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‘La incógnita’, por Jesus Mari Arruabarrena

Jesus Mari Arruabarrena

¿A quién se le ocurre revolver en los escombros? A una persona normal no, desde luego. Se nota a la legua que ese sujeto no es un vecino del inmueble derruido, ni un artista que crea con objetos de desecho, y menos aun un indigente que busca alimentos u objetos para vender en el rastro. Ese señor pertenece a otra categoría. Está más interesado en observar que en apropiarse de lo que encuentra entre cascotes y vigas de madera. Se fija en cosas insignificantes a los ojos de cualquier chamarilero, y toma notas cada cierto tiempo.

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PHOTO · Arruabarrena Photography

Después de sabuesear entre escombros entra en un oscuro taller de reparación de automóviles y aborda a un hombre con buzo que sale por debajo de un coche. Éste escucha con atención, mientras se frota las manos con una madeja de esparto. El interrogatorio termina cuando el mecánico levanta los hombros, dando a entender que no sabe nada.

El agente no tiene un trabajo fácil, aunque pensara lo contrario al ingresar en la academia en plena crisis industrial, poco después de la Batalla de Euskalduna. Alertado quizá por el fracaso de aquella lucha obrera que veía a diario en el puente de Deusto, de camino al instituto con la carpeta bajo el brazo. La cuestión es que los trabajadores luchaban para evitar el cierre del astillero con tiragomas, cócteles molotov, cohetes caseros y demás artillería, pero su lucha feroz y desesperada no sirvió de nada. El astillero cerró la persiana.

Luis Ángel Peña Garaigordobil ingresó en la Policía Autónoma Vasca después de aquella época de altercados. Trataba de justificar su decisión con una frase exculpatoria que repitió miles de veces: “A mis años, y estando las cosas como están, hay que agarrarse a algo”. En el instituto era zoquete en los estudios, y con los años se aficionó al trago largo. Se emparejó con María Dolores Bravo Gurtubay, tertuliana de peluquería y consumidora compulsiva de ropa de moda. Desde el cese definitivo de la actividad armada de ETA, la mayor angustia de Luis Ángel se la provoca el ácido úrico. Viste jersey de cuello pico, y nunca se separa de su mariconera. Elige destinos vacacionales civilizados como Benidorm o Salou. Hace gala de un carácter metódico, aunque su mujer se queja por convivir con un maniático. Ama el orden, tanto el doméstico como el social.

Luis Ángel Peña ha repasado concienzudamente en el croquis todas las plantas de lo que fue la vivienda y ha borrado los nombres de todos los propietarios e inquilinos que están fuera de sospecha, salvo dos: el de Cándido Caparro y el de Federico Krutwig.

La honradez de Candido y la de su esposa, vecinos del 4º A, está fuera de toda duda; no así la de su hijo Miguelín, ex-heroinómano. El hijo del matrimonio Caparro empezó a saltar sin paracaídas en los desenfrenados años 80, cuando los soportales de La Naja se parecían al pabellón gigante de un hospital, repleto de colchones ocupados por toxicómanos. Cuando el caballo coceaba la vena, aquel barracón inmundo se convertía en el Pórtico de la Gloria. Bilbao estaba lleno de yonkys, que por cierto no se esmeraban demasiado en ocultar su adicción, ni en drogarse discretamente.

Miguelín ha sobrevivido milagrosamente, y lleva años en un programa de desintoxicación a base de metadona. Él es una víctima más de aquella década conflictiva.

Si bien su curriculum vitae hace saltar la alarma, Luis Ángel Peña se ha dado cuenta nada más conocerlo, que Miguelín es un pelele, incapaz de cometer ninguna fechoría que exija dos dedos de frente y un poco de serenidad. Por lo tanto, queda un único nombre por tachar en la lista de sospechosos.

Luis Ángel Peña escucha lo que relata el dueño del bar Izkiña.

“¿Que si conocía a Federico? Comía aquí cada dos por tres. Mínimo dos veces por semana. ¿Qué quieres que te diga? Aquel con sus cosas y nosotros a lo nuestro. ¡Punto! Comía, pagaba y se iba. Y nosotros tan contentos.  ¿Qué quieres saber? ¿Si venía con gente? Si, a veces venía con gente. Otras veces no. Así es la vida. ¡Ahora voy! -el propietario del Izkiña lanzó un alarido a la cocina-. ¿No ves que estoy hablando con este señor? Dile al chaval que te eche una mano, ¡cojones! Ahora voy -Tras posar la mirada otra vez en el agente, continuó-. Y eso. Tenía buen carácter y era educado como pocos. Con sus amigos hablaba mucho, pero con  nosotros no tanto, porque ya ves cómo andamos. Esta gente que está todo el día entre libros anda con mil cosas en la cabeza y luego solo tiene una boca… Se atascaba, como la fregadera. Tenía tantos pensamientos, que luego decía las cosas a medias. Pero parecía buen hombre. Aquí nunca dejó nada sin pagar. Yo más no te puedo contar”.

La siguiente conversación tiene lugar en uno de los despachos de la Real Academia de la Lengua Vasca. Luis Ángel Peña interroga a un representante de dicha institución.

“Federico fue un lingüista excepcional. Erudito. Pensador sin ataduras. Uno de los grandes nombres de la cultura vasca de la segunda mitad del SXX.

Quizá le sorprendan sus apellidos: Krutwig y Sagredo, alemán el primero e italiano el segundo. Sus padres procedían de ambos países y, aquí en Getxo, en un entorno distinguido, constituyeron una familia burguesa, que, a diferencia de otras, tenía inquietudes y un bagaje cultural elevado.

Si le nombro todos los idiomas que Federico dominaba, puede acabar bostezando antes de que termine la larga lista. Él consideraba que manejaba 10 lenguas fluidamente. Además de las más importantes (inglés, francés, alemán, etc), llegó a conocer otras más exóticas, como el chino o el afgano.

De esa relación de lenguas había dos que le tenían prendado: el euskara, claro está (fue miembro de esta academia. Con eso le digo todo), y el griego clásico. La pasión por el griego puede resultarle chocante. A su juicio, toda persona culta debía conocer esa lengua; según él, era una condición indispensable para llegar a ser europeo y universal”.

Luis Ángel Peña hace un inciso en el monólogo del representante de la academia, para preguntarle por Jakintza Baitha, asociación cultural que Krutwig creó en Bilbao en 1985 para promover la lengua y la cultura griega.

Aunque el académico expone la filosofía de Federico y aporta datos generales sobre su persona, la información no satisface a Luis Ángel Peña. Él quiere saber más, quiere conocer el grado de transparencia de la asociación y, sobre todo, su método de financiación y las eventuales irregularidades contables. El académico no conoce ese tipo de detalles, pero trata de convencer al policía de la honestidad de la asociación.

Viendo que el interrogado no aporta nada consistente, e intuyendo que la conversación no va a ofrecer más frutos, Luis Ángel Peña recoge su gabardina y promete una nueva visita.

“La próxima vez le agradecería que fuese menos opaco. -Advirtió el académico, visiblemente molesto-. Si lo que le preocupa es saber si Federico estaba cegado por el dinero, que es lo que supongo que sospecha, le aclararé un par de cosas. Federico pasó muchos años en el destierro y cuando volvió aquí, ya era un señor de edad avanzada, que apenas había cotizado. Con lo cual, durante los últimos años de su vida sufrió estrecheces económicas, y esta academia le concedió una pequeña aportación económica. Eso es cierto. Pero no es menos cierto que, tanto la academia como la Asociación de Escritores Vascos, querían dignificar aún más sus condiciones de vida, poniendo a su disposición, por ejemplo, una asistenta para el servicio doméstico. Propuesta que “don” Federico, que era todo un señor, rechazó en más de una ocasión. ¿Usted cree que una persona que tiene esa talla moral puede ser un delincuente económico? ¿Que va a enfangarse en cualquier negocio sucio? Piénselo dos veces”.

Una idea brota como una chispa incandescente en la cabeza de Luis Ángel Peña entre los miles de pensamientos absurdos e inconexos que se suceden a lo largo de una eterna noche de insomnio. “El vinagres de la Academia de la Lengua ha mencionado la palabra “destierro”. No se destierra a alguien así por así. Debió pasar algo gordo, pero ¿cuál sería el motivo para que ahuecara el ala?”

Por la mañana, con el cuerpo molido y la mente fatigada, no ha necesitado recurrir a fuentes de información privilegiadas para saber que Federico Krutwig fue ideólogo y militante de ETA.

Según el criterio de Krutwig, el uso de las armas era necesario para combatir la dictadura de Franco. Además de opinar y escribir sobre tácticas y estrategias armadas, compró armamento en Checoslovaquia y, al parecer, también puso en contacto a los miembros de ETA con los del IRA. Toda esa actividad clandestina obligó a Krutwig a salir de España y a permanecer veintiséis años fuera del país. Durante ese largo exilio residió en París, Alemania, Biarritz, Bélgica y Argelia.

Luis Ángel Peña sigue soñando con los ojos como platos. “¡Madre mía! Y si tirando de la manta, descubro algún asunto goloso sobre ETA. No sé… Que algunos empresarios han colaborado con la organización, que algunos de los líderes intocables de la banda han sido agentes infiltrados, o algún chanchullo relacionado con el impuesto revolucionario. ¡Quién sabe!”

Después de la cena, María Dolores reclama la presencia de su marido en el salón, con un aire resignado y amenazante al mismo tiempo.

  • Ángel (lo llama así cuando las cosas se ponen feas, y “Lu” cuando está cariñosa), te pasas todo el día con tus cosas. Ya no te sientas a mi lado.

  • Ahora voy, Cari. -Responde Luis Ángel Peña, prometiendo algo que no va a cumplir y concediéndose una prorroga indefinida.

Con los años, el silencio cómplice del amor incondicional (el que sin palabras da cuenta de la armonía y el entendimiento perfecto), había dado paso a un silencio confortable (a una situación ambigua que permitía que cada cual estuviera a lo suyo), pero la ausencia de la palabra ha acabado por convertirse en un mutismo irritante.

Mientras María Dolores mata el tiempo con un programa del corazón, el agente Luis Ángel Peña Garaigordobil sigue en el pequeño despacho de su casa, enfrascado en el caso que le está comiendo el seso, revolviendo papeles y especulando sobre las infinitas posibilidades que se le pasan por la cabeza.

En la sede de la Televisión Pública Vasca (ETB), el agente Luis Ángel Peña visiona un vídeo en el que el periodista David Barbero entrevista a Federico Krutwig. En la careta del programa aparecen las letras F-O-R-U-M con infinidad de tipografías que se mueven al ritmo de una música enérgica. Y a lo largo de la entrevista las dos personas que aparecen en pantalla charlan sobre temas muy variados (del mítico libro Vasconia, de la unificación del euskara, de filosofía, de la actividad cultural, etc.). No obstante, al agente Luis Ángel Peña le llama la atención un comentario que realiza F.K. al referirse a la Sofópolis que pretende crear. Se trata de un proyecto educativo que ofrecería estudios generalistas en griego clásico, una universidad paneuropea.

Ese insólito comentario hace que Luis Ángel Peña pulse el botón de STOP del magnetoscopio y vuelva a oír el citado fragmento del programa. “Empezamos en Madrid a través de una orden masónica -dice F.K.-. Y estos masones se han preocupado y parece que han logrado reunir los muchos millones de dólares que se necesitan para hacer ese proyecto”. “¿Masones?, ¿muchos millones de dólares?”, se pregunta a sí mismo Luis Ángel Peña. En ese momento multiplica sus sentidos, cambia su postura relajada por otra mucho más activa y se dispone a absorber obsesivamente el contenido del resto del programa. Hacia el final del mismo, cuando el periodista le pregunta por sus planes de futuro, F.K. vuelve a hablar de nuevo de la Sofópolis.

“Como he dicho, -expone F.K.- había presentado ese plan de la Sophopolis que tiene el apoyo de los 15 ministros europeos de educación. Parece que en América han hecho caso, gente entorno a grupos masónicos. Y parece ser que va a llegar el dinero, muchos millones (de dólares). Digo “parece”, porque las cosas… (no finaliza la frase). Si eso sale bien, primeramente me iría a Madrid y luego me iría a vivir a Grecia”. “¡Tócate los pies!”, jura el agente, eufórico, ante la punta de lo que considera un iceberg.

A estas alturas del relato me voy a permitir una licencia narrativa: inventar una conversación telefónica entre Luis Ángel Peña y Alberto Ustárroz, autor junto con Manuel Iñiguez del Proyecto arquitectónico para una Sophopolis en Kea.

  • La Sophopolis que hemos proyectado -prosigue Ustárroz, en esta conversación ficticia- albergará a unas mil personas, entre estudiantes, profesores y personal de servicio. El complejo educativo constará de la acrópolis educativa, una zona residencial y un hotel para familiares y visitantes.

  • Entiendo, entiendo. -el agente frena al entusiasta emprendedor-. Todo eso está muy bien, pero ¿quién financia el proyecto?

  • El Gobierno Griego nos ha donado unos terrenos magníficos que miran al mar en la isla de Kea, una de las Cicladas.

  • ¿Y de dónde sale el resto del dinero?

  • Creo que no debería ver fantasmas donde no los hay. Le remito a la página web www.krutwig.org. Ahí está expuesto el proyecto con todo lujo de detalles, e incluso puede leer toda la filosofía que lo sustenta. Acabará por convencerse de la buena voluntad que nos mueve.

La conversación podría seguir por esos derroteros, como una partida de pimpón en la que uno de los jugadores quiere jugar relajadamente, mientras el otro golpea la pelota con fuerza y malicia, intentando encajar agresivas voleas y reveses violentos.

Luis Ángel Peña lleva años desmotivado, aburrido con los casos que le empaquetan sus superiores.  Está harto de seguir la pista a cazadores furtivos, a cacos de medio pelo y a empresarios que explotan a inmigrantes ilegales. Esos trabajos no exigen ningún reto y carecen de emociones. La mayoría de esos problemas tienen muy pocas incógnitas que despejar, y una vez hallada la solución, dejan a los infractores en manos de la justicia. En su opinión, lamentablemente, las sanciones no suelen ser más que un estirón de orejas. Sin embargo, en el caso que tiene entre manos ahora entrevé otras claves y una relevancia mucho mayor. Nada que ver con descubrir si un incendio ha sido fortuito o provocado, o con incautar una remesa de bolsos falsificados en un bazar chino. Nada que ver con eso.

Se le ha pasado por la cabeza la reconfortante idea de que quizá en la época en la que decidió su futuro no había sido un zángano y que su vocación investigadora viene de muy atrás, de sus primeros años de colegio. Ya entonces se cuestionaba la existencia de los chinitos de África y el sentido de las colectas de sellos que las monjas realizaban para aquellos seres hambrientos.

Ante la envergadura que está cogiendo el caso F.K., se le están poniendo los dientes largos. Se le está reavivando el gusto por descubrir la porquería escondida bajo la alfombra. Luis Ángel Peña está sintiendo una metamorfosis. Ha empezado a parecerse a un perro que de un día para otro ha desarrollado el olfato y anda feliz de aquí para allá olisqueando sin descanso. Es como una especie de vitalidad, de desenfreno, que se traduce en la ilusión por levantar con urgencia una pieza o encontrar una trufa enterrada. Eso le lleva a vislumbrar nuevas expectativas laborales e intuir un ascenso (paralelamente,  Ángel se está comiendo a Lu). No solo eso. Dado que soñar está al alcance de cualquiera, Luis Ángel Peña se ha visto en un futuro próximo desarticulando redes islamistas y celebrando la victoria del bien ante decenas de micrófonos, al más puro estilo americano. Soñar es placentero. No lo vamos a negar.

Su método de trabajo se sustenta en dos grandes pilares. Holgazanear en los cafés y observar al paisanaje, le ayuda a exprimir su imaginación. De modo que, con una sola consumición, es capaz de partir desde el argumento más sensato y terminar en un delirio tan absurdo que avergüenza compartirlo. Ante esa taza o esa copa, razona como un visionario y patina como un merluzo descerebrado. Y todo, todo lo que se le ocurre, lo apunta en una pequeña libreta de anillas.

“¿Tendrá algo que ver”, cavila Luis Ángel Peña en un mostrador , “el maletín lleno de billetes encontrado bajo los escombros con el dineral que menciona F.K.?” “Tengo la certeza de que él no se apoderó del dinero. (…) (Para no despistar al lector, obviaré de esta enumeración las ideas más descabelladas, representando ese vacío con puntos suspensivos). Después de revisar las cuentas de Euskaltzaindia, queda claro que la academia tampoco se embolsó la guita. (…) ¿Podría haber llegado a manos de la organización terrorista ETA? (…) ¿Habría ido a parar a alguna logia masónica? (…)”.

El otro gran pilar de su método de trabajo consiste en pasear por la orilla de la Ría para ordenar sus ideas. El sonido del tráfico incesante y la contemplación de espacios industriales en ruinas, le ayudan a ensimismarse y a conectar unos pensamientos con otros, a descartar sandeces, a atar cabos y a encontrar respuestas.

“¿Sería disparatado pensar que esa ingente cantidad de dólares se hubiera desviado y hubiera servido para revitalizar Bilbao? (…) ¿Y si la cantidad de dinero hubiera sido mucho menor de lo que F.K. supuso? (…) ¿Y si la han empleado para construir el nuevo estadio del Atleti…? ¡Menudo bombazo! Puestos a especular, hasta se puede dudar de su existencia. A lo mejor nunca hubo tal dinero. Da igual. El caso promete”.

Luis Ángel Peña, encaramado a los cincuenta y tantos, presiente que éste es su último sueño. De no  conseguir alcanzarlo, las cosas acabarán mal, muy mal.

Una mañana, despertó en una cama de hospital. O eso creyó. La primera pregunta que se hizo fue respecto a su inmovilidad. Luego vinieron muchas más: ¿Habría sufrido un accidente? ¿Alguien se habría vengado, dándole una paliza? ¿Algún grupo disidente de ETA pretendía ponerlo a raya? ¿El propietario de la supuesta fortuna querría quitarlo de en medio? Sea lo que fuere, se encontraba en una situación delicada. Necesitaba serenarse y para ello recurrió a la respiración consciente (inspirar y espirar muy lentamente) y a recordar todos los datos sobre su persona. “Soy Luis Ángel Peña Garaigordobil, nací el 15 de enero de 1961 en Amurrio (Álava).”

¿Estaba delirando a causa del estrés? ¿O toda aquella angustiosa situación no era más que una pesadilla? Luis Ángel Peña procuraba asirse al mundo real, a lo constatable, a lo tangible, pero por momentos perdía el control y volvía a sumergirse en su obsesión, en el caso F.K., en sus pensamientos caóticos. “¿Habré perdido la cabeza? (…) Vivo en la calle Lehendakari Agirre, número 31, 2º derecha, A”.

Aunque tenía la boca pastosa, no recordaba haber bebido más de la cuenta. No descartó la posibilidad de que alguien le hubiera tirado alguna droga a su bebida. Burundanga, Ketamina o cualquier otra bomba. La fuerza centrífuga de su mente provocaba nuevos desvaríos. Sintió sofocos, y escalofríos. Llegó a dudar incluso si era agente de la policía autónoma. Dudó hasta de la existencia del tal Krutwig.

Por ello, esperaba ansioso la visita de su mujer, María Dolores Bravo. Esa podía ser una certeza que aclararía muchas de sus dudas.

Por un momento pensó que podía estar agonizando. A las puertas de la muerte, quiso resistir y apostar por la vida. Quería reflexionar sobre los errores cometidos, pero le faltaba tiempo, oxigeno y energía. No era el momento de confesarse. Prefirió dar unas impetuosas brazadas y atrapar el salvavidas que tenía ante sus ojos. “Soy Luis Angel Peña, hombre de bien, superviviente… ¡Qué más da! ¡Soy Luis Ángel Peña y quiero vivir! ¿Dónde estás, Dolores?”

Viendo que seguía solo, comenzó a dar gritos como un energúmeno. Casi de inmediato vio que alguien o algo se movía frente a él.

“Qué me pasa, doctor?”, preguntó a aquella silueta extremadamente difuminada, suponiendo que estaba en un hospital y que aquel borrón en movimiento podía ser un facultativo.

“Ha sufrido un percance”, respondió ambiguamente la silueta trepidada. “Ha sido un contratiempo”.

Aquella silueta se acercó. De repente, adoptó el aspecto de una bola giratoria llena de minúsculos espejos que escupían imágenes grotescas. No veía botellas de suero, tubos ni mascarillas de oxígeno, pero escucho una voz que decía: “Necesita un sedante”. Aquellas fueron las últimas palabras que escuchó. Acto seguido, la imagen difusa fundió a negro.

Todas las fabulosas fotografías de este tema de Arruabarrena en:

https://arruaba5.wixsite.com/arruabarrena/copia-de-huerfanos

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