Juan Azkarate, la impresionante historia del último gudari vivo de la Marina Auxiliar del Gobierno de Euzkadi
Iban Gorriti
· Durante la Guerra Civil, el vizcaino sufrió cárcel, campos de concentración y traición
Bermeo recibe al visitante con olor inconfundible a mar. Al olear de sonidos de gaviota y volteo de campanas eclesiásticas. Juan Azkarate recibe en su hogar al amigo con sonrisa firme, mano nonagenaria sincera y dedos experimentados que señalan al pasado desde un presente futuro. Él es el último soldado vasco -confirmado- de la Marina Auxiliar del Gobierno de Euzkadi. Con empleados, fueron casi mil personas. Solo su corazón late.
Al grito de Egun on, gudari!, uno traspasa el umbral de su hogar. ¡Hay tanta piel en su cuerpo convertido en cuero labrado por las circunstancias! Héroe anónimo, hace gala de un cerebro que sortea olvido e, incluso, perdón sincero. Todo ello, a pesar de que sufrió una poco civil guerra tras el golpe de estado militar de 1936.
Aconteció, poco después, de perder a su madre, ahogada en la famosa barra de Mundaka que hoy celebran lo surfistas. Eran días de huelga de panaderos en su pueblo y volvía de jornada de recados a Gernika-Lumo en barco. El cuerpo apareció sin vida en Laga. Juan sumaba doce años. Lo recuerda con hondo penar.
Se hizo gudari, de los más jóvenes. Tenía solo 14 años -se lo permitieron tras afiliarse al PNV y a SOV/STV- y una cara de retaco impresa en su ficha de la jefatura de guerra. Su padre, mientras tanto, también se sumó a construir trincheras.
Juan conoció Mar, Tierra y Aire. Tres también, fueron las veces que acudió y fue recibido por el lehendakari José Antonio Aguirre. Sufrió campos de concentración de Argeles e Irun. Cárcel en Larrinaga. Fue testigo de altos mandos que, de algún modo, les traicionaron. Lamenta que a políticos y otras personalidades «ricachuelas» se les facilitara el exilio. Lo reprocha aún.
Fue gudari del Bou Araba, del José Luis Díez. Fue camarero segundo y también ayudante de ametralladora en el bacaladero camuflado de guerra. Navegó también en el Euskal Herria. Pasó hambre en la España republicana. Perdió todo contacto estando en Francia y pensó, desarraigado, hacer su vida lejos. Le sonaba bien ir a Venezuela, adonde no llegaría. Coincidió con Olaizola, con el tío del famoso hoy artista Nestor Basterretxea -exalcalde de Bermeo-, con el pintor Barrueta. Salió vivo de bombardeos como el de Barcelona o Granollers.
«ALEZ! ALEZ!»
Se vio obligado a andar un día y una noche entera para ir al campo de concentración de Argeles, al grito de «alez, alez, y con golpes de culatas de rifle si se paraban», propinados por los senegaleses encargados de su envío a este enclave perteneciente a Perpignan. La vida, curiosa ella, acabada la guerra le llevaría con su empresa de atúnidos a Senegal. El presidente de la Sociedad Azkarate Hermanos sufrió en el país subsahariano la explosión de un compresor que le dejó ciego por un mes. Incluso mantenía la ceguera cuando regresó al pueblo natural de lostxos. Sin embargo, -agárrense a los mecanismos de defensa de sus emociones-, sin embargo, decía, «la guerra, lo sufrido en mi vida, no fue dolor en comparación cuando murió mi mujer el 8 de marzo de 2011. Yo era el primero que hubiera ayudado a que falleciera. Padecía Alzheimer y no hubo un día que no estuve con ella. Cada día le ponían un tubo. Aquello sí fue horrible», compara con todos sus desastres vividos en la guerra civil y se emociona, la única vez en todo el encuentro. Sus dos brazos aún portan las iniciales tatuadas de su Rosario Etxebarria Zulueta, aquella redera que conoció al día siguiente de salir de la cárcel bilbaina de Larrinaga, con la que compartió siete décadas. «Si me decían los franquista que era E. R., yo les decía que El Rey», sonríe secando dolor visual nacido en el corazón.
Juan Azkarate (Bermeo, 18 de junio de 1922) comienza a relatar en primera persona sus avatares con un llamativo «nació la guerra el 18 de julio de 1936, yo tenía recién cumplidos 14 años». Él era un niño «espabilado» -sonríe- hijo de Felipe y Anastasia. El matrimonio tuvo once hijos, pero al morir la madre ahogada ya solo quedaban, por diferentes circunstancias, cinco vivos. «Me llevaron a verla al cementerio. Dolor, sentí mucho dolor. Recuerdo de noche, que los coches del pueblo se acercaron a Mundaka a alumbrar con sus luces la mar para ver si se podía rescatar a alguien. Mi madre sabía nadar, pero las corrientes…», silencia ante la cámara de vídeo que le graba conmovido.
Un año antes, con once años, ya él mismo decidió dejar el colegio y ayudar a su padre en el puerto. «Era mal estudiante y buen dibujante». Con el golpe de estado ni se lo pensó: «Yo voy a la guerra», dijo aquel que había sido alumno de un profesor republicano. «Esa suerte tuvimos con Don Gerardo Jiménez», alza la voz y el dedo índice. Al crío le dieron un «jersey de invierno» como uniforme de la Marina Auxiliar de Guerra del Gobierno vasco y le alistaron en el bou Araba. En el Ejército del lehendakari Aguirre le pagaban 400 pesetas al mes. Sin cumplir 15 primaveras ya era gudari. El bou Araba fue a dique seco y en un principio le derivaron a un submarino, pero acabaría en el José Luis Díez y en Burdeos. «Los mandos del barco se pasaron como Goikoetxea al bando de Franco y nos devolvieron a España, a Santander. El viaje fue entre cortinas de humo, una hora de combate a oscuras. Ganábamos por velocidad», recuerda.
ENCUENTROS CON AGUIRRE
Allí le enviaron al Estado Mayor de Fuerzas Navales del Cantábrico. De ordenanza en tierra. «No conforme, me fui adonde el lehendakari Aguirre. En euskera le dije que quería volver a los bous. Pero me mandó a El Sardinero». Sin embargo, con los franquistas allí, en el Euskal Herria fue a Asturias. Y en un mercante volvió a Francia. De allí, a Barcelona. Y volvió a visitar a Aguirre. Este le recordaba y le mandó a estudia al mejor colegio, pero «no me aseguraban la comida». Y volvió por tercera vez adonde «José Antonio», exclama. El lehendakari le destina al consulado de Cuba. «Pedí que me pagaran y me dijeron que 250 pesetas. Yo ni quería acabar en Cuba ni ese dinero, por lo que me fui», enfatiza. Acabó en Aviación como «único vasco en Gerona», matiza. Más adelante llegó el horror de los campos de concentración tras no aparecer un mugalari en una misión especial. «Éramos 50.000 en la playa de Argeles». Y de Irun, los franquistas le llevaron a Larrinaga. Al salir libre, conoció al amor de su vida.
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