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70 años de la liberación de la primera fábrica de muerte

Bixente Carrasco

Texto y fotografías | Vicente Carrasco ‘Bixen’

Hoy se cumplen 70 años de la Liberación del campo de concentración de Auschwitz, le principio del fin del régimen irracional y terrorífico de la Alemania nazi del genocida Adolf Hitler. A día de hoy son pocas las personas deportadas vivas. Algunas de ellas estuvieron presentes hace cinco años en un acto conmemorativo que hoy evocamos.

Gusen, Austria. Mayo de 2010. En el lugar donde se ubicaba uno de los mayores lugares de exterminio del III Reich apenas queda nada. Lo que fueron las oficinas centrales del campo son una mansión particular, como lo son las antiguas oficinas administrativas de las SS y algunos barracones de los guardias. Un empresario compró también dos barracones de prisioneros donde hoy cultiva champiñones. Sobre el muelle de carga de camiones nadie puede evitar ver la que fuera la mayor trituradora de piedra de Europa, en cuya construcción murieron literalmente cientos de rottspanier, republicanos españoles.

Un poco más allá, otra vivienda particular ocupa lo que fuera el burdel para prisioneros selectos, donde se obligaba a trabajar a presas de otro campo de concentración, Ravensbrück, el de las mujeres, repleto de resistentes antinazis y presas políticas, pero donde no faltaban, entre otras cosas, las mujeres “arias” acusadas de contacto íntimo con “otras razas” o de practicar las prostitución, cargos que acarreaban precisamente el internamiento en un campo de concentración.

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Junto al crematorio donde los nazis incineraron a más de 30.000 personas entre 1940 y 1945 varias docenas de estudiantes de secundaria de Asturias, Barcelona, Cádiz, Huesca, Valencia y Zaragoza rinden homenaje a quienes penaron allí y a quienes allí cayeron. Tanto unos como otros llevan un año (algunos incluso más) manejando materiales relacionados con la Deportación, la Guerra Civil, la Memoria Histórica, la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto. Y se les nota. Son adolescentes que han devorado a Primo Levi. Son adolescentes que, cuando el viaje se ha alargado un día más debido al volcán islandés cuyo nombre nadie sabe pronunciar saltan de alegría porque les queda un día más de estar juntos, enseñan al chófer de su autobús (austríaco y monolíngüe en alemán a más no poder) a cantar “Queviiiiii-va Lufthansaaaa”, pero también son adolescentes que al saber que vamos a pasar ese día extra en Munich dicen (con total tranquilidad, tanta que podemos oírles) “qué guay, Munich, a ver si podemos ir a ver la cervecería donde Hitler dio el putsch de 1923”.

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No pudo ser. No pudieron ver dónde comenzó todo (en cualquier caso la Bürgerbräukeller fue demolida en 1979) pero sí dónde acabó, el viaje era para ver los sitios donde se ejecutó la obra magna del nazismo, el Holocausto, para rendir homenaje a sus víctimas, para que pudieran escuchar de boca de los supervivientes qué fue aquello; han venido a acompañarles y a aprender, aunque sería bastante arriesgado aventurar quién aprendió más y quién acompañó a quién. Ese viaje sí que lo hicieron. Y con ellos las viudas y los familiares de los deportados, los socios y los simpatizantes de la Amical de Mauthausen, una asociación que aglutina a víctimas del nazismo de todo el estado.

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En Ebensee, un idílico pueblo junto a un lago alpino, los esclavos de los nazis construyeron en roca viva decenas de kilómetros de túneles para instalar a salvo de los bombardeos aliados la industria militar germana. De ahí salían los motores de los tanques, el combustible sintético de las bombas volantes y muchos otros productos punteros de la tecnología militar nazi a un coste de varios cientos de presos muertos diariamente.  Los túneles, protegidos además de por la montaña, por una capa enorme de hormigón armado, están como el primer día en el que entraron en funcionamiento: en perfecto estado.

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El homenaje se hace en una galería adyacente, inconclusa, congelada en el tiempo, con goteras, frío y humedad. Los estudiantes valencianos leen la lista, la larguísima lista de sus paisanos muertos en los campos nazis mientras suena La Muixeranga, el himno que se interpretaba a los “maulets” que morían en defensa de las ciudades de Valencia durante la invasión napoleónica o en la defensa de los fueros. Es también el himno que el ayuntamiento de Valencia prohibió interpretar en el homenaje que se hizo a los asesinados tras la Guerra Civil, arrojados por miles a las fosas comunes del cementerio de Valencia. A tantos kilómetros de allí, bajo tierra, La Muixeranga cumple su función: recordar a los caídos en la lucha por la libertad.

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Acabado el homenaje, en el que entre otras cosas hemos cantado a Labordeta, una de las estudiantes toma el micrófono y dice “tengo algo que decir”. Con voz firme la mayor parte del tiempo nos dice que para ella la bandera republicana siempre había significado algo especial, pero después de hablar con los deportados y después de ver aquellos sitios esa bandera le inspira sentimientos mucho más profundos, totalmente alejados de la política. Se emociona, como nos emocionamos todos y los muros tallados por esclavos que tanto padecimiento vieron resuenan con los aplausos. Tras ella, el resto de sus compañeras y compañeros van tomando el micrófono uno tras otro, hablan sin complejos de lo que han aprendido, de lo que creían y de lo que hay que hacer. Esa misma tarde visitamos Gusen. Los actos del homenaje transcurren bajo un sol implacable que no hace sino recordarnos que la ubicación de estos campos parece elegida con una atención diabólica incluso en esos detalles. Cuando hace calor, el calor castiga y cuando hace frío es peor aún. Los estudiantes de Santa Coloma decidieron que ya que sus paisanos habían muerto en el corazón de Europa sin poder haber sido enterrados, convertidos en humo y ceniza, era de recibo llevar tierra de su pueblo y dejarla en Gusen.

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La última noche en Austria hay que celebrar que José Alcubierre, uno de los deportados que nos acompañan, cumple 85 estupendos años y son los jóvenes quienes organizan todo. Una moza aragonesa nos pone los pelos de punta a 200 personas con una jota de estilo. Los gaditanos hacen lo que pueden para enseñarle una sevillana a una docena de compañeros de otros institutos (de fuera de Andalucía, pero con mucho tesón) y entre todos la cantan. Después, y con la ayuda de un ejército de estudiantes italianos que están en el mismo hotel, le cantamos letra en mano y  en italiano a Don José su canción favorita, la canción de los partisanos:

Bella Ciao. Al marcharse, una de las estudiantes italianas llora emocionada al ver a tanta gente cantando en su lengua, pero en ese momento y lugar todos somos de todas partes. Suena también el himno de la deportación, Die Moorsoldaten, que es una canción alemana, compuesta por los primeros presos políticos de los nazis. Esos días hemos cantado en castellano,  en francés, en italiano y en alemán.

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Todos nos emocionamos mucho, pero José Alcubierre no llora, no se emociona. Está encantado con lo que ve, siempre está dispuesto para hablar con todo el mundo y todo le parece bien. Señal de que no lo estamos haciendo tan mal.

Todos los años tiene lugar en Mauthausen un desfile que posiblemente sea único en el mundo. ¿En qué otro lugar puede verse de un solo vistazo (y sin que hay mayor incidente) a una delegación de los marines de los EEUU, una delegación húngara, una polaca, una turca y una kurda? ¿Y qué podemos decir de anarquistas escandinavos junto a soldados de Bosnia-Herzegovina, el embajador israelí y la embajadora de Cuba?

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Desfilan las juventudes de diversos partidos políticos austríacos y de los scouts. El aniversario de la liberación de los campos de la muerte reúne en una especie de limbo neutral a gitanos húngaros, trabajadores turcos en Austria, veteranos de la división norteamericana que liberó los campos y nostálgicos de la URSS. Incluso pudimos ver a militares polacos colocando flores ante el gigantesco monumento que recuerda a los soldados soviéticos asesinados en Mauthausen.

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Ante el monumento de los republicanos (que está en territorio francés, fue diseñado por un arquitecto austríaco que no quiso cobrar y que como no es legalmente de nadie no se sabía quién lo tenía que restaurar hasta que se restauró y punto) rinden honores los soldados de Serbia y los de Italia, los de Chequia, los albaneses y los franceses. Un coro de jóvenes franceses canta “Ay Carmela” en el monumento francés y después en el de los republicanos. Todo el mundo parece tener algo que agradecerles. Al paso de la comitiva brotan los puños alzados y leemos en los labios de la gente  “gracias”, “thank you”.

 

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En el acto institucional, con abrumadora mayoría institucional catalana, un político del gobierno aragonés, seguramente molesto por las ikurriñas, porque abundan las senyeras, las banderas asturianas y las banderas andaluzas, además de las tricolores, nos recuerda en su discurso que los deportados no estaban allí por ser vascos, catalanes o andaluces. Como si no lo supiéramos. Pero tampoco lo fueron por ser españoles, pues el gobierno franquista se desentendió de ellos cuando Berlín se los ofreció. “No son españoles” dijeron. Fueron deportados porque fueron los primeros que plantaron cara al fascismo en 1936 y fueron los últimos en ser sacados de los campos nazis por la sencilla razón de que no tenían a dónde volver. Muchos se quedaron en Austria, pero la mayoría se quedaron en Francia, tierra que en esta ocasión sí fue de acogida.

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En este viaje se juntan varias generaciones. Hay dos de los pocos que quedan vivos y en condiciones de viajar de aquellos 10.000 republicanos que huyendo de los verdugos franquistas fueron a dar con el maltrato francés para caer después en manos de los aún peores, por lo sofisticado, verdugos nazis. Están sus viudas, sus hijos, sobrinas y nietos, algunos de los cuales han sabido hace pocos años del horror de la deportación de sus allegados a los campos de la muerte. Hay quienes, habiendo vivido en un ambiente republicano, consciente de la represión y la pérdida de la guerra, han descubierto un campo más del que hay que aprender para recordar. Hay muy diversas reacciones ante la presencia de la bandera constitucional, que poco a poco se va a abriendo paso.

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Hay de todo, desde el pragmatismo al desprecio en absoluto disimulado, del rechazo militante al respetuoso ante la bandera de un dignatario extranjero. Pero es entre la algarabía del enjambre de estudiantes que viaja con nosotros donde vemos la primera generación que, siendo conscientes de que la tricolor es la bandera de sus abuelos (o mejor dicho bisabuelos) miran hacia adelante. Recuerdan, estudian, pero para ellos la bandera roja, gualda y morada no es la bandera que fue, sino la que es y la que será.

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En Gusen, una vez acabado el homenaje de los estudiantes de Cádiz uno de ellos dice “anoche escribí esto y lo quiero leer”. Para estas alturas ya estamos acostumbrados a que estos jóvenes hagan y deshagan, decidan. Se sigue el horario y el calendario establecido, pero todo lo demás es cosa suya. “A los deportados y a sus familiares”, lee. El poema acaba diciendo:

Porque somos la continuación, la esperanza del cambio, el que ansiáis con toda vuestra alma y corazón, que es muy grande…

Muchas gracias,muchísimas,

por aguantar lo que habéis aguantado y seguir caminando

Tranquilos abuelos, ya estamos aquí.

Somos vuestra herencia.

Os podemos asegurar que mientras nosotros y nuestros futuros hijos vivamos,

los muros, las escaleras, las cámaras, las arrugas, la lucha, la memoria no va a caer en el olvido.

Gracias, de verdad.

Salud y  República».

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