Los franquistas fusilaron al jeltzale Luis de Álava Sautu el 6 de mayo de 1943
Iban Gorriti
El pasado viernes se cumplieron 73 años desde que los gatillos y balas franquistas acabaran con la vida del jeltzale Luis de Álava Sautu. Ocurrió el 6 de mayo de 1943 en Madrid. Nacido en Murgia (Zuia) el 18 de noviembre de 1890, era el presidente de la Junta Municipal del PNV de Gasteiz.
Su apellido dio nombre a una red de espionaje que atendía a los presos en las cárceles y pasaba de forma clandestina por el monte a pilotos y perseguidos de la dictadura. La red, apoyada por el propio lehendakari Aguirre, estaba formada por dos alaveses, dos vizcainos, siete navarros y diez guipuzcoanos. Los golpistas les acusaron de adhesión a la rebelión y al espionaje con las agravantes de trascendentalidad y peligrosidad. De los 21 integrantes, los fascistas fusilaron a Luis de Álava.
Un informe de Francisco Javier de Landaburu, diputado por Araba y vicepresidente del Gobierno vasco en el exilio, narraba su ejecución y cómo su catolicismo le obligó a perdonar a sus asesinos. El documento da cuenta de que el lunes día 3 de mayo de 1943 se supo que había sido incluido en la lista de fusilados de la semana y a pesar de las muchas peticiones de indulto que por él se habían hecho nada pudo conseguirse. “La cosa no tiene remedio”, valoraba.
· Cárcel de Ventas · Fue un lunes por la mañana cuando el abogado, acompañado de su confesor de Azkoitia y capellán de la cárcel de Ventas, fueron a comunicarle que no había solución y que su muerte parecía inmediata. “Él quedó un rato sin hablar y todos creyeron que la causa de su silencio era la impresión que producía en su ánimo tan terrible la noticia, sin embargo, según manifestaciones que hizo más tarde, en aquel momento de tan gran emoción solo estuvo recogido para ofrecer a Dios Nuestro Señor su vida y sus dolores”, cita el informe.
El martes llegaron sus hermanas a Madrid. Le vieron sereno ya que “recibía su muerte contento, pues iba a su destino eterno y hablaba de todo como si tal cosa y como si nada sucediese”. Su hermano Emilio le pidió su rosario para cambiarlo por el de él, e inmediatamente lo sacó del bolsillo. De lo que más se acordaba era de sus compañeros de la cárcel. “Son 5.000”. El miércoles se supo que la ejecución estaba preparada para el alba.
El abogado solicitó poder recoger el cadáver de Luis. A las cuatro de la tarde del miércoles llegó el funcionario y el presidente de la junta gasteiztarra pasó de su brigada de condenados. Había de firmar su sentencia. Como había un abogado, pidió poner una antefirma. El letrado le preguntó qué quería poner y él le respondió que quería poner que no había cometido ningún delito de sangre. “El abogado que también es un buen cristiano, le dijo que podía hacerlo, pero ya que tanto (buen ejemplo) había dado, diese también en eso y perdonase a sus enemigos no poniendo nada y entonces cogió la pluma y firmó solamente: Luis Álava”. Hizo confesión: “Estoy tan contento que no quiero que nadie llore por mí ni se haga banderín de mi muerte. Él me espera, ya que no estoy aquí sino en el cielo”. Comenzó la ceremonia de la misa comulgando Luis y otros dos presos.
· Tapias del cementerio · En el camión los llevaron a las tapias del cementerio para fusilarles, de madrugada. Les pusieron en el paredón con las manos atadas unos con otros. El capellán pidió aplazar la ejecución y absolvió a aquellos hombre. Les impuso el escapulario de la Virgen del Carmen y murieron. Según el informe, este capellán dijo que era el primer pelotón que en Madrid, desde su actuación, «había muerto con Dios en el corazón de todos los hombres que lo formaban». “El tiro de Luis fue directamente al corazón y ni una gota de sangre encontraron los que le recogieron y su cara seguía resplandeciente”, afirmaron.
Las mujeres oyeron los tiros de las siete y diez horas. “El cadáver fue rodeado de claveles rojos y blancos enviados por las chicas nuestras. El testamento ha sido que no se haga bandera política de su muerte y que se le rece, pero que en esas oraciones entren también los que con él murieron. Él solo era vasco; los demás eran rojos pero grande ha sido su suerte al encontrarse con un compañero tan grande y un Dios tan misericordioso”, redactaban aquellos que le calificaban de “mejor que héroe”, “de santo”, hasta el hecho de que al “pasar para la celda de los condenados todos los presos le abrazaban y lloraban algunos al ver que perdían un hombre tan santo”.