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BÁSICA MENTE | Jon Fernández | En psicología lo llaman introyectos, mi padre ‘El Pinochet’ y yo ‘La abuelita’

OPINION Jon fernández BASICA MENTE

Jon Fernández

En psicología lo llaman introyectos, mi padre lo llama “El Pinochet” y yo lo llamo “La abuelita.”

Los introyectos son aquellos mensajes recibidos en la infancia, implícitos o explícitos y que con el paso del tiempo pasan a ser nuestro propio discurso mental.

Mensajes preprogramados | El otro día me decía una paciente con dudas sobre su futuro que tenía que elegir qué quería hacer ahora. ¿Iba a buscar trabajo? ¿Irse fuera? ¿O iba a estudiar algo más? Está pasándolo realmente mal porque ninguna opción la satisface plenamente. Encuentra cosas interesantes que estudiar pero automáticamente le viene un pensamiento a su cabeza, como un mensaje de contestador que se reproduce cuando está programado para hacerlo. Las palabras que se reproducen en su mente son estas más o menos: “¿Y eso para que te sirve? ¿Eso te va a dar trabajo? No hagas nada si no estás segura”.

¿Resultado? Bloqueo. Nunca puede estar lo suficientemente segura. La vida es insoportablemente inestable. Y no puede tomar una decisión mientras exista incertidumbre. Lo malo es que la incertidumbre es siempre parte del juego. Pero ¿de quién son estas palabras tan poderosas? Ahora son suyas por supuesto, pero ¿cuál es su origen? Puede que sean las palabras de sus padres, puede que de los padres de sus padres. Puede que nadie las pronunciara realmente, puede que sean simplemente un eco de su hogar. Puede que no lo sepáis, pero las normas que nunca se dicen en alto, las implícitas, son siempre las más poderosas de la casa.

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PHOTO | Flash Alexander

| El discurso del hogar | Todos vamos caminando por la vida con un discurso mental que hemos asimilado en casa y esto es bueno. No podría ser de otra manera, nuestro hogar nos vertebra. Nos convierte en seres sociales, listos para salir al mundo y sobrevivir. Pero al mismo tiempo, con todos los aprendizajes que absorbemos en nuestra casa vienen definiciones de lo bueno y lo malo, lo bonito y lo feo, lo respetable y lo intolerable. Y estas definiciones dicotómicas del mundo nos limitan básicamente porque están siempre formuladas en blanco y negro. Se olvidan de los grises y excluyen gran parte de la realidad.

Si yo solo puedo ser bueno o malo, ¿qué pasa si no soy bueno todo el tiempo? Pues que soy malo. Si yo solo puedo ser trabajador o vago, ¿qué pasa si hoy no me siento con ganas de trabajar al 100%? Pues que paso a la otra categoría, la de vago. Y eso es duro de aceptar.

Alguien dijo en casa, o no lo dijo pero me lo demostró con sus actos, que el trabajo es lo más importante. Que una no puede desviarse del camino de la buena trabajadora en ninguna circunstancia, que lo que me hace ser una buena mujer es ser una buena en mi trabajo y esto ya forma parte de mis propios valores. Me voy a juzgar como buena o mala en referencia de lo buena o mala trabajadora que yo me crea que soy. E igualmente con las personas que me rodean. Puede que me descubra diciendo despectivamente que alguien no me gusta, porque no trabaja bien. Si algún día me levanto enferma, me costará darme ese respiro que el cuerpo me está pidiendo.

Y todo porque se está reproduciendo en nuestra mente esos mensajes asimilados en casa. Mensajes que buscaban lo mejor para nosotros cuando fueron aprendidos, que probablemente nos han sido muy útiles y nos han traído hasta aquí pero que pueden evolucionar hasta ser asfixiantes e inflexibles. Como un pequeño dictador que no atiende a maneras y que nos exige más de lo que podemos dar, o como una abuelita preocupada por todo lo que le rodea, que te dice que mejor no hagas eso o lo otro, que es demasiado peligroso, que mejor te quedes en casa.

Es tarea de uno reconocer estos introyectos y decidir cuales están caducados. ¿Y como se hace esto? ¿Hay acaso un botón de apagado? Dios, ojalá. Pero no. Estar atentos para ser conscientes de cuando se reproducen y no hacerles muchísimo caso es a lo máximo que podemos aspirar de momento. Como cuando mi bisabuela me decía que no saliera a jugar a la nieve porque me podía “coger la muerte” y yo le sonreía entendiendo su preocupación pero sin dejar que eso me quitara mi rato de juego. Es una carrera de fondo. Con el tiempo perderán poder y dejarán de influirnos tanto pero para eso necesitan de nuestra presencia y amor.

* Jon Fernández  (Iurreta, 1988 ) es psicólogo

Puedes contactar con Jon Fernández | jonferpsi@gmail.com

psicologiahumana.net

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