VIAJAR CON VICENTE CARRASCO · Cuatro ratos de memoria en Cracovia
Vicente Carrasco ‘Bixen’
El 1 de septiembre de 1939 Alemania invade Polonia. El 9 de septiembre tiene lugar la primera matanza de polacos. Miembros de la comunidad de origen alemán que vivía en Polonia prepararon listas negras con lo que se consideraba la élite cultural: cualquiera con una educación superior al bachillerato, militares, funcionarios, sacerdotes, profesores, capataces, sindicalistas, presidentes u organizadores de clubs de todo tipo y un largo etcétera para ser asesinados.
Polonia era una nación condenada a desaparecer a medio plazo, destinada a ser fuente de mano de obra esclava en granjas y fábricas, sin líderes ni amos porque para eso ya estaba el alemán. En los exhaustivos planes que sobrevivieron a la quema del final de la guerra puede leerse en blanco sobre negro que para 1965, el pueblo polaco habría dejado de existir tras, o mejor dicho mediante, la esclavitud, el control riguroso de la natalidad y las malas condiciones de vida sostenidas en el tiempo. Pero antes de ese momento el plan se centraba en otro pueblo, el judío.
Antes de la agresión germano-soviética de 1939 había en la ciudad de Cracovia entre 60 y 80.000 judíos, una comunidad con raíces establecidas en la ciudad en el siglo XIII. Los ocupantes alemanes sitúan en Cracovia la capital del “Gobierno General”, la parte de Polonia que ni la URSS ni Alemania se anexionaron. Desde allí los burócratas nazis organizarían la mano de obra esclava (polaca y judía), sangrarían la tierra como granero de Alemania, y crearían un polígono industrial tras otro con mano de obra esclava y crearían un area segura donde repartir las eficientes fábricas de muerte donde millones de personas se convirtieron en humo. Los planes para Cracovia eran convertirla en una ciudad germana, para lo cual se inventaron una historia germana por los cuatro costados que irían implantando y comenzaron con los movimientos forzosos de población tanto polaca como judía.
Así, expulsan a los residentes del barrio judío y los confinan en un ghetto al sur del río Vístula, donde se “garantizan” (el veneno más poderoso se oculta en la precisión de los términos) 4 m2 de espacio por persona. En el ghetto acaban también los judíos de muchas poblaciones cercanas, de mayoría judía.
De camino a lo que fuera esta cárcel a cielo abierto está la Plaza de los Héroes del Ghetto. En ella hay 33 sillas alineadas, ocupando toda la plaza pero creando un espacio vacío inmenso, que no puede usarse para nada más. Cada silla representa mil personas que salieron desde esta plaza hacia Auschwitz (que está a solo 60km de allí), a Chelmno, a Belzec y prácticamente hacia todos los campos de exterminio dispuestos por los nazis. Este es uno de los muchos rincones de Cracovia que aparecen en “La lista de Schindler”. Lo que estoy contando aquí no es ningún secreto. En una esquina de la plaza hay una casita con los números 1941-1943 sobre la fachada y una placa diminuta que explica el porqué de las sillas. En esa plaza todavía hoy los tranvías a todos los rincones de Cracovia tienen una parada, así como muchos autobuses municipales y turísticos. De noche las sillas que componen el monumento miran a un neón que anuncia una agencia de viajes. Es la Plaza de los Héroes y no plaza de la Deportación porque el Ghetto de Cracovia fue uno de los que se sublevaron, uno de los pocos donde al menos algunos de sus habitantes pudieron elegir dónde morir y cuándo. En la placa se dice que esos héroes merecen algo más que tres líneas de texto en esa placa.
Se conservan dos fragmentos del muro que delimitaba el Ghetto, construido con una forma que recuerda las lápidas del cementerio judío.
Nada es por casualidad. El primer fragmento tiene detrás una de las casas de aquella época. El segundo fragmento es una reconstrucción financiada por una fundación judía que es hoy en día el muro del patio de una escuela. La placa que lo explica tiene un texto mucho más corto en polaco que en inglés, no sé si eso es revelador o es que yo soy muy mal pensado. Frente a la placa conmemorativa hay un parque de juegos con columpios y un tobogán. Como en todos los parques de juegos también parece ser un sitio bueno para ir a hacer botellón.
A un par de kilómetros de lo que fuera el Ghetto está el memorial del campo de trabajos forzados y lugar de martirio de decenas de miles de seres humanos de Plaszów. Originalmente eran terrenos comprados por la comunidad judía para crear un cementerio para los suyos. Los escombros que hay a la entrada del lugar son de un pabellón funerario colosal que los nazis demolieron aprovechando una fecha señalada del calendario religioso judío para mayor efecto desmoralizador de miles de prisioneros, mayoritariamente judíos polacos y húngaros.
Pero salvo por las placas explicativas que hay por aquí y por allá, allí no hay nada. Bosquetes y una campa gigantesca donde estuvieron los barracones, la Appelplatz (la explanada central donde se hacían los recuentos) y unos cuantos monumentos bastante pequeños. Quedan los restos del cementerio judío, del que los nazis destruyeron todas las tumbas salvo una: la de Chaim Jakob Abrahamer, fallecido en 1932, que sigue allí, rodeada de tumbas destruidas en una colina en la que salvo eso no hay nada más. Un panel explicativo relata que un alemán y un judío rebuscaron los dientes de oro que aparecían en las tumbas que profanaron.
Cuando en 1944 el Ejército Rojo estaba ya llamando a la puerta los verdugos nazis hicieron desenterrar a decenas de miles de sus víctimas apiladas en fosas comunes en el sitio de matanza que los polacos llaman la Colina del Cipote (por un juego de palabras que no podemos entender con el apellido del alemán que dirigía muy aplicadamente las ejecuciones) para ser quemadas en gigantescas piras y esparcidas sus cenizas con la intención de borrar sus crímenes en lo posible. Los testigos hablaron de diecisiete camiones llenos de cenizas. Y en cierto modo funcionó.
El monumento más grande es a las víctimas del fascismo, sin entrar en detalles. Hay una cruz y una virgen para recordar el lugar donde los polacos eran llevados para ser fusilados y enterrados (justo en ese sitio de nombre tan poco piadoso). Hay un monumento con los nombres de los diez primeros polacos (es decir, no judíos) fusilados allí aquél fatídico 9 de septiembre. Hay un monumento con los nombres de un grupo de oficiales de la policía polaca fusilados allí. Hay unos cuantos monumentos dedicados a las víctimas judías (que no han sido construidos por instituciones polacas) y solo en estos y en sus paneles explicativos encontré restos de carteles y pegatinas que protestan (en polaco y en inglés) contra la construcción de un museo de la Memoria en Plaszów porque resulta que esa zona es una reserva natural. Memoria sí, pero en su justa medida, supongo.
Al acabar la guerra los polacos de origen alemán son expulsados en condiciones horrendas y con gran mortalidad de toda Europa del Este, incluyendo Polonia. El país pasa a ser casi totalmente homogéneo, solo polaco, puesto que las minorías han sido expulsadas o exterminadas.
Polonia perdió la quinta parte de su población durante la guerra, que solo duró como tal unos pocos meses en su territorio. Lo que hubo allí una vez que se acabaron los combates fueron largos años de barbarie y matanza planificada.
Hay un museo dedicado al Armia Krajowa (el ejército clandestino polaco que luchó contra los ocupantes alemanes para ser posteriormente masacrado y perseguido por los soviéticos y el gobierno polaco de
postguerra) que no pude visitar por falta de tiempo. Hay muchas señales que ayudan a encontrar la fábrica de Oskar Schindler. Hay viajes de un día a Auschwitz en todos los turoperadores de la ciudad. En un restaurante caro de la ciudad se rompió una copa y desde una mesa con 30 personas, todas con acento norteamericano, una mujer gritó Mazel tov! y toda la mesa rió y nadie más lo entendió. Los judíos viajan a Cracovia a conocer la ciudad de sus antepasados y su triste historia. A ver el lugar que fue y ya no es. Pero salvo que uno sepa a dónde está mirando es posible que no vea nada más que cuatro muros con placas en tres idiomas y dos alfabetos, unas sillas grandes e inútiles en una plaza y un campo de trabajo esclavo que no existe, una campa gigantesca con unos cuantos paneles en polaco e inglés que cuentan historias muy tristes.
No es que no se tenga en cuenta lo que pasó a los judíos en Cracovia, pero está clara la influencia del hecho de que en 1939 hubiera varios millones de judíos viviendo en Polonia y ahora mismo no lleguen a 10,000.
La salida fácil es echar la culpa a los polacos y el antisemitismo que muchos profesaban y no nos engañemos, todavía es relativamente frecuente. He visitado por trabajo la zona, he tenido reuniones con ingenieros, con increíbles dibujantes, animadores 2D y 3D, con personas muy inteligentes, amables, simpáticas y muy capaces. En una habitación llena de gente brillante miré en derredor y me di cuenta de estar en presencia de un milagro. Algunos de los asesinos de masas más eficaces de la historia tenían un plan que incluía convertir a ese pueblo en mulos de carga destinados a la desaparición a medio plazo y tuve la suerte de tener frente a mi la prueba viva de su fracaso. Y me alegro.
Solo me apena que el milagro no fuera completo.
A todo se le pueden poner pegas. Incluso a lo que no hemos visto. Pero entre lo que yo he visto le puedo poner pegas a las políticas de memoria de Alemania porque no van a terminar nunca de pagar por aquello y bien que lo saben. De las de Austria hay mucho que hablar. De las de Eslovaquia. De las de Chequia. Y de las de Polonia está claro que también. Pero entonces me acuerdo de las de España y se me pasa todo.
Un abrazo fraternal y mi admiración y cariño a todos los amigos que tengo que se dejan la piel trabajando en al recuperación de la Memoria Histórica.
Salud y Memoria.
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