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GUDARIS, MILICIANAS Y MILICIANOS ANTIFASCISTAS · Lo peor de todo no es su olvido, es su silencio (y el no-ejemplo)

I. Gorriti

Hace tan solo cinco años que estaba mal visto en periódicos de bien escribir la palabra «antifascista». No era cosa de la persona redactora del reportaje. Era algo más simple: el temor de la persona encargada de esa página en la rotativa en preferir la autocensura, a que no pudiera agradar a sus superiores en la jerarquía de dirección.

Gudaris Francisco Pérez y Aranberria IBAN Gernika

Los gudaris Francisco Pérez y José Ramón Aranberria, del Batallón Gernika ayer en el Liceo Antzokia. · PHOTO · Iban Gorriti

Por suerte, y sea la razón subjetiva que sea, hoy en día ‘antifascista’ no es el vocablo preferido de jefes de diarios, pero se publica. Es decir, como repite un gudari en el documental sobre el Batallón Gernika estrenado ayer y al que nos acercamos, «lo peor no es el olvido; lo peor es el silencio». Y casi parafraseo al mismo soldado al rematar: «Unos culpables; otros responsables».

Páginas atrás, calendarios atrás, el forense y defensor a ultranza de la Universidad Francisco Etxeberria auguró que las fuerzas políticas iban a entrar en batalla campal por la Memoria Histórica. Lo recuerdo bien. Lo apunté en un papel, pero quedó mejor registrado en mi mente. El papel vaya usted a saber en qué contenedor azul se recicló.

Y se cumplió. Los partidos políticos y los sindicatos salieron a la línea del frente y allí se atrincheraron. Ya tomaba validez asimilada y colectiva la palabra antifascista, incluso «facha» -«recuerdo que en la cárcel de Durango utilizábamos mucho la palabra facha, para llamarles a los falangistas», daba testimonio una duranguesa que aún vive-. Según el contexto viene bien incluso un «franquista cabrón», cuando un autor con peso se viene arriba. Luego, sin embargo, no vaya usted a pedir palabras espontáneas a la persona que, se presupone, se encarga de ser garante de los Derechos Humanos y la Paz en las instancias máximas. Fuera de guión, hay quien se encoge. Los derechos, en ese momento, son silencio… y quedan precipitados a las simas del olvido.

Antifascistas fueron y son Francisco Pérez y José Ramón Aranberria, dos supervivientes del Batallón Gernika, quienes tuvieron ayer la suerte, -la distinción frente al resto de batallones del Gobierno de Aguirre-, de ver cómo su unidad cuenta ya con una placa oficial inaugurada en la Casa de Juntas de la villa foral por excelencia. Ni olvido; ni silencio en ese espacio histórico.

Sin embargo olvido y silencio para el día a día de estos soldados. Fuera de los photocalls estos abanderados de la libertad, incluyendo a aquellos y aquellas que murieron por defender la República legítima, son anónimos. El papel, lo aguanta todo. Las palabras, fáciles, lo expresan todo: sea usted poeta o poetisa por un día. Sin embargo, ¿qué gobierno se ha preocupado, ocupado y ha cumplido los ejes de: Verdad, Justicia y Reparación?

Quedar a escuchar a un gudari o a una miliciana es pegar una hostia de ordago a su anonimato. Son olvidados. Están silenciados: en ocasiones, se les invita a actos, pero no se les garantiza el derecho de poder hablar: expresarse. Acallados, cuando muchos de ellos tienen mejor retentiva que cualquiera de nosotros. Hay quien, desde un prisma clasista y controlador les trata como algo exótico, como un lince entre rejas, que queda bien en un acto… y que estremece cuando se agacha a depositar unas flores a los suyos. Hay, incluso, quien, por desgracia, puede calentar el bolsillo por unos meses con todo esto.

Por suerte, anoche, los an-ti-fas-cis-tas Aranberria y Pérez tomaron la palabra en el Liceo Antzokia de Gernika-Lumo. «¡Ellos son lo importante!», nos asentía con la cabeza el director del documental Batallón Gernika. Askatasunaten ametsa – Esperanza de libertad (1945-2015), el arrasatearra Iban González al clausurar el estreno. Este realizador conoce bien la importancia, lo que se enriquece uno si quiere escuchar a uno de estos antimilitaristas-militares. Y, por suerte, hay más vivos de los que pensamos.

En pocos años, la memoria ha pasado de ser histérica a histórica. De hecho, memoria histórica ya suena a parque de atracciones, a interés más allá del origen. No servirán para nada las bonitas palabras, los discursos. Y les pongo un ejemplo real:

Arrigorriaga. Un acto oficial. Un periodista, un alto cargo, adalid de los derechos propios y de los demás sobre el papel, que los ordena a diario con la habilidad de Houdini, llega al acto, tarde. Estaciona el turismo que conduce sobre una plaza para personas con necesidades especiales. El abanderado de loqueestábien discapacita el derecho de terceros llevándolos a sentirse ciudadanos de tercera. Hecho saber el desastre al infractor, el autor esgrime como argumento un: «¿Me has visto?», aderezado con una sonrisa, pasaporte a la disculpa. Las palabras quedan impresas, pero los actos son el ejemplo.

Y de Arrigorriaga a Lemoa, día que una familia recupera el cuerpo de un pariente que fue miliciano. La máxima garante de los derechos humanos y la paz calla ante una pregunta. Etxeberria, quien auguró que nos pegaríamos por la memoria, no lo aprueba y se tira a la piscina: «Todos debemos ser objetivos, siempre; pero nunca neutrales», porque como repite en el documental una otra vez otro Francisco -el gudari Pérez- «lo peor no es el olvido; lo peor es el silencio» y el no-ejemplo.

 

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