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El Museo Guggenheim expone ‘Chagall. Los años decisivos, 1911−1919’ hasta el 2 de septiembre

Hay canciones que a todos nos marcan un recuerdo. Cuando un hermano mayor, otros familiares… escuchan Silvio Rodríguez siento tú un niño, caes en la suerte de que aquella histórica ‘Óleo de mujer con sombrero’ del antillano cantautor acabe siendo un grabado en las paredes de tu cuerpo.

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Cantaba el trovador cubano aquello de «Una mujer con sombrero como un cuadro del viejo Chagall». Y 30 años después aquellos dos ojos y oídos poco gastados aún se quedan con la boca abierta ante los cuadros de la exposición Chagall. Los años decisivos, 1911−1919, que exhibe el Museo Guggenheim de Bilbao hasta el 2 de septiembre en la segunda planta de la pinacoteca capitalina vizcaina.

Uno escuadriña todo. Lamenta el astigmatismo que le imposibilita acercarse más a esos cuadros originales que viajaron de las manos de aquel ruso que de la nada cultural de la mínima Vitebsk acabaría durante ocho años en París, en la cuna de la vanguardia y de la bohemia. Él aportó su iconografía rusa; la capital francesa su idiosincrasia y amistades.

Y, a pesar de todas las influencias posibles, su romance con Bella Rosenfeld, es protagonista, es excelencia de un artista que en momentos vuela naif, pero que esconde en cada una de sus pinceladas sabiduría. Chagall escribiría que su amor comenzó con el primer vistazo para seguir 35 años. Se casaron, se instalaron en Petrogrado, donde nacería su hija Ida al año siguiente. Seguirían viajando nómadas y asentándose en París.

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Marc pinta a su compañera Bella ante la atenta mirada de los ojos de Ida, hija de ambos.

La colección que cuelga de las escarpias del Guggemheim es ecléctica. Muestra sus obras más famosas que dejan atónito a quien escuche a Silvio o a quien no y tenga cierta sensibilidad por el trabajo -ya clásico- de los grandes pintores de primeros de siglo XX.

Toparte con ‘El cumpleaños’ es una oda superlativa no al amor sino al amar. París a través de la ventana es surrealismo, cierto cubismo, y magistralidad. Si continuamos pasean por las galerías, encontramos al actor Ramón Barea fascinado con la obra Homenaje a Apollinaire.

Chagall 2 Ramon Barea

El actor Ramón Barea escucha explicaciones sobre un cuadro de Chagall.

Paseo, por otro lado, es poesía visual a modo de diagonal. Pero no solo los grandes hitos de Chagall sorprenden. También lo logran sus autorretratos que algunos visitantes no llegan a apreciar entre tanto trabajo. Y buscas el momento para disfrutar del estudio o boceto que el autor hizo para La música, trabajo final que no ha llegado a la cuenca de la ría del Ibaizabal.

Chagall Paseo

‘Paseo’.

Y las paredes se vuelven crudas con los cuadros de revolución rusa y religión judía que profesaba el pintor. Ya lo decía también Silvio: «Lo más terrible se aprende enseguida y lo hermoso nos cuesta la vida».

«Yo pintaba todo lo que tenía ante los ojos. Pintaba en la ventana, jamás me paseaba por la calle con mi caja de pinturas», dejó impreso Marc Chagall en su obra Mi vida. 

Chagall Guggemheim

Uno llega al museo avisado desde niño por la melodía de Silvio, pero rápido olvida aquella estrofa porque dudo ahora de que hubiera alguna mujer con sombrero en la exposición. Diría que no.

https://www.youtube.com/watch?v=pgo71qR8nN8

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