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Una ermuarra nos narra su participación en la caravana migrante que huye de Honduras a Estados Unidos

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POR Maitane Egido Barrero

· Maitane Egido Barrero (Ermua, 1996)

Desde el horizonte, nos saludaban dos aves fugaces; en el cielo, el sol nos perseguía y por la tierra, el asfalto de la carretera irradiaba fuego. El traqueteo del camión, ponía el ritmo al camino y el hedor del sufrimiento humano ponía aroma al paso. Un bebé lloraba sin remedio. Otro era amamantado, y otros dos, afortunados, dormían en el pecho de  su mamá. Alguien contaba un chiste, y reíamos desganados. Tres resistían al cántico y seguían murmurando “fuera joh”.

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PHOTO · Maitane Egido

Agitaban una bandera hondureña, con orgullo, con dignidad, pero con rabia de verse obligados a partir. Se cerraban los ojos, de la fatiga, y a pesar de la situación, encontraban en el hombro del hermano o hermana, una almohada para descansar del mundo. Gritos y glopes: “Frenaaa, frenaaaa”. Encontrábamos a otro grupo de hermanas y hermanos migrante por el camino. Ya no entrábamos más, pero esto era cuestión de supervivencia en comunidad. Nos temblaban las piernas, pero todas y todos nos pusimos en pie, para darle cobijo a más compañeros y compañeras en la parte posterior del camión. “Bienvenido hermano” y le ofrecían su mano para poder subir a ese cuatro ruedas. Ya éramos casi trescientos. Las pequeñas y pequeños al fondo. La infancia, siempre se cuida.

Alguien tenía agua, la repartió. Otro sacó unas tortillas con quesillo, “las hizo mi mamá antes de partir”. Las compartió. Delicias del fogón catracho. Probablemente, la última vez que degustarían esos sabores tan hondureños. Algunos y algunas lloraban, era inevitable que las lágrimas corrieran. Había quién no se aguantaba las ganas de odiar el mundo por obligarle a escapar, y simplemente, había quién necesitaba hacer volar su historia y narrar las ruinas de una vida violentada.

Incertidumbre: ”¿Nos dejarán pasar?, ¿qué haremos?, ¿adónde vamos?”. Los y las más jóvenes mantenían viva la llama del coraje, mientras los más adultos, se resignaban al olvido. Miraban al horizonte. Adiós. Decían, adiós. Hubo quien pensó que sería hasta pronto. Otros u otras, hasta nunca. Y más de uno o una, hasta siempre.

Tras casi un día de camino,  con la vida a cuestas, alguien, decidió abrirnos las puertas de su camión para aligerar la llegada. Casi tres horas, en aquella cabina, con trescientas personas. Donde los sueños, la digna rabia, y la esperanza, naufragaban por el espacio.

Llegamos a Ocotepeque, ya solo quedaban unas horas de caminata para llegar a la frontera de Honduras, y salir de casa.  Solo había pasado día y medio de la partida, pero parecía una eternidad. Caminando de noche, bajo la lluvia, buscando ansiosamente los refugios; caminando de día, bajo el sol, buscando desesperadamente las sombras. Pero todavía faltaba lo peor.

El 15 de enero de 2019, fue convocada la segunda “caravana migrante” de Honduras.  Más de 5.000 kilómetros de camino, sobrevolando fronteras y enfrentándose a la monstruosidad de la policía hondureña, el ejército guatemalteco y las autoridades mexicanas, haciéndole frente a la xenofobia y el racismo promovido por los grupos conservadores y los gobiernos neoliberales. No era fácil el camino, pero como muchos y muchas afirmaban las posibilidades eran escasas “morir en Honduras o migrar de Honduras”.

Esta franja migratoria da Centroamérica lleva siendo una de las más transitada de las últimas décadas. Millones de personas, familias enteras, han partido del Triángulo de Centroamérica (Guatemala, El Salvador y Honduras), en busca de un sueño. Y a pesar de que muchos y muchas quieran vender el imaginario del sueño americano, la mayor finalidad de este éxodo, es huir de sus países, donde la vida camina en una cuerda floja. Honduras, destaca dentro del tridente, teniendo el porcentaje más alto de migración. Y no es para menos.

Según la ONU, estos países se categorizan como “Países en conflicto de baja intensidad” debido a que sus conflictos armados no se consolidan dentro de los paradigmas militares, sino que son poblaciones empobrecidas, armadas a conciencia por políticas neoliberales que se enfrentan por el territorio, la droga y el sentimiento de unidad.

Son guerras entre pandillas, la Mara, “los pobres que se matan  por droga e ignorancia”, según la demagogia internacional afirma. Sin embargo, Honduras y El Salvador, durante los últimos años, han permanecido en el pódium de los países con mayor número de homicidios a causa de conflicto. En la actualidad, 4 millones de hondureños viven con menos de un dólar al día, sumándole a esto, que es el país que paga los salarios más bajos de la región  de Centroamérica según lo establecido en los acuerdos del TLC, con un desempleo avasallante debido a que la burguesía parasitaria no es capaz de crecer por sí misma, y los empleos que existen son destruidos mediante la privatización de las empresas públicas a pedido del FMI.

Tras un golpe de Estado en el 2009, unas fraudulentas elecciones el año pasado, la escena política mantiene al pueblo hondureño sometido a un voraz régimen imperialista, donde su presidente (narcodictador) actual, lacayo de Trump,  ha logrado que la deuda pública ascendiera a 15 mil millones de dólares (según el FODDEH).

La corrupción del gobierno y el expolio que ejerce EEUU ha llevado a Honduras a un empobrecimiento  insostenible pasando a ser el país con el mayor grado de desigualdad de la región, por encima de Haití. Una narcodictadura sometida al capitalismo feroz. La oposición al gobierno juanorlandista, se encuentra fracturada, mientras  los Comandos de Insurgencia Populares fundados el año anterior  tras las fraudulentas elecciones, han perdido fuerza debido a la represión y persecución. El sistema de salud está prácticamente colapsado, y la educación se convierte en un privilegio de clase, al que pocos pueden acudir.

Este es el panorama hondureño. No me atrevo ni a calificarlo. Solamente, este es.

Son pocas las opciones, “morir o migrar”, dicen. Pero es importante reconocer que estas migraciones no son aisladas, no son decididas ni libres, de hecho no son migraciones. Son éxodos. Personas que huyen de su país, que escapan de la muerte, con el corazón arrugado, buscando refugio. Sin embargo, la violencia y el empobrecimiento no son las causas principales de este éxodo, ni si quiera son causas, sino que consecuencias.  Son situaciones creadas por el imperialismo, donde Honduras, se posiciona como uno de los países más lacayos del neoliberalismo gringo gracias a las políticas juanorlandiastas.

La situación geográfica de Honduras, como puente para el narcotráfico, y sus riquezas medio ambientales, lo convierten en un caramelito para los gobiernos imperialistas. El saqueo, la privatización de sus empresas, la explotación a sus riquezas que tienen sus orígenes en la colonización, son ahora  el régimen político. Y es más, su conflicto pandillero, uno de los más devastadores y atemorizantes del mundo, tan invisibilizado e ignorado, está anclado al narcogobierno que los gringos han impuesto, utilizando a las personas más vulnerabilizadas y empobrezidas como escudos para sus narconegocios.

Y ¿cómo no migrar?, ¿cómo no huir?, ¿cómo no luchar por la vida? Honduras, en los últimos años, ha sido el país con el mayor número de migraciones de la región. Y no es fácil. Para nada, migrar por Centroamérica también ha sido sinónimo de muerte en esta última década. El tránsito se daba desde la clandestinidad e individualidad.

Escapan solas, solos, aunque por el camino siempre se encontraban a alguien. Pasando por los puntos ciegos de las fronteras, por caminos ocultos, donde los cárteres y las pandillas se escondían para asaltar, secuestrar, violar y asesinar; perseguidos y perseguidas por las autoridades guatemaltecas y mexicanas, a los que no les temblaba la mano a la hora de soltar plomo, colocadas estratégicamente en el sur de México a través de un proyecto de muerte llamado “Plan Frontera Sur” creado el gran novel de la paz, Obama.

La posibilidades migratorias eran pocas, caminar por la oscuridad y el desierto esperando que no “nos agarrase la migra o los Zetas”; subirse en movimiento en un tren de carga que atravesaba todo México llamado “la Bestia”, donde iban literalmente colgados; o pagar a un coyote, una persona aliada con los cárteres que por una suma altísima de dinero llevaba a las personas hasta EEUU,  lo cual muchas veces era una estafa de robo o secuestro y fomentaba el tráfico de personas.

Pero en octubre del año pasado, el paradigma de la migración cambió. Empezaron los rumores de una caravana migrante, las personas se convocaron en la Terminal de buses de San Pedro Sula, se organizaron por grupos según las regiones de las que provenían, eligieron un portavoces, desplegaron una bandera hondureña enorme, y al grito de “fuera JOH” partieron hacia EEUU.

Ya no era un éxodo individual y clandestino, ahora era un éxodo colectivo y visible, que no tenía freno y el horizonte estaba claro. No se iban a esconder más, ahora gritaban para que el mundo los mirara, la precariedad de la clandestinidad finalizaba, y la solidaridad y la colectividad eran el motor principal. Una caravana popular, organizada por el pueblo y para el pueblo, en la que ninguna organización o institución mediaba por ellas y ellos.

A medida que la caravana avanzaba, más personas se unían a ella, llegando a haber 10.000 en tránsito en ese momento. Anteriormente, las personas más empobrezidas que no podían pagarse un coyote, y las más vulnerables en  el camino como mujeres, niños y niñas o personas LGBTI+, ahora tenían cabida y refugio en la colectividad. Y ya no era un camino oscuro y silencioso, gritaban, denunciaban y construían discursos colectivos de protesta, contra la narcodictadura de JOH, la violencia hondureña y el empobrecimiento neoliberal.

El éxodo era una protesta, un acto politizado y con una posición clara, “escapamos de la muerte provocada por nuestro gobierno”. No fue fácil.  Los gobiernos lacayos del imperialismo se prepararon para frenarla a través de la violencia policial y militar. Pero consiguieron pasar, llegaron a México y a la frontera de EEUU. Juan Orlando, amenazado por su patrón, Trump y viéndose expuesto al mundo, diseñó una campaña de deslegitimación, manipulación y boicot, fundada en mentiras.

A pesar de los obstáculos que los gobiernos intentaron imponer en el camino y la xenofobia de algunos grupos más conservadores, las comunidades guatemaltecas y mexicanas, junto a las organizaciones civiles, mostraron su solidaridad, se organizaron y dotaron al camino de un acompañamiento digno y cálido, asumiendo las funciones de acogida y respaldo que los Estados no fueron capaces de dotar.

En diciembre de 2018, volvieron a sonar las alarmas de una nueva caravana convocada para el 15 de enero. Sin embargo, las campañas de criminalización y boicot a ella se acentuaron por parte de los medios de comunicación, títeres de la narcodictadura de JOH. Estas campañas, solo fomentan la trata de personas, la migración clandestina e individual y atemorizaban a la población.

Sin embargo, el contexto hondureño es demasiado devastador como para frenar la huida. Para el 13 de enero ya eran 7 masacres las que se habían dado en Honduras en lo que llevábamos de año, con más de 50 personas muertas. El 14 de enero, empiezan a aglomerarse en la terminal de San Pedro Sula, con una pequeña mochila como equipaje. Iban creándose grupitos de afinidad, cantaban el himno y hacían carteles protesta para darle voz al éxodo. Para las 9 de la noche ya había 1.500 personas aglomeradas. Muchos, muchas, niños y niñas, muchas familias y muchísimos menores de edad no acompañados.

Alguien grita “no esperemos más, vámonos”. Los jóvenes, permeados por la euforia y la desesperación de partir, hicieron caso a esos gritos y comenzaron a caminar, de noche y bajo la lluvia. El resto, sorprendidos y confundidos, comenzaron a seguirles. Las personas que encendieron a la muchedumbre para que partieran antes de la hora acordada, intentaron que la caravana tomara otro camino, en vez de ir por Santa Rosa de Copán, el camino más poblado y donde las comunidades ya estaban preparándose para recibir a la caravana, proponen ir por Corinto, un camino desértico donde las pandillas trabajan día y noche. Afortunadamente la mayoría no hizo caso, y tomaron el camino lógico, por Santa Rosa de Copán.

Las pocas y pocos que fueron por Corinto, fueron asaltados según ciertos medios. Estas personas que alentaron a la muchedumbre para partir anticipadamente por el camino desértico, al poco tiempo de empezar el camino se devolvieron para la terminal de San Pedro. Eran “supuestos infiltrados”, aliados con las pandillas, que intentaban romper la colectividad de la caravana. Unas 1500 personas ya estaban en camino, de noche y bajo la lluvia, sin ningún tipo de protección ciudadana puesto que las comunidades estaban preparadas para darles cobijo el día siguiente, solamente con el acompañamiento de la Red de Sociedad Civil para la Protección de Personas Desplazadas, la cual la formábamos unas 15 personas en ese momento. Seguían llegando personas a la terminal de San Pedro. Otrxs 2000 migrantes parten al día siguiente, a las 5 de la mañana, según estaba convocado el llamado.

Dos caravanas caminan paralelamente por Honduras, separadas, con menor fuerza que la anterior. Las campañas de manipulación y los infiltrados  de la caravana lograron debilitar el éxodo colectivo, y divididxs, pierden fuerza. El alcalde de Santa Rosa de Copán, el cual estaba preparando un digno recibimiento para la caravana fue amenazado según algunos medios.

El boicot a la caravana era cada vez más explícito. El camino fue difícil; cansancio, sed, hambre, desesperación, frustración, todo sobrevolaba entre la gente. Caminamos y caminamos, pedimos “jalón” (hacer dedo), algunos carros recogieron a migrantes por la carretera. Un camión nos abrió sus compuertas y nos permitió viajar en él, aglomerados pero resguardados del sol y la caminata.

Después de dos días llegamos a la frontera de Agua Caliente, a las 7 de la tarde. Una barrera de unos 200 policías nos recibió, el ansia de llegar era latente e intentaron atravesar la muralla. Las autoridades no lo dudan, empezaron a reprimir y a gasear, a pesar de que entre las personas se encontraban bebes, niños y niñas y personas de la tercera edad.

Hubo personas heridas y las instituciones del estado encargadas de atender a la población no dieron ningún tipo de asistencia médica por falta de personal, sin embargo, sí atienden a los policías “heridos”. Afirmaron que la frontera se abrirá a las 7 de la mañana del día siguiente, y la muchedumbre tuvo que dormir en el asfalto sin ningún tipo de cobijo más que el hambre. A las 7 a.m. la barrera de policías permanecía en pie y afirmaron que solamente dejarían pasar a las personas que tuvieran papeles y que los menores no acompañados serían deportados.

La muchedumbre se negó “somos una caravana, vamos todos a una”. Sin embargo, las horas pasaban y la desesperación aumentaba. El grupo se empezó a fragmentar, algunas personas decidieron enseñar su identificación y pasar, y poco a poco la resistencia se debilitó. Los menores, se vieron obligados a tomar otros caminos, puntos ocultos de la frontera para poder pasar. La caravana, de nuevo fue fragmentada, individualizada y clandestinizada por las políticas juanorlandistas.

Aquellos que no cumplieron los requisitos de documentación fueron regresados obligatoriamente, en buses, los cuales fueron vendidos hacia el exterior como regresos voluntarios. Es importante comprender que en Honduras, conseguir un pasaporte es un trámite elitista por su alto costo, y esta era una caravana de personas que huían del empobrecimiento. Hubo grandes irregularidades en el paso por la frontera, y numerosas violaciones de los Derechos Humanos, que hicieron de este trámite un gran evento de precariedad y hostilidad en contra del acuerdo regional de Centroamérica llamado el ca4.

Algunos pasaron, otros los regresaron. Pero la muchedumbre siguió. Cruzaron Guatemala, enfrentándose al hambre, el cansancio y la desesperación, pero acompañados por la población guatemalteca. Y llegaron a la frontera de México, al puente famoso, que la caravana anterior se convirtió en un campo de refugiados y refugiadas donde fueron gaseados y gaseadas, agredidas y agredidos y muy violentados y violentadas.

Esta vez, la cabeza del gobierno Mexicano es otra, AMLO, y de acuerdo a sus promesas preelectorales, abrió fronteras, acogió a la caravana y creó medidas de protección frente al refugio. En este momento, son más de once mil hondureños lo que han solicitado visa humanitaria en México.

Los albergues están llenos y son las organizaciones sociales las que dan respuesta a las necesidades del éxodo pese a las políticas de acogida de AMLO. Es importante reconocerle al nuevo gobierno de México sus acciones de acogida y protección y el cambio tan transcendental que ha tomado este país de una caravana a la otra, sin embargo, la sociedad y las organizaciones civiles, siguen alerta, dándole un voto de confianza a las gestiones de AMLO, pero reconociendo que no deja de ser un gobierno imperialista con proyectos como el “tren maya” permeados por el neoliberalismo feroz.

Las caravanas migrantes como éxodos colectivos han mostrado al mundo lo que tanto se ocultaba, han sido un grito de digna rabia y coraje, donde se niegan a seguir viviendo dentro de un régimen violento y empobrecido, siendo lacayos del imperialismo y el narcotráfico.

Denuncian la muerte, el saqueo y la precariedad. La comunidad internacional, no pueda seguir ignorando al pueblo hondureño, aliándose con su narcodictador Juan Orlando y contribuyendo al expolio narcotraficante de la región.  Es importante avanzar hacia la conformación de redes de solidaridad y acogida donde se acompañe dignamente los tránsitos,  conformando paralelamente espacios y estrategias de solidaridad y denuncia a las realidades de los países del Sur.

Pero más allá de eso, es necesario reconocer la globalización neoliberal del mundo, la interrelación en las realidades e identificar, dentro de los contextos Occidentales, las acciones, tanto individuales como político-estructurales,  que se alían con este tipo de conflictos y alimentan las “dictaduras” democráticas en Latinoamérica y la explotación imperialista de sus recursos. Empezar a hacernos cargo de todo el daño que hemos realizado a los largo de los últimos 500 años, que puede parecer exagerado, pero en cuanto unx tiene la oportunidad de habitar por un tiempo estos territorios, siente latente como la colonización sigue fragmentando estas sociedades, y que en la actualidad, se ha transformado a políticas de globalización, imperialistas y neoliberales, que siguen destrozando Latinoamérica.

No podemos seguir ignorando las consecuencias de nuestras cotidianidades, las violencias que se generan a causa de nuestros privilegios, y la responsabilidad social y política que tenemos sobre las realidades del Sur. No podemos mirar para otro lado. La solidaridad internacionalista es un elemento necesario para afrontar la realidad actual, asumiendo los compromisos y las acciones necesarias para la reparación de daños, comprendiendo nuestras posiciones en el mundo y accionándonos hacia el acompañamiento y el apoyo de las poblaciones más empobrecidas y violentadas a causa de nuestras políticas imperialistas.

Migrar es un derecho; huir del lugar la vida está en peligro, una necesidad; y dar cobijo y acogida digna, una obligación.

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