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Araceli González, 60 sonrientes años de modista en activo

Iban Gorriti González

Hoy se celebra en el calendario católico el día de Santa Lucía, patrona de las modistas y los sastres. El santoral cristiano agrega que también lo es de los invidentes, de los pobres, de los niños y niñas enfermos, de las ciudades, de los campesinos, electricistas, chóferes, fotógrafos, afiladores, cortadores, cristaleros y escritores.

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Araceli González. · RETRATO · Iban Gorriti González

La duranguesa Araceli González cumple 60 años desde que estudió para ser modista en la villa vizcaina. «¡Toda una vida!», sonríe a sus 76 impensables años, y explica que hoy ha ido a misa de San José Jesuitak para celebrarlo como cristiana practicante que es. «En aquellos tiempos lo celebrábamos con chocolate y bizcochos», echa la vista atrás y mirando al futuro, tuerce los labios y asegura que no ve a la juventud muy dispuesta a aprender lo que ella estudió: corte y confección. Primero con Juanita Vizcarra en la ollería y más adelante con una monja en el Hospital. González, por ejemplo, fue la artesana que uno a uno hizo realidad 26 vestidos para el Orfeón Durangués en 2001. «Mira, hoy es Santa Lucía, también patrona de la vista y yo con ese trabajo perdí mucha», enfatiza.

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La modista junto a la casa en la que aprendió corte con Juanita Vizcarra, en la entrada de Durango de Abadiño. · PHOTO · Iban Gorriti González

· Huérfana a temprana edad · El arranque a la vida de Araceli fue cosido a jirones. Huérfana a los tempranos siete años, se hizo a sí misma. Nació el 21 de febrero de 1940 en el barrio San Lorenzo de Cigüenza, municipio del norte de Burgos, hoy adscrito al Ayuntamiento de Villarcayo. Hija de Felipe, carpintero, y de Faustina, ama de casa, el matrimonio dio a luz tres hijos: Mari Carmen, Araceli y Víctor. La primera falleció a los diez meses.

Su padre fue el siguiente que perdió la vida. «No tengo ningún recuerdo de él», admite apenada. Por aquel entonces, unos tíos de Araceli que vivían en Durango se hicieron cargo de la pequeña que llegó a la villa a los cuatro años. Aquel 1947 fue año de casualidades. Así, por ejemplo, vio por última vez a su madre. Días después, en la casa que vivía con sus tíos de Artekalea, nació una prima (como una hermana) suya y otra mujer tuvo que llevarle a ella a que hiciera la comunión en Santa María de Uribarri. «Mi tía no podía, acababa de dar a luz», explica y continúa: «A la vuelta de la iglesia, celebramos mi comunión con chocolate y bizcochos, en aquel tiempo era así».

· Con su madre en el pórtico de Durango · Pero, ¿cómo fue el último encuentro con su madre? «Tenía 7 años pero lo recuerdo muy bien. Estaba haciendo la catequesis y la encargada me llamó y dijo Araceli González, hay una señora que le está esperando fuera. Salí al pórtico y era mi madre que había venido a Durango. Meses después murió de meningitis», lamenta quien recuerda que en catequesis iban a acabar el curso con excursión a Deba. «Para ese día, nos acercábamos a una zapatería de Barrenkalea a pedir cajas para llevar la tortilla».

González  -llamada cariñosamente por unos como Ara y otros como Celi- continuaba sus estudios con las monjas sor Isabel, sor Pilar, sor Sagrario y sor Lucila. A los 14 años, comenzó a aprender a coser con su admirada Juanita Bizkarra. «Me tenía mucho cariño y yo a ella. Me decía que era la que mejor colocaba las mangas. Siempre me acuerdo de ella», subraya agradecida.

A continuación, con 16 primaveras, se apuntó a corte y confección en el Hospital de Durango, materia que impartía sor Rosario. «Aprendimos el sistema Mártir, que se llamaba», rememora.

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La modista aprendió corte en la habitación de esa ventana que está junto a los azulejos que marcan Durango. · PHOTO · I. Gorriti

· Sueño cumplido · Con 18 años comenzó a trabajar de modista, su sueño. «Mi otro sueño era ser bailarina de ballet, pero eso no pudo ser a pesar de que aprendí a bailar las danzas vascas, entre ellas el aurresku. También quise aprender peluquería, aunque sí cortaba el pelo a los de casa…», viste de nuevo la sonrisa que le caracteriza. Comenzó a recibir encargos y cobrar sus primeros sueldos.

Solía compartir trabajo con una amiga de su tía Piedad, llamada Ramona. Han transcurrido 60 años. «No he dejado de coser desde entonces. No paraba ni de vacaciones cuando iba a Cigüenza en verano. Ahora, sigo a diario. Eso sí, coso solo para cuatro amigas. Y los sábados y domingos paro».

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Araceli cosiendo en veraneos en Cigüenza, Burgos.

Araceli ha hecho vestidos de boda -el suyo, por ejemplo-, de comunión («de monje para los niños y de marinero para las niñas»)…, incluso calzoncillos. El encargo del Orfeón Durangués hace 15 años le hizo especial ilusión. «Fue muy muy duro hacer todos los vestidos, además eran negros y con el negro la vista se pierde, pero luego fue un orgullo para mí que me gusta mucho todo lo que tenga que ver con ese tipo de música», explica y muestra una fotografía en la que el orfeón le daba las gracias por el «estreno de atuendo de las féminas, por la modista Araceli González el 22 de diciembre de 2001», se lee.

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Vestidos que González hizo a mano en 2001. · PHOTO · Orfeón Durangués

· 25 años de casados en Caná · La duranguesa contrajo matrimonio con Juan Esteban Gorriti, de Elorrio, el 30 de noviembre de 1963, día de San Andrés. Dieron al mundo dos hijos y tienen dos nietos. Como curiosidad, celebraron de forma especial los 25 años de casados. «El cura Kepa Agirre nos volvió a casar en Caná, donde las bodas de Caná de la Biblia, en Tierra Santa, donde Jesús hizo el milagro del vino», recuerda con cariño esta devota de la virgen de la Medalla Milagrosa.

«Desde niña he hecho la novena de la Milagrosa. Me gustaba de forma especial cuando se hacía en el Hospital, más que ahora. Lo peor de ello fue que mi hermano falleció precisamente el día de la Milagrosa», lamenta.

El pasado sábado ha celebrado junto a amigas el Día de las modistillas con una comida en Olajauregi. «De todas las que vamos, creo que soy la única modista de profesión», estima quien décadas atrás cosía muchos días hasta las dos de la madrugada para ganar unos dineros que ayudaran a la economía familiar. Sesenta años después continúa enhebrando la aguja, regalando sonrisas, en otras palabras, tejiendo su vida con alegría.

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