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7ª SEMANA · Diario de un gato en el confinamiento de su humano

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Tiramisu

¿Pero qué hocicos está pasando ahora? Pues no va mi humano el otro día y se levantó de la cama mucho antes de que saliera el sol. Se puso unos ropajes llamativos y en sus patas inferiores un calzado de colores estridentes. Lo bueno es que la sorpresa no acabó ahí, la sorpresa fue que ¡salió de mi casa! Se marchó, se fue al exterior, cerró la puerta por fuera…

tiramisu cajón

Tiramisu.

Diario de un gato en el confinamiento de su humanoYo estaba que no cabía en mí. No me lo podía creer tras haber visto ponerse el sol 49 veces con mi humano encerrado, por fin me dejaba solo, a mis anchas, otra vez sería la casa sin ley, ahora todo volvería a ser como antes. Mi humano fuera haciendo vete tú a saber qué y sólo volvería a casa para llenarme el cuenco de comida y limpiarme el arenero. La verdad que no necesito más.

¿Y os preguntaréis? ¿Qué hiciste? Pues cambie la postura en la butaca y seguí durmiendo. ¿No os he dicho que todavía no había salido el sol? ¿Qué iba a hacer? ¿Ponerme a bailar claqué? ¡¡Qué no son horas!! Ahhhhh…

La verdad que mi gozo en una ratonera, mi humano ha vuelto más pronto de lo que esperaba. Al final no me ha dado tiempo a hacer nada, ni tan siquiera he podido dormir tranquilo seis horas más aprovechando que ya no escuchaba sus ronquidos. Con todos los planes que tenía para cuando tuviera tiempo para mi solo…

Frustrado por haber desaprovechado mi oportunidad de semilibertad me voy a mi cajón de pensar y comienzo a reflexionar sobre una carta que recibí el otro día por uno de mis lectores. Qué alegría me dio cuando leí que mis congéneres callejeros de Durango van a tener voluntarios que cuidarán de ellos, eso hará que su vida sea menos dura. Y sé bien de lo que hablo porque en un tiempo pasado fui uno de esos gatos que vagaba por las calles sin un techo sobre el que cobijarse.

Se viven buenos y malos momentos, como siempre en la vida, pero el momento que yo más recuerdo de mi etapa anterior fue aquella vez en la que perdí una mis 7 vidas. Era una noche como otra cualquiera, venía del riachuelo de pegar unos tragos con unos colegas y cuando fui a cruzar una carretera me choqué contra un armatoste de metal que iba en marcha. El golpe fue brusco, sufrí un desplazamiento de la mandíbula inferior, perdí mi colmillo superior izquierdo y el iris de mi ojo siniestro se quedó más grande que el otro. Pero si os parece que yo quedé hecho un cromo, teníais que haber visto cómo quedó aquel amasijo de hierros. ¡Ja!

La verdad que me llevé un buen susto, casi no lo cuento. Aunque ahora ese accidente me da un aire más canalla, me parezco al personaje de Michael Corleone protagonizado por Al Pacino en la primera entrega de El Padrino. Debido a este infortunio, unos voluntarios, como los que hay en Durango, me cogieron y me llevaron a un hospital en el que tuve una larga recuperación y después, en vez de volver a las calles tuve la suerte de llegar a un hogar en el que no me falta de nada.

¡Uy! Pero si ya se oyen a los humanos juntando sus zarpas como todos los días y yo entre tanta reflexión me he saltado la comida y la merienda, espero que sea acumulativo y no solo tenga la cena…

¡Miau!

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