginármelo. De momento no ha dado ningún otro síntoma, no ha empezado a ladrar ni a olisquearse el culo como si le fuera la vida en ello, así que por ese lado estoy bastante tranquilo. Aún así no las tengo todas conmigo, eso de que me pueda contagiar algo no me deja dormir a pierna suelta, estoy siempre con un ojo medio abierto para que no se me acerque en exceso.

Mi “plan A” es serle esquivo, echar la siesta donde menos se lo espere, donde no crea que puedo esconderme como en el armario de los rollos de papel. Estos días también estoy evitando zonas comunes como son el sofá o la butaca, se las dejo a él por mucho que me pese dormir en mi caja todo encogido en vez de repanchingado y en un cojín mullido, no quiero coger nada que no se me haya perdido. Incluso hago de tripas corazón para no acudir raudo y veloz cada vez que me llena el comedero para no juntarme con mi humano en la cocina. Solo espero que esto no lo vea como un síntoma de que estoy enfermo y me lleve de excursión al médico.

Ay, amigos, y si todo esto no funciona tendré que pasar al “plan B”, abandonarlo a su suerte. Pero… ¿qué sería de él sin mí?

¡Miau!

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