Santa María acoge hoy el funeral por la centenaria duranguesa Ester Jauregui, viuda del gudari Bisbal
I. Gorriti
La duranguesa Ester Jauregui Larrazabal iba a cumplir 102 años el próximo 9 de junio. Ayer, sin embargo, falleció tras una vida que sacó adelante -dice su familia- gracias a «su tranquilidad». Hoy, se oficia el funeral católico por la viuda de Eduardo Bisbal, aquel gudari del batallón Arana Goiri, en la parroquia de Santa María de Uribarri a las siete de la tarde.
Ester Jauregui Larrazabal nació en el histórico barrio bilbaino de Atxuri y fue bautizada en la iglesia de San Anton. De niña fue a vivir junto a su madre Casilda a Balmaseda. De allí, a Luiaondo, pueblo alavés cercano a Laudio. En aquel enclave, contrajo matrimonio con Eduardo Bisbal, natural de Arrigorriaga y tomaron residencia en el caserío Larraineko.
· Batallón Arana Goiri · Al estallar la Guerra Civil, Bisbal se alistó voluntario al batallón Arana Goiri, primero de los que organizó el PNV en el cuartel del Patronato de Bilbao. El 24 de septiembre esta unidad del Euzko Gudarostea salió al frente desde Sabin Etxea a luchar por las libertades y contra el bando golpista y sus aliados. El gudari Bisbal fue uno de los que estuvieron presentes en la batalla de Saibigain, donde fallecieron numerosos compañeros en día de conquista y reconquista de la cima del denominado ‘monte de la sangre’. «Antes de ir a la lucha, iban a misa con capellán Isaac Uribesalgo en Mañaria», recuerda su hija María Esther.
El matrimonio dio a Euskadi dos hijos: José Ignacio y María Esther. La familia llegó a Durango en 1940. Decidieron no quedarse en Araba porque al haber ido Eduardo a la guerra voluntario, el régimen franquista no le recibió con buenos ojos. Bisbal encontró un puesto de trabajo en la firma de curtidos El Tigre de la villa vizcaina. El matrimonio también trató de prosperar en Gasteiz, «pero prefirieron volver a Durango», detalla su hija.
· Hebillas para una mujer fuerte · Pero las alegrías se volvieron tristeza con el pronto fallecimiento del gudari. «Murió con solo 45 años. Quizás por algo de la guerra…», lamenta la familia. Esther, con la paciencia que le caracterizaba echó adelante con su vida y sus pequeños. La firma Amilibia y de la Iglesia le contrató para engarzar «los ganchitos en unas hebillas, con un alicate. ¡Costaba lo suyo!», sonríe María Esther reconociendo así la labor de su amatxo.
En aquellos tiempos, en Madalenoste, toda la vecindad era «una familia». Ester tejía punto para todos sus seres queridos y a día de hoy es recordado por ello. Ella, una mujer que ha vivido por los demás y poco dada a hablar de su vida privada. «Ha sido una madre, una mujer muy conforme, que no ponía pegas a nada», le agradecen sus dos hijos, siete nietos y catorce biznietos.