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‘Cuentos de Tokio, y madres’, por Estela Rey

Estela Rey copia

POR Estela Rey

Hace más de quince años ya, cuando vivía por primera vez a miles de kilómetros de casa, sucumbía en muchas ocasiones al placer del séptimo arte gracias a la gran colección de películas que atesoraba la biblioteca pública, y la generosidad de una amiga al prestarme un televisor con reproductor de VHS. Vivir lejos ya durante casi tres años hacía, a menudo, vivir con una sensibilidad mayor cuanto acontecía en casa, en mi pueblo, especialmente cuando la historia que acercaba a la habitación hurgaba implacablemente en mi interior. Así ocurrió con Cuentos de Tokio (1953) de Jasujiro Ozu.

madre

 

Una pareja de ancianos – los llamaré Madre y Padre – decidió abandonar Onomichi en un largo trayecto en tren para reencontrarse con sus hijos en Tokio. El calor húmedo pesaba tanto que los abanicos se movían lenta y silenciosamente de lado a lado pareciendo detener las horas. Llevaban años sin verlos, sin conocer su vida en la gran ciudad, y ése sería posiblemente el último viaje de su vida. La Segunda Guerra Mundial había traído consigo la emigración de sus hijos a la urbe y la trágica pérdida de uno de ellos, al que daban por muerto tras ocho años sin noticias de él.

Durante su estancia en Tokio, parecía como si el espectador estuviera presente a unos pocos metros del tatami donde transcurría pausadamente el tiempo, y se apreciaba de manera sencilla a la par que devastadora la brecha generacional, la incomodidad de los hijos al ver como sus rutinas se veían agitadas durante esta visita. Se preocupaban por cuánto tiempo iban a quedarse, o quién los llevaría de excursión mientras se ocupaban de sus trabajos. No tenían tiempo para ellos, para disfrutar de su cercanía física. Convinieron en llevarlos a una balneario al considerar que allí estarían mejor atendidos. No eran esas comodidades lo que los abuelos anhelaban tras dejar atrás su vida arraigada a la tradición, sino el sentir el calor de su familia, recuperar el tiempo perdido, el diálogo, las grietas insalvables del corazón.

En el horizonte, Madre acompañaba a su nieto mientras jugaba absorto y le preguntaba sin obtener respuesta: «¿Qué quieres ser de mayor? ¿Quieres ser médico como tu padre? De serlo, me pregunto dónde estaré yo…» El rostro de la mujer lo decía todo. La melancolía de la vejez, la incertidumbre de lo inevitable se apoderó en ese instante de ella y de su mirada. Noriko, su nuera viuda, fue la única persona que los recibió con la honestidad y la cercanía que buscaban en sus propios hijos.

tokio

 

Llegó el día de regresar a casa, donde la salud de Madre empeoró estrepitosamente. Llamados a acudir a Onomichi porque Madre moría, los hijos y Noriko llegaron a pocas horas de su muerte. Yacía en paz sobre el tatami rodeada de todos sus hijos. El silencio era elocuente; la conciencia gritaba muda. «No he sido un buen hijo. No he llegado a tiempo para decirle cuánto la quería», lamentaba uno de ellos. «¿Podemos coger el expreso de esta noche?¿Puedo llevarme el kimono de verano de mamá?», osaba a decir una de las hijas. En cuestión de horas, Padre debía aceptar con dignidad un futuro solo, entregado al cuidado de sus plantas y a la contemplación del mar y las embarcaciones que asomaban al otro lado de los tejados. Debía continuar la vida, no sin antes reconocer a su nuera el amor que les había profesado pese a no ser de su sangre. Sacó de una cajita un reloj que pertenecía a Madre y que había llevado puesto desde que era tan joven como ella. La dulzura que Noriko les había regalado durante aquellos días se vio premiada por siempre.

Aquel había sido, fruto del presentimiento quizá, el último viaje. El de una madre reencontrándose con sus hijos para verlos felices y orgullosos de la vida que habían construído lejos de casa. ¿Y si pudiéramos disfrutar de cada momento como si fuera el último? ¿Y si lográramos leer y articular los sentimientos de manera transparente? ¿Valorar lo que tenemos sin esperar a que nos falte? Hoy cuenta. Hoy es lo que tenemos. Hoy es cuando tanto es posible con tan poco.

Para las Madres. Las que se fueron. Las que siguen estando. Las que quisieron y no pudieron. Las que perdieron. Las que lo fueron sin serlo. Para todas ellas.

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