CONOCIENDO A BARTOLOMÉ DE ERZILLA (III) · ‘Bartolomé folk-lorista’, por Anisia Serendipia
Anisia Serendipia
“Yo sé demasiado cómo se unen y se abrazan en ti el amor a nuestro país y el amor a la música y conozco ese cosquilleo de originalidad que te escuece. Pues, chico, trabaja y ten fe en ti mismo, que para trabajar llevas la ventaja de ser alegre” (Miguel de Unamuno a Bartolomé de Erzilla)
Bartolomé folk-lorista
Pianista y compositor de los “bailables” en boga en su tiempo como mazurkas, polkas, habaneras, jotas y valses, Bartolomé de Erzilla fue, en opinión de su contemporáneo Antonio Arzak, director entonces de la revista Euskal-Erria de San Sebastián, uno de los que mejor había sentido la música genuinamente bascongada del zortziko. Melodía(s) de amplia difusión popular, será una de las primeras obras que publique, con el editor A. Romero siendo estudiante en Madrid: “Recuerdos de Guernica”, un zortziko para piano con el que pone música a la nostalgia que siente por su tierra.
La música popular, conservada a lo largo del transcurrir de los siglos, refleja oportunamente la idiosincrasia de un pueblo, sin artificios, sin sofisticación y cuando Bartolomé de Ercilla busca plasmar en su producción musical la esencia del suyo nos propone la peculiaridad del quiebro del zortziko como la vía que puede describir y comunicar mejor aquellas ideas, sentimientos y emociones más inherentes al ser de una nación, el folklor, que para él no podría ser expresadas de ninguna otra manera, ni por ningún otro lenguaje, natural o artificial. Estas pequeñas y condensadas dosis del sabor tradicional son para él el continente de la esencia del acervo de su pueblo, y las veremos editadas como partituras sueltas con evocadoras portadas. El pueblo memorizaba la letras de los ritmos del zortzikos, durante un tiempo melodía de canto, y se entonaban por doquier, en euskera y también en castellano a partir de 1870:
Reuníanse los compañeros de siempre, y buscaban chacolíes lejanos y romerías remotas. Algunos domingos iban a comer a la aldea… Al caer de la tarde tomaban camino de vuelta… Todos los expedicionarios iban callando, absortos en la caminata, cuando al oír unas lejanas campanadas… Y entonces se alzaba vibrante la voz de Juan José cantando:
“Au… au… aupa, ¿que el campanero las oraciones ¡ay! Va a tocar ¡Ay ene! yo me muero maitia, maitia, ven acá…” Y al oírlo rompían todos a cantar siguiéendole: “Aunque la oración suene Yo no me voy de aquí, la del pañuelo rojo, loco me ha vuelto a mí…” Y Rafael sostenía la nota en plañidero trémolo, mirando a lo alto y puesta la mano sobre el corazón. Al divisar desde lo alto el estrellado de los farolillos sobre el fondo negro de Bilbao, uno de ellos, sin dejar de cantar, lo señalaba con el dedo a los demás. Las cadencias del zortziko, sus notas que parecían danzar una danza solemne, cubrían las voces del campo. Dentro de las calles de la villa bajaban el tono. [Unamuno, Miguel de. Paz en la guerra]
Se trata del Zortziko a Bilbao conocido como «La del pañuelo rojo”. Compuesto por Avelino Agirre Lizaola, con letra de Mario Halka (Rosario Zapater), fue editado por primera vez hacia 1864. Bartolomé acompañará el zortziko El roble de guernica, con letra de Vicente Arana, y El cementerio del pescador, con poesía del rebelde Sir Juan Arzadun: sobre peñón desnudo, cantil del ronco mar.
La actividad editorial hace que aumente el consumo de este tipo de ritmo que se populariza, y los zortzikos serán interpretados en salones particulares, teatros, celebraciones e inauguraciones, como lo hace el señor Luzarraga el 27 de septiembre de 1896, en la inauguración del Colegio de la Consolación de los Padres Agustinos de Guernika, cantando un zortziko compuesto por Bartolomé y dedicado al Sagrado Corazón de Jesús. (Continuará mañana)