‘Volar’, por Josu Arteaga
Josu Arteaga
La foto está mal encuadrada pero es poderosa. Imanol lleva un culote diminuto y una camiseta de Benidorm donde hubiese entrado medio equipo. Congela el momento en el que lanza un triple. Tal como lo recuerdo. Un spaghetti dando pases, recuperando pelotas inverosímiles, palmeando y cesteando tiros limpios. A la epiglotis de la red y sin tocar aro. Guapa la foto. A Roland Barthes se le hubiese puesto la tranca como a un negraco de la enebea, cuando la encesta en los labios siliconados de una piara de animadoras.
Hasta entonces habíamos sido futboleros, pero el basket nos abdujo como las naves alienígenas del Doctor Jiménez del Oso, abuelo del Iker Jiménez actual. Todavía sin pegar el estirón, con la pelusilla en el bigote y la testosterona abriéndonos boquetes en la cara, empezamos a palmear. En poco tiempo ya organizábamos competiciones en el patio del colegio. Uno de los curas fue el que nos metió el gusanillo. Un tipo de mala leche supina que aprobechaba un trujas, una pira ó decir gimnasia en vez de Educación Física para canearte sin contemplaciones.
Tuvo más de un problema con padres de alumnos y con el profesorado, así que había peregrinado por todos los colegios de la Congregación. Huesca, Vitoria, Basauri, Madrid, Mondragón y finalmente: (luego lo supimos) América Latina. Como profesor de Educación Física era una máquina. Nunca admitía una derrota y organizaba la defensa y el ataque a ambos equipos hasta el último segundo de partido. Inflexible con pasos, personales y con la huevonería que llevábamos encima tras fumarnos la china mañanera. Su silbato trepanaba el cerebro como una cheira el costo combi (aquella mezcla de neumático de rueda vieja y mierda de puta cabra, con la que masacramos las neuronas más tiernas).
Temíamos los tiempos muertos porque era capaz de zumbarnos delante de todo el graderío.
Como cuando perdimos contra la ikastola, que fue dándonos patadas en culo desde la cancha a los vestuarios y llamándonos mariconas de mierda, mientras hacíamos el trayecto por vía aérea en lugar de pedestre. Me descojono del ciber-bulling de hoy en día.
Imanol y otro pavo eran la estrellas mimadas del equipo. Los demás, a la mínima, acababamos lanzados de un empujón contra las espalderas del gimnasio (Gimnasio sí se podía decir). Bastaba con llegar tarde un minuto al entreno para la tormenta perfecta de hostiones y maltrato verbal. “No tienes cojones. Eres un mierda. Nunca llegarás a nada. Payaso. No das el perfil ni para jugar en un equipo de mongolos. Porrero de mierda”. Luego venían los saltos en el potro a dos metros del suelo, con un plinto cansado de rebotarnos hacia la nada y las cincuenta flexiones, mientras te soltaba la chapa de que La Educación Física es tan sagrada como las matemáticas. Joputa.
En la cancha se medio aguantaba, pero en los vestuarios aprendimos a salvar el culo sin confiar en nadie. Los partidos eran tensos y estabamos mas pendientes de no molestar a la bestia que de defender o de atacar. Perdimos un montón y el ambiente era irrespirable. Un día en las duchas entró con una toalla mojada y empezó la fiesta. Nos arreaba a los mismos de siempre ante el silencio de los dos de siempre. Uno de los míos, recibió un toallazo en la cabeza y estampó sus dientes contra los grifos de la ducha. La sangre corría a esconderse por el sumidero. El mismo numerario verdugo, le paró la hemorragia y le pidió perdón “porque es el perdón y no el orgullo lo que nos hace cristianos.”
Nadie dijo nada en casa. Nuestras bocas lo callaban todo, porque nuestros padres hacían el esfuerzo de darnos una educación mejor que la de las escuelas nacionales o las ikastolas etarras. Obreros ejemplares que metían horas extras para que sus hijos tuviesen alguna oportunidad. La generación de las oportunidades. Ninguna materializada.
El cura era la sombra de los elegidos. Ya entonces les comía la cabeza con lo de un combinado a nivel de Euskadi, con que tenían cualidades y con que no perdían nada por intentarlo. Un día nos empezó a medir con un metro de costurera. De punta a punta de los dedos con los brazos extendidos primero, luego el fémur desde la cadera a la rodilla, el pecho, los muslos. “Tú no vales” -decía. “O pégas el estirón o estas perdiendo el tiempo en el basket. Te falta muscular. Brazos de alambre. Siempre serás un paticorto” …. Sólo Imanol y su colega pasaron el examen sin comentarios edificantes. “Los demás” -dijo- “a los balones medicinales. A vds. dos les explicaré las condiciones del contrato. Necesitaré también el consentimiento de sus padres”.
Inesperadamente la cosa mejoró. El nazi pasaba de nuestro culo e incluso jugábamos al fútbol con el balón de basket mientras entrenaba a los privilegiados. Odiabamos el basket, la educación física , la religión católica y la virgen puta que los parió a todos. El fútbol, el punk y los porros, fueron la espoleta de nuestra granada de acné. Se centraba en ellos única y exclusivamente. Todos los martes y jueves durante las cuatro semanas previas al viaje que los llevaría a Bilbao y a aquel combinado vasco “con muchas posibilidades”. Un día firmaban papeles, otro día les volvía a medir y les soltaba discursos sobre orden moral y alimentación, otro les ponía parte de sus putas cuatrocientas horas de video de las conferencias este y oeste o aprendían jugadas en la pizarra… Eran su obra particular. La misión a la que aquel perro con chandal había consagrado su vida terrenal.
El combinado nunca llegó a formarse. Después de un partido distendido donde incluso hubo risas y el menda anotó varias canastas, nos pidió atención y cayó la bomba: “Me echan- dijo lacónicamente. “Uno de vds. me ha denunciado por una torta. Los hermanos viatorianos me transladan. No les guardo rencor, ni siquiera al denunciante. Les pido perdón. Siempre he creido en el sufrimiento como cimiento para las buenas obras. Sólo un favor más: Olvídense del fúbol. Es sólo para podencos y ninguno de vds. lo es. No dejen el basket”.
Nadie dijo nada. Nadie se despidió. Ni siquiera Imanol y el pívot tuvieron cojones de hacerlo delante de nuestro batallón de derrotados. Un enorme peso desaparecía por el sumidero bajo los chorros de agua caliente, como lo había hecho la sangre semanas antes. Abandonamos el basket con la misma celeridad con la que el cura era defenestrado. Podía haberse ido a la conferencia Este. Mejor si era a la Oeste. Personal en ataque. A cascarla.
De toda aquella clase de “educación física” sólo uno triunfó modestamente dos temporadas en el Eibar, hasta que una entrada le hizo añicos la rodilla, hasta el centro del alma misma. Hubo uno que murió en Brasil de misionero (asaeteado por una tribu no contactada), algún otro que lleva media vida en el talego (por pertenencia, tenencia, dos secuestros y medio centenar de asesinatos en grado de tentativa), un mercenario que toca la trompeta (con Bisbal, Estopa y la Pantoja), un munipa (el más tonto de la clase), uno del PP (el más listo e imputado por alzamiento de bienes, cohecho y falsificación de documentos públicos) y el resto: Gente gris y normal, trabajadores, parados, padres de familia, adolescentes con canas que viven en casa de sus padres, votantes a veces, abstencionistas a menudo, peatones, conductores con el carnet retirado, ciudadanos, mayoría silenciosa, prime time para telebasura, tragaderas con patas, coprófagos de heces de poderoso, ganado manso que besa los pies al que más le muela a palos, carne para felpudo que mataría por una cesta de navidad o la pedrea de un décimo de lotería, basura cobarde, humanidad…
A Imanol y a Asier tampoco les fue mejor. Uno alternaba trabajos esporádicos y visitas al psiquiatra. Estaba separado y se pulía el paro entre las tragaperras y los tragos. El otro murió en un accidente de moto, puesto hasta el culo de todo lo posible, en esta noche eterna en la que hemos vivido un par de décadas. Una noche en la que no había nada que perder ni que ganar. Entre garitos, gramos y desconocidos jugando a ser colegas. De nuestro “educador físico” nunca más supimos nada. Se borró de nuestras mentes en esta vorágine de levantarnos cada mañana, a intentar meterle canastas a la vida.
Años después revuelvo en la caja de fotos de mi adolescencia. Aquí estan todos: Nachete, “el petas”, Txipiron, Uriarte, El Sebas, “el putabola”, Jokin Urrutikoetxea, Jokin Cordovilla, Balzola el punki , algunos de los que no recuerdo ni el nombre y Asier e Imanol, este último suspendido en el aire con su culote setentero y la mente concentrada en colarla por el aro. Sé que todos han sentido lo mismo que yo, años después, enterrados como estamos en nuestras rutinas de trabajo, sellar el paro, echar currículums, llevar a los críos a la ikastola, pedir pasta a nuestras viejas porque no podemos con la hipoteca, los niños, el colegio, los EREs, el pelearnos con las parientas, las separaciones, las ordenes de alejamiento, los gastos de la comunidad, las facturas…La vida esta, desesperada como esos tiros desde la mitad de la cancha, en el último segundo de partido, en un ridículo intento de maquillar un casillero de palizón merecido.
Las tres iniciales, con las que las Marilós, las Mariateresas y los Prats de los cojones se llenaban el buzón, se han transformado como un libre directo, en miles de cabezas al mismo tiempo: José Angel Arregui Eraña. No había duda. Había vuelto a aparecer en nuestras vidas cuando nadie lo esperaba. El y sus Cuatrocientas horas de video. Las de la Conferencia Este y las de la Oeste.
Un material que sorprendió a la policía. “Sadomasoquismo, coprofilia, urofilia y sexo con bebés”. En todo tipo de soportes. Viejas cintas VHS, DVDs, pendrives… El subcomisario Cristián González, al mando de la operación manifestaba que: La congregación podría haberlo escondido en Chile, sabedora de sus inclinaciones”. Las mismas fuentes añadían que: “Los abusos a los que sometió a menores en colegios de la orden San Viator en España incluyen tocamientos, masturbación, masturbación colectiva, penetración con objetos y agresiones brutales”. Según esta brigada del ciber-crimen en el país andino, se trataba de un: “Parafílico pedófilo y de tendencias sádicas, que grababa sus agresiones con cámaras ocultas en duchas, gimnasios y vestuarios”.
Las denuncias comenzaron a llegar por docenas desde una y otra parte del océano, mientras los viatorianos lanzaban pelotas a la grada con aquello de: “Nunca se había observado nada anómalo en el comportamiento del clérigo”. Uno de los denunciantes relataba que fue convidado por Arregui a ver un vídeo. Se trataba de una grabación contra el aborto. Tras la película, el religioso le explicó que era: “Un acto criminal y que la vida comienza desde el mismo momento de la eyaculación”. Y para demostrarlo “le invitó a masturbarse”, para observar después el semen en el microscopio. En otro caso, alguien afirmaba que en su despacho, le medía los genitales repetidamente, dos veces por semana en sesiones de media hora y que después le obligaba a masturbarse en su presencia “porque a la cancha había que salir con las necesidades fisiológicas resueltas”.
Supe que Imanol había hablado. Asier reventó su esternón contra un quitamiedos antes de sacar aquella basura de su pecho. Otros muchos también callan. Seguro. Borraron de su disco duro aquella herida sucia con olor a vestuario y miedo. Espero que al menos Imanol recupere su olfato frente al aro de la vida. Como en la foto, cuando volábamos a machacar. Antes de que unos y otros, nos cortasen las alas. De que nos hiciesen daño. Los mismos que debían “formarnos como personas” para esta vida de alpiste y agua en jaula hipotecada.
Siempre nos quedará el deporte. El fútbol para los podencos y el basket para los que queremos volar. Un poco. De vez en cuando.
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