‘Las manos’, por Alicia Noland
Alicia Noland
Él era moreno y alto, y yo morena, bajita. Para conocernos, nos citamos en una capilla.
Yo estaba de espaldas cuando vi mi reflejo en sus ojos teñido, a la luz de las velas, de naranja gastado. Pero… ¿Cómo? Pues fue así, y giré la cabeza para verle, y lo reconocí, y su sonrisa también decía reconocerme. ¿De dónde? ¿De un sueño? No lo sé, pero fue así. Y en ese así, en ese asombro que no cesa, caminamos juntos tan bien, tan acompasados, y caminamos, y caminamos… ¿Por dónde?¿En este planeta? Se había borrado el alrededor. Y el tiempo, como roto.
Las palabras me desmenuzaba distintas con su acento. ¿De extranjero? No. De desterrado, decía. Éramos seres solos, y ajenos al mundo y su tráfago, y a su inercia, y a sus sinsentidos. Siempre seremos solos, me decía, y cuando nos dejemos, seremos más solos que nunca. Pero sus ojos sonreían cuando me miraba, y yo pensaba que eso, dejarnos, no podía ser…¿Cómo podía ser? ¿No era nuestro caminar juntos tan bien, tan acompasado, el de los destinados?
Le gustaban mis manos. Esas manos…, decía, y mis manos cobraban vida.¿Era ilusionista? No lo sé… Tantas cosas me dijo que era, tantas cosas le dije que era para mí… Esas manos…, me decía… Y mis manos nunca tan vivas, tan despiertas, y como alas, me llevaban de un libro a otro de su consejo, y mis manos con sus dedos acariciaban las cubiertas, y los títulos y las frases que traían su voz guardada.
Anotaba nuestra citas minucioso en su agenda, y yo miraba sus manos, elegantes, hipnóticas, esas manos, sus manos, que tanto de mí parecían saber, hasta lo que yo desconocía. Y lo esperaba sentada, en silencio, paciente con mis manos inquietas, y luego, sentados, él decía, esas manos…, y mis manos, esas manos, ya tranquilas, seguras, como de algo que fuese suyo, acariciaban su frente, sus manos y sus dedos, y buscaban, bajo la camisa, en su espalda, una contractura, una herida antigua como una madeja con nudos, y mis manos, esas manos, iban con una sabiduría que yo desconocía, desanudando uno a uno, uno a uno, los nudos. Y en ese ya rito de desnudos, yo le llamaba como si estuviese lejos, y estaba allí, tan de mí cerca, tan de mí parte, le llamaba como si se se alejase, y entonces, yo le contaba cuentos. Qué no hubiese inventado, qué no inventé… Creía que mis palabras me vestían de algo precioso, con un tocado encantado, como una guirnalda de luciérnagas, algo que se quisiera tener, que se viese desde lejos… Y él parecía escucharme tan atento… pero la risa de sus ojos iba, venía, se iba… Y yo buscaba más palabras, luciérnagas más brillantes, para vestir mi tocado encantado, que se viese desde más lejos, y mis manos, esas manos, en su sabida tarea: desnudaban la madeja herida de nudos, uno a uno, uno a uno, bajo la camisa, en su espalda. Borrado el alrededor. Y el tiempo como roto.
Su herida fue sanando, y él se fue, tan despacio, tan en silencio, como el que no quiere despertar a un dormido. Y sí, mis manos dormían, y yo miraba esas manos, como de muñeca, desanimadas sin el hilo de su voz, y me decía, Pero no puede ser, pero si teníamos el raro caminar acompasado de los destinados, pero no puede ser. Pero así fue.
Y el tiempo a su pasar, que ahora parecía casi enloquecido. Y enloquecida también Yo, caminaba desentendido el alrededor, repitiendo una y otra vez, como un conjuro, pero no puede ser, pero no puede ser, y para que no fuese, buscaba más palabras, luciérnagas más brillantes para mi tocado encantado, tan brillantes que hasta desde el olvido pudiesen verse, como un faro señalando un camino de vuelta, que no fue.
Nos encontramos un día, me miró sin la risa en sus ojos, como a una extraña, tan desconocido, y solo acerté a decir, Pero si nosotros, pero si yo, pero si tú, pero si éramos, pero si somos, Sí, me dijo, yo soy alto y moreno, y tú, morena, bajita. No sé qué quiso decir. Pero qué desencanto.
Y el desencanto tiene pocas vueltas, pero qué cansado, y qué largo, de tan triste, se hace el camino de vuelta. Las polillas del olvido deshicieron mi tocado encantado haciendo polvo de olvido, pero les costó, les costó, las oía con voz de carcoma decir: Tantos cuentos como días, tantos días como nudos.