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Básica Mente | Jon Fernández | ¿Por qué nos volvemos locos siguiendo el deporte?

OPINION Jon fernández BASICA MENTE

Jon Fernández 

Tiene que haber algo muy importante en el deporte como para que un padre de familia hecho y derecho se vaya a la cama sin cenar del disgusto cuando pierde su equipo. O para que un país en crisis compre la ficha de un futbolista por cerca de cien millones de euros. Hay algo primitivo y profundamente emocional en formar parte de un grupo, enarbolar un estandarte con los colores que te representan y gritar para defender un territorio, una idea, un sueño… o a tu equipo de fútbol, por qué no.

Esperar colas de horas o días aguantando calor, frío o lluvia, ponen a prueba la dedicación al club de cualquier aficionado y es de esperar que surjan conflictos y riñas en lo tedioso de la espera. Sin embargo, los que han estudiado los grupos de personas que hacen estas colas -es real , hay personas que estudian colas de pe- dicen que surge un gran sentimiento de comunidad del que emergen normas comunes y cooperación. Solo cuando la organización falla, por ejemplo excediendo el tiempo que permanecen las puertas cerradas, aparecen problemas. Entonces, ¿cómo un aficionado cooperativo y amigable puede convertirse en un enfurecido hooligan?

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Tarjeta roja a locura del fútbol.

CUANDO UN AFICIONADO SE CONVIERTE EN UN HOOLIGAN

Cuando un aficionado se convierte en un ‘hooligan’

Es cierto. Los incidentes violentos dentro del público deportivo son según las estadísticas poco frecuentes y sufren un sesgo negativo debido al foco que en ellos pone la prensa y que los hace más visibles frente a las conductas pacíficas más habituales. A pesar de ello, en los estadios a veces ocurren cosas que son difíciles de explicar racionalmente. Y es que en el deporte las que mandan son las emociones.

La teoría del contagio

Cuando una persona se sumerge entre los demás seguidores de su equipo, su individualidad parece desaparecer, disuelta en la masa. El individuo se vuelve acrítico y anónimo. La consecuencia más directa es que con la pérdida de la individualidad también desaparece la responsabilidad de los actos, que se reparten ahora en todo el grupo. Al más puro estilo Fuenteovejuna.

A esto hay que añadirle algo muy extraño que le pasa a la “voz de nuestra conciencia”. A ese angelito que aparece encima del hombro en las películas y que nos dice que eso que estamos pensando hacer está mal. En ese momento el angelito se toma vacaciones cuando en el grupo alguien se salta las normas. Dicho de otra manera, las restricciones psicológicas que tenemos para perpetrar determinados actos que contradicen nuestra ética, se reducen cuando vemos que alguien de nuestro grupo se pasa esa línea del bien y el mal. Como si verlo en otro nos diera “permiso psicológico” para hacerlo nosotros mismos.

 El verdadero yo

Hay otros investigadores que también sostienen que el aficionado cuando entra al recinto deportivo lo que haces es manifestar su verdadero yo. Sus tendencias más profundas. Las mismas que, en su cotidianidad, viven en el fondo de un océano compuesto por normas sociales, convencionalismos y sujeciones. Pues en el estadio salen a tomar aire y de paso a soltar todo el que estaban reteniendo.

Fortalecido por el soporte grupal, el individuo puede expresar todos sus deseos y tensiones sin mayores repercusiones. De hecho, las personas más “alborotadoras” a menudo pertenecen a sectores sociales más de contentos o tienen dolorosas historias personales y encuentran en el deporte un pretexto para expresar un malestar que poco tiene que ver con él.

La próxima vez que se pregunte cómo puede haber personas que se tomen tan en serio un juego, la próxima vez que vea a un hombre o mujer tranquilo insultar a un árbitro o a otra, siempre inexpresiva, de repente llorando por una victoria, recuerde que es posible que esta sea la única expresión de la tensión que estos hombres y mujeres se permiten a sí mismos.

* Jon Fernández  (Iurreta, 1988 ) es psicólogo

Puedes contactar con Jon Fernández | jonferpsi@gmail.com

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